Cosecha Roja.-
Una línea roja subraya la Avenida Riestra y divide la “zona de los peruanos, cocaína y paco” de la “zona de los paraguayos y marihuana”. Así, sobre una imagen satelital, en TN explican “cómo es la villa 1-11-14 por dentro”. El diario Hoy sacó en la tapa la foto de una mujer y tres hombres desangrándose en el mismo barrio: podían ser las víctimas del cuádruple crimen de ayer. O no. No lo saben pero decidieron publicarlas igual y titular: “¿Es esta la patria que queremos?”. La imagen simplificada de la villa y el relato sin identidad ni contexto no alcanzan para desentrañar la trama qué esconden los crímenes narcos y los ajustes de cuentas en uno de los barrios más calientes de la ciudad.
El domingo a las 23:45 un vecino alertó al 911. Cuando los oficiales de Gendarmería llegaron a Rivera Indarte y Riestra encontraron los cuerpos de tres hombres tirados al costado de un Mercedes Benz blanco y viejo. Era la manzana 9, frente a la casa 127. Unos metros más lejos, vieron a una mujer agonizar. Leticia Lezcano González tenía 19 años y 12 disparos: murió minutos después de la llegada de los oficiales. Uno de sus hermanos (Agustín) tenía 24 años y 10 impactos de bala. El otro (Hugo) había cumplido 30 y tenía 4 agujeros. Fabio Ruiz Díaz, amigo de la familia, tenía 21 años y 12 balazos. Los cuatro eran paraguayos y, antes de la balacera, iban en el auto. Según las pericias preliminares de la Justicia, hubo entre 30 y 40 disparos con armas calibre 9 y 40 milímetros.
Los investigadores hicieron las primeras inspecciones oculares esa misma noche y confirmaron que el auto solamente tenía cuatro impactos. Ahora resta analizar las cámaras de seguridad de la zona, los celulares de las víctimas y esperar el resultado de las autopsias. “No fue un robo ni nada por el estilo. Es un hecho lamentable que debe tener que ver con alguna cuenta pendiente”, dijo a Cosecha Roja Adrián Giménez, a cargo de la Fiscalía de Nueva Pompeya y Parque Patricios. Intervino Gendarmería porque la zona forma parte del Operativo Cinturón Sur. Fuentes judiciales informaron que un cuarto hermano de los Lezcano González está preso en Marcos Paz y se espera que declare para ver si puede aportar algún dato.
Giménez recordó que a 10 metros del lugar del cuádruple crimen, en 2013, hubo un quíntuple asesinato. El 10 de octubre de ese año, alrededor de las 22.30, el pool de la manzana 26 quedó en silencio después de la masacre: dos hombres entraron y dispararon contra Rodolfo Martínez Jara (un paraguayo de 52 años) y sus compatriotas Amado Benítez Fernández (47) y Miño Altagracia Ferreira (50), y los argentinos Hugo Herrera (43) y José Daniel López (21). Los testigos no pudieron aportar mucho, apenas vieron a los sicarios se tiraron debajo de la mesa y no pudieron mirar.
El enfrentamiento al que se refiere el mapa de TN existe. En la 1-11-14, históricamente el territorio se dividió entre los “peruanos” (conducidos por Marco Estrada Antonio González) y los “paraguayos” (cuyo líder es “Valderrama”). “Las bandas existen desde fines de los ´90, pero hoy lo que queda es un resabio de Marco. Pero comparar la 1-11-14 con una favela es desconocer los barrios de América Latina”, dijo a Cosecha Roja Paula Stiven, de Mundo Villa. El fiscal dijo que no cree que el cuádruple crimen del domingo a la noche se trate del “enfrentamiento típico” sino que esta vez “viene por otro lado”. Por lo bajo los vecinos dicen que fue una pelea entre las propias bandas “paraguayas” pero ninguno se anima a contar qué pasó o qué vio esa noche.
El 11 de febrero cerca de la 1 de la mañana llegaron al Hospital Piñero varios hombres en dos autos particulares: traían dos muertos y un herido. Venían desde la Villa 1-11-14, donde el enfrentamiento entre dos bandas -que empezó a medianoche y duró a las 4 de la mañana- terminó con una ambulancia baleada y un tiroteo con Gendarmería. Los vecinos dicen que todo empezó por una venganza.
El negocio de la droga también mueve el inmobiliario. Como en el barrio no hay títulos de propiedad, las viviendas se usurpan. En agosto del año pasado ya había casi 20 denuncias radicadas en la Fiscalía de Nueva Pompeya y Parque Patricios por “usurpaciones violentas y robos”. Los vecinos dicen que hay dos decenas más de casos que la gente “no denuncia porque tiene miedo”.
La banda opera así: primero se acercan a una vivienda y se llevan todo lo que hay adentro. Le advierten a los que viven ahí que van a volver por la casa. Otro día llegan armados, sacan a la familia y “meten mujeres y niños”. Así se aseguran complicar cualquier intento de desalojo. Los vecinos también contaron que los integrantes del grupo “están armados hasta los dientes: tienen escopetas, armas de 9 y 45 calibre”. El 8 de agosto, en el marco de un allanamiento, se tirotearon con la Gendarmería: un agente recibió un ladrillazo en la cabeza y el otro una bala que le perforó el glúteo. Un mes antes la policía había secuestrado más de mil municiones en la zona. “Hasta que no urbanicen las villas, no se pueden resolver estos problemas”, dijo Stiven.
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En 2005, el periodista Cristian Alarcón relató la masacre de El Señor de los Milagros y la trama narco detrás de la llegada de los peruanos al barrio:
“De pronto la fiesta se interrumpió ante los ojos del Cristo moreno. El Señor de los Milagros, la máxima figura religiosa del Perú, marchaba sostenido por sus fieles ataviados con sus vestidos color morado. El gentío se había detenido frente a uno de los altares que se levantan a lo largo de la procesión. Cada tanto aparece uno y entonces los peregrinos paran, tiran petardos, papel picado, gritos de júbilo al cielo. Bailan, brindan por el Señor. En eso estaban, en la esquina de la avenida Bonorino, frente a una casa de tres pisos, cuando los tiros de los sicarios hicieron volar a los cristianos, desperdigados en una estampida rápida, como de corrida de toros; desesperados. Cinco personas murieron, incluyendo un bebé que iba abrazado a la espalda de su madre. Diez quedaron heridos. Así, en quince minutos de metralla, el Bajo Flores supo, o confirmó, que sus habitantes son rehenes de una guerra ajena. El ataque muestra una trama más de la Argentina pobre: la territorialidad narco y la capacidad impresionante para construir mediante el control de la seguridad un “orden paralegal”.
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En la nota del diario Hoy insistieron en la comparación entre México y Argentina. “Lo ocurrido en el Bajo Flores no se trata de un hecho aislado. Semanas atrás, el Papa Francisco había alertado que la Argentina está inmersa en un proceso de mexicanización”, escribieron en la editorial. Para la periodista mexicana Cecilia González, que trabaja en Argentina hace 13 años, la situación es grave pero el narco ha crecido en todo el mundo, y en Argentina no hay carteles. “Esos argumentos sólo buscan asustar a la población y presionar a los políticos para continuar con políticas represivas. Apelan a medidas punitivas que son parte del problema y no la solución: muere más gente por la lucha contra el narcotráfico que por el consumo de drogas”, dijo a Cosecha Roja. Y la Argentina no es un país productor de drogas.
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