Traiciones en la Villa del Señor

Por Gonzalo Galarza Cerf. Revista El Dominical de El Comercio, Perú. Domingo 7 de Agosto del 2011

Abrigado hasta el cuello con un saco gris largo que lo protege del flagelo del viento helado de Buenos Aires, Cristian Alarcón dice haberse desprendido de todos los corsés periodísticos para dar vida a “Si me querés, quereme transa” (Editorial Norma). Transa en Argentina es el narco de poca monta. Y el libro cuenta la historia de cuatro pequeños narcos: tres peruanos y una boliviana. Todo narrado bajo el escenario de la Villa del Señor de los Milagros.

En realidad, se trata de la historia de personajes de la Villa 1-11-14, donde se desata la llamada narcoguerra entre los propios peruanos; un lugar calificado de altamente peligroso. Allí, además, conviven y se enfrentan por el territorio paraguayos y bolivianos.

Pero Alarcón decidió rebautizar la villa, sus calles y los nombres de los protagonistas: “Para poder contar la verdad decidí complotarme contra la policía y la justicia, rechazando toda misión de periodismo de denuncia, abrazando otra causa: un intento de contar esta trama de migrantes, esta trama shakesperiana de traiciones y condenas y venganzas protagonizadas por estos clanes”.

“Si me querés…” es una historia de largo aliento, que recorre un lapso de 15 años (desde 1993 hasta el 2008), tiempo que no se siente, porque terminamos envueltos en una trama trepidante, muy cercana a nosotros, peruanos, pero también de inmediata identificación con el migrante, en donde vemos a un cronista vinculado con su historia, al punto de que termina, después de una serie de conflictos personales, de padrino del hijo de una de las protagonistas.

“Lo delicioso de esta historia es que se teje con la violencia política de los 80 y de los estertores de Sendero Luminoso, de sus soldados más precarios y, de alguna manera, fuertes; que son lanzados al destierro, y que se reconstruyen en el negocio del narcotráfico local”, entusiasma.

Dice que en los noventa, época en que se forjaba como periodista de policiales (después se constituiría como uno de los expertos en temas de violencia y narcotráfico), no se hablaba de extranjeros en la venta de drogas en Argentina. Había pocos peruanos en esa época. Después del 93, fue más fuerte la migración y su presencia. “Yo los encuentro en los registros periodísticos a partir de 1996, con la primera masacre narrada en el libro, la del clan Valdivia. Una escena increíble en la que dos sicarios entran a chequear que el capo esté muerto: le toman el pulso, se arrodillan y se persignan antes de irse”. Pero hay una pequeña escena que resultó más significativa para el maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano: las mujeres usando las frazadas como camillas e intentando transportar los cuerpos de los heridos. “Intuí que había algo que ver con un aprendizaje de la violencia anterior y luego lo confirmé investigando en la cárcel de Buenos Aires y en Lima. Era una práctica surgida en los peores períodos de violencia entre Sendero y el Estado Peruano”, dice este hombre que vino al Perú y se internó en el valle de los ríos Apurímac y Ene (VRAE) para su investigación.

¿Son los cabezas de estos clanes el remanente de una célula senderista?
No. Es mucho menos que eso. La presencia de Sendero es más ligada a lo fantasmal. Lo que encontramos en Buenos Aires es el aprendizaje de aquella violencia y una mistura importante del desarraigo peruano. Su capacidad extraordinaria para generar, donde vayan, una república propia en términos culturales y territoriales, la ‘little’ Lima del abasto de hoy.

¿En qué destaca el peruano a diferencia del boliviano o paraguayo?
Yo también soy un migrante. Con la dictadura de Pinochet, mi familia tuvo que dejar Chile en el 75 y se instaló en Argentina. Y en el migrante hay una fortaleza casi mítica: no se puede mirar atrás cuando decide emprender ese camino. Y en la cultura peruana lo que termina siendo más fuerte que la mayoría de los migrantes del mundo es la migración previa: lo que ocurre entre 1970 y 1980. Todos vienen escapando de distintas violencias. Eso les significó un aprendizaje.

En el libro todos parecen querer enterrar su pasado más allá del vínculo con Sendero.
Uno de los protagonistas, Teodoro, ya venía de la sierra, y después había ido a la selva. Y su fantasía, que fue la de muchos peruanos, era irse a Venezuela por el petróleo. Pero no alcanzaba el dinero para el pasaje y terminaban viniendo aquí. Y a los que he conocido aquí, sigue siendo su deseo volver a migrar; cosa que yo no lo puedo entender. Quieren ir a Nueva York, a Madrid. Son tipos prósperos económicamente, pequeños capos que han labrado pequeñas fortunas. Tampoco los podríamos comparar con los cárteles colombianos o mexicanos. Están lejos de eso.

En el libro está bien enraizado el tema del barrio, ¿cómo son esos terrenos?
Vivir en esos territorios, en la pobreza peruana, donde la gente se está peleando todo el tiempo por todo, genera una conflictividad más lumpen vinculada con el malestar profundo que es vivir allí. Pero es parte del mismo vitalismo: eso mismo hace que vos en el Perú no veas a una persona sin trabajar.

¿Y cómo ha sido darles voces a estos personajes?
Ellos no hablan así. Es una versión de autor. Ese es el pecado máximo que he cometido en términos de periodismo y objetividad. Yo decidí crearles una voz a cada uno. Toda la información que está allí es verdad. Allí no te vas a encontrar con el resultado duro de los 6 años de investigación, y las casi 200 entrevistas. No las vas a encontrar como una cosa testimonial, desconfío profundamente de lo testimonial. En el libro busco una estructura que cuente mejor la verdad. Un defensor del periodismo más clásico me podría acusar de impostor, y a mí no me preocupa. Mi búsqueda no es la de demostrarle nada a nadie. Es una apuesta riesgosa. A veces pensaba que por eso mismo no ha habido interés en Perú de divulgar el libro; quizá no sabían cómo venderlo.

¿La historia es también la de cómo se vive en constante riesgo? ¿La traición como protagonista?
Cuando comencé a investigar creía que el riesgo era el único capital con el que contaban estos clanes; sobre todo en las faces iniciales del negocio. Luego descubrí su astucia: una inteligencia práctica e intuitiva que tiene que ver mucho con la vivencia de la naturaleza. Pero después me encontré con la traición: aparecía una y otra vez. Cada uno de ellos me decía este es un negocio de palabra, y mientras me lo decía estaban mandando matar a su competidor o a uno de sus compadres; ese compadrazgo que es tan hábil. Cada amigo hoy puede ser un enemigo mañana. La traición en el narcotráfico es un gran dinamizador del sistema: donde se da, se produce un vacío, y el sistema intenta llenarlo de todas las maneras posibles.

Y hay una especie de maldición rondando las historias. ¿El hijo del transa termina siempre mal?
Hay algo de la vergüenza y estigma que produce ser hijo de un narcotraficante, que parece que no se puede superar. Hay un daño simbólico que es muy difícil de restituir: el hijo del personaje de Alcira es el ejemplo lamentablemente perfecto. La traiciona y se queda en la calle. Ese estigma produce una rebeldía tal en los jóvenes que prefieren erigirse como ladrones que transas. Pero en la colonia peruana cruzan la frontera: son transas y ladrones. Es una doble moral muy peruana.

Es justamente el personaje de Alcira el que encarna más el melodrama del libro, con su empuje, se cae y se vuelve a levantar…
Hay un discurso autocomplaciente muy fuerte al respecto, que no encuentra ningún asidero en las decisiones de la vida real. Alcira llora porque su madre la maltrató, y el gran problema de hoy es que no sabemos qué debemos hacer para que deje de maltratar a sus hijos. Más allá de las explicaciones psicológicas y pedagógicas respecto a la violencia doméstica, lo cierto es que empiezan a disponer de unas herramientas que saben usar para traficar bien, pero no para amar mejor. No conozco a un transa feliz.

¿Ese es el precio al final para cada uno de ellos?
El sistema les cobra no solo la libertad, sino algo mucho más fuerte: si son mujeres, el costo es el doble, porque la masculinización a la que tienen que llegar es la pérdida de sus maridos e hijos; produce una enorme soledad. Alcira podría ser peruana, chilena, podría ser mi vieja o la tuya; mujeres llevadas a una soledad penitente, pero también drogadas de su poder doméstico, y unos hombres latinoamericanos con una masculinidad sitiada. Eso he querido mostrar en el libro: mi esfuerzo está en poner a un personaje que es tan clásico para América Latina como Alcira; mujeres que han parido este continente.

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