Tortillas, canicas y un cuchillo de Rambo

El informe que la Fundación de Antropología Forense presentó al Ministerio Público de lo que encontró en las fosas es lo único que puede explicar lo que pasó dentro del destacamento; hasta que un testigo que escapó tenga valor de declarar o un militar decida arrepentirse.

Que hubo torturas lo confirman los huesos y otras evidencias encontradas: un hombre murió con un alambre de acero y púas en la boca; una mujer tenía 8 mes de embarazo y dos niños menores de doce años aún guardaban sus canicas en sus pantalones cuándo los mataron. Otros cuerpos tenían quebrados los tobillos, amputadas las manos y varios con torniquetes en el cuello.

“Podemos decir que era un campo de tortura. Lo decimos por las evidencias que dan los huesos. Si usaron químicos, descargas eléctricas o asfixia en agua o cualquier otra, eso no se puede ver”, dice Claudia Rivera, la directora de operaciones de la Fundación.

Rivera explica que en muchos restos, más de la mitad, se encontraron evidencias de tortura: heridas que no causan la muerte instantánea. También hay indicios de que veintidós hombres fueron decapitados y un número similar, degollados.

–Hay un patrón que demuestra que hubo tortura: en la columna vertebral, acá atrás, –dice mientras pasa la mano por el medio de su espalda– y en las costillas había heridas de un objeto filoso, algo así como el cuchillo de Rambo con filo en ambos lados: lo metían y sacaban lastimando el hueso.

–¿No morían?

–No porque las heridas no parecen ser profundas, más bien eran para lastimar. Hay una playera encontrada que tenía más de 50 cortes.

–¿Y las decapitaciones?

–Ah… se notan porque hay varios intentos por cortar la cabeza. La vértebras al desunirse tienen una separación natural en cambio esos eran cortes con un machete o no sé, pero sí se notan varios intentos por cortarla.

–¿Y lo degollados?

–Esos también se identifican porque hay un corte acá –traza una línea imaginaria de una oreja a la otra oreja– y como hacen presión también dejaron muestras del corte en el hueso.

–Pero también había muchos que estaban atados de pies y manos…

–Si había, unos tenían disparos en la cabeza, en la parte de arriba, como que los hincaron y dispararon. También había quienes tenían heridas en las manos y brazos como si hubieran intentado defenderse de los ataques con machetes o cuchillos.

Marco Tulio Pérez trabajó por 10 años con familiares de las víctimas de Comalapa. Realizó cientos de entrevistas tratando el trauma. Una de las entrevistas valió por mil: habló con un superviviente de la base militar.

–¿Qué le contó?

–Dijo, con la condición del anonimato, que fue capturado en el pueblo por el ejército. Que lo llevaron y golpearon soldados. Lo lanzaron en una fosa de dos metros y que a veces sólo les daban una tortilla al día. Él logró escapar con otra persona más escalando la fosa y huyendo por un barranco. Se fue un tiempo del pueblo y volvió con los años.

–¿Es posible hablar con él?

–No, no dijo nada más. No quería hablar mucho, tampoco declarará en la fiscalía y con nadie más.

Pérez decidió en diciembre dejar todo atrás y salir casi huyendo hacía Londres para empezar una nueva vida.

Cumes también habló con ese hombre, que es una especie de leyenda para los pobladores de Comalapa y agregó nuevos detalles: “dice que gritaban que por favor les dieran agua y les daban lo que orinaban los soldados. También que los colgaban para pegarles y que gritaban de dolor.”

La historia en 100 metros

A San Juan Comalapa la llaman “la tierra de pintores” por el número de artistas y la calidad de sus obras. Otros, quizás exagerados, prefieren llamarla “la Florencia de América”. Algo se sospecha al entrar al municipio y ver en la pared del cementerio un mural de 100 metros narrando la historia del pueblo: la llegada de los españoles, el trabajo de los indígenas, el terremoto de 1976 y después soldados con armas y campesinos desangrándose.

Y es que estos dos últimos hechos están ligados.

El terremoto de 1976 destruyó al pueblo. Para salir adelante se crearon grupos de vecinos que colaboraron con la reconstrucción. Esto unió a las personas y fomentó que un tiempo después surgieran voces de inconformidad por el precio que les pagaban por sus productos: maíz, frijol, haba, trigo. Entonces empezaron a pedir precios más acordes al mercado.

El ejército supo de la organización del pueblo y envió a militares porque veía peligro que la organización fuera aprovechada por la guerrilla. Carmen dice que la mayoría de hombres que estaban en agrupaciones sociales o religiosas fueron secuestrados. Pérez refuerza la idea y explica que las esposas que declararon que llevaban una vida con iniciativa en el pueblo eran siempre víctimas.

El comandante del EGP César Montes dice que aunque tenían personas de la agrupación en el municipio no eran muchas. “Fue una fuerza desmedida. Había gente nuestra allí pero no era para ese tipo de agresión. Allí mataron a muchos inocentes, a niños de 10 años. Eso nos decían los informantes”.

–Comalapa es el destacamento dónde más personas fueron enterradas. ¿Por qué este nivel de fuerza?

–En ese tiempo estábamos ganando la voluntad de los pueblos y Comalapa estaba muy bien organizado. Había descontento por el precio de sus productos y como empezaron a pedir mejores condiciones ya los tacharon de comunistas, subversivos, aunque en realidad ellos querían precios justos. Sobre por qué los enterraron allí mismo es porque pensaron que jamás los buscarían, que estarían por mucho tiempo en el poder. Había militares más cuidadosos que otros. Por ejemplo, en Suchitepéquez o Retalhuleu preferían tirarlos al mar, que estaba cerca.

Un año antes de que los antropólogos descubrieran que la máquina que tragaba hombres en verdad sólo los escondía, un artista escribió al final del mural algo así cómo su firma:

“No supe nada de ti papá

De cómo fue tu muerte

Ojalá supiera en dónde fuiste enterrado

Para poder visitar tu tumba”

Carmen piensa que ese mismo joven regresará un día para continuar la historia, para agrandar el mural con la palabra “justicia”, y terminar de escribir la leyenda de la máquina que tragaba hombres.

 

Foto: Sandra Sebastián – Plaza Pública.-

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