-¿Qué cosas decías en aquella carta fundacional que si tuvieras que escribirla otra vez ya no dirías o ya no pedirías?
– Sigo sosteniendo lo mismo. Creo que debemos pensar en comunidad, que no hay otro camino. Y que la solución de México pasa por un esfuerzo magnánimo de la sociedad civil, que por otro lado es, inevitablemente, lento y a veces desesperanzador. Pero nos ayudamos entre todos y tenemos cómplices en muchos sitios. Eso es fundamental: no sentirnos solos. Lo que sí añadiría hoy es que debemos aprender a perdonarnos. Eso vendrá después, supongo, pero nos costará tanto reconstruirnos…

– ¿Qué opinás del trabajo de los cronistas mexicanos?
– Hoy los cronistas pasan por otro proceso. Son, incluso de manera involuntaria, activistas. El trabajo solidario parece casi una afrenta y es motivo de amenazas. Han tratado de juzgar al Padre Alejandro Solalinde o recientemente han cerrado el refugio que tenía Lydia Cacho en Cancún. Por suerte tenemos cronistas como Sanjuana Martínez, Diego Osorno o Marcela Turati (tres ejemplos de colaboradores del portal) que nos permiten un acercamiento real y muy humano al conflicto. Creo que gracias al trabajo de mucha gente y muchos medios, tenemos la sensación de que hay alguien como nosotros contando lo que vivimos, más allá de la información. Para mí en México, y en muchos otros lugares de América, los cronistas son la decencia del país. Están haciendo lo que se debe de hacer. Y eso es mucho.

– ¿Cuánto ha cambiado el modo de narrar, de contar la violencia?
– A mí la crónica histórica nunca me ha interesado, pero leída por Froylán Enciso, que tiene un blog impresionante en el portal que se llama Postales Fantásticas, me parece fascinante. Creo que el modo de contar ha cambiado mucho, no sólo en la crónica sino también en la ficción. Hoy es más visual, trata de ser más efectista en el texto y menos en el tema. Eso no significa que forzosamente sea mejor, pero sí está más dirigido a la mayoría de lectores contemporáneos. Ahora que he convivido con más cronistas, veo que es algo que tienen. Una especie de olfato que, obviamente, combinan con los mismos inputs con los que convivimos, y que han sacado cosas de la música, la literatura, el teatro. Además creo que hay medios como Etiqueta Negra o Gatopardo que, gracias a la exigencia de sus editores, han cambiado la perspectiva en lo que a la comprobación de datos se refiere. La crónica no tiene que hablar de una información, a fuerzas, puede hablar de un rumor. Y eso lo convierte en un género muy adictivo. Es casi una manera literaria de entender el mundo. Una construcción de la verdad.

 ¿Cómo nace el Mapa Latinoamericano de Nuestro Futuro y el libro Nuestra Aparente Rendición?
– Para hacer el Mapa Latinoamericano… invitamos a 52 escritores de todo América Latina, de habla hispana, a que nos contaran de qué modo la violencia extrema en sus países había afectado su intimidad, su entorno y/o su sociedad. El segundo fue NAR, que apenas acaba de salir impreso y que es una antología de textos del portal cuyas regalías van para financiar las Becas por la Paz. Junto con la organización Nuestras Hijas de Regreso a Casa, diseñamos este proyecto con la intención de becar a los huérfanos y huérfanas de las mujeres asesinadas de Ciudad Juárez. Ahora estamos trabajando en el tercero: Intervención Literaria, que edito junto a Emiliano Ruiz Parra. La verdad es que todo el mundo ha sido muy generoso. Es difícil rechazar una invitación directa a colaborar en un libro cuyos royalties van para víctimas. Y poco a poco muchos escritores e intelectuales que veían la idea con desconfianza porque les parecía ingenua -lo pueden leer en una carta que nos manda Rafael Lemus  para el Primer Aniversario en NAR- se han sumado a nuestro trabajo común.

– ¿Cuál debería ser, a tu criterio, el rol del intelectual en la vida política?
– En situaciones extremas como la que hoy vivimos en México, creo que los intelectuales tienen una obligación con la ciudadanía. Siento que son -y somos-, en muchos aspectos, los privilegiados. Y la situación ha llegado a un límite en el que hay que posicionarse. No políticamente, pero sí socialmente. Hay que estar al lado de las víctimas. Eso, en masa, no ha ocurrido. Es algo que resiente. En México, por otro lado, hay un complicado sistema de becas a artistas que ha enmudecido a varios. Lamento decir eso, porque muchos de esos escritores e intelectuales son mis amigos y los quiero. Pero no están a la altura de lo que está ocurriendo ni de las necesidades urgentes de la ciudadanía.

– ¿Cuál es el futuro de NAR?
– No vamos a parar, de esto estamos seguros. Creemos que podemos hacer muchísimas cosas. Hay mucha gente que confía en nosotros y que nos ayuda. Y tenemos complicidades muy establecidas. Llegaremos hasta donde podamos. Próximamente queremos convertirnos en una plataforma activa con la que esperamos incidir en lugares distintos. Nos preocupan, especialmente, los trabajos en comunidades, la salud emocional de los reporteros y los activistas, la inclusión de los académicos. Tenemos muchos proyectos y los vamos abriendo a medida que se solidifican los que ya tenemos abiertos. ¡Hay tanto por hacer!

Foto tomada de Artemisa Noticias

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Artículos publicados en NAR

El Paso, Texas: la pérdida de la frontera. Por Sergio Troncoso.
Culiacán, el lugar equivocado: vida cotidiana y narcotráfico. Por Magalí Tercero.
Phantom Fear. Por José Manuel Prietto.
Canción para empujar una silla de ruedas. Por Ángel Ortuño.

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