“La prensa de Dios lleva poster central/ el bien y el mal definen por penal/ Qué ves?/ Qué ves cuando me ves?”

Que ves – Divididos

Yo soy esa chica que se viste distinto, que escucha otra música, que lee.

Yo soy esa, “esa”, la que se queda afuera a veces porque elige hacerlo, a veces porque la obligan a hacerlo.

Yo soy esa, la que tiene buenas notas porque el colegio es aburrido pero fácil, y la mayoría de los profesores ni sabe quién soy.

Yo soy esa, con la cabeza recostada en la almohada, los auriculares puestos y pensamientos adolescentes: un día quiero poner una bomba en el colegio, otro planeo irme a California a vivir con los Red Hot Chili Peppers, otro comienzo una dieta, otro me atraganto de alfajores y papas fritas, otro quiero el pelo negro, otro quiero el pelo rojo, otro día me quiero, otro día me odio.

Yo soy esa, la ausente, la que molesta, la que sobra.

Yo soy esa, la que la profesora a veces pone de ejemplo cuando todos sacan notas bajas y yo un diez, la que vive en ese sitio intermedio donde aún es obligatorio ir a cumpleaños de abuelos y tías viejas, de vacaciones con la familia, la que debe cumplir horarios.

Yo soy grande para ciertas cosas –debo saber que el embarazo adolescente es una desgracia, que la droga es mala, que el alcohol hace que me puedan violar o abusar de mí, que no puedo vestirme como se me antoja porque si me pongo un short “provoco” y si me tapo toda “algo malo tengo” -, es decir: ya soy grande. No puedo pegar más mocos y chicles en el banco del colegio. Ya soy grande, soy grande, soy…

Yo soy chica para ciertas cosas- no puedo opinar sobre actitudes familiares “porque es cosa de adultos”, tengo que cuidarme al extremo porque me pueden secuestrar y matar solo por ir a pasear a la plaza, en el colegio mis opiniones no son tomadas en cuenta porque quién soy yo para opinar, no voto aún, no puedo manejar un auto ni una moto, no puedo tocar guitarra ni escuchar música tarde, debo dormir porque tengo colegio, debo, debo, debo…

Yo a veces tengo fe, a veces tengo demonios, a veces no creo en nada, a veces me importa todo, a veces me importa nada.

Yo a veces me mando cagadas y me castigan, a veces me porto bien “pero es mi obligación”, a veces quisiera ser una planta a la que hay que regar cada tanto y ya, a veces quisiera ser mi gato que con comida, agua y piedras vive feliz, a veces siento que voy a llegar a presidenta, a veces quiero morirme, a veces quiero matarlos a todos, a veces me gusta estar viva.

Yo fui esa.

Hace muchos años, pero lo fui.

Desde mi adolescencia nada ha cambiado importantemente en las instituciones: familias, colegio, salud.

Lo que no hice, y ahí no fui esa, es llevar un arma al colegio.

Porque en lo social si que ha cambiado mucho la cosa: los riesgos ante la falta de seguridad de la que son víctimas lxs adolescentes, el colegio cada vez más aburrido e incontinente, la falta de espacios en lo colectivo, la paranoia social que determina que en muchos hogares haya armas para “defensa personal”. Tal vez no las haya en cada casa, pero si las hay en muchas casas: lo vemos a cotidiano en el aumento de, por ejemplo, femicidios a manos de miembros de seguridad, muertes violentas por causas estúpidas –discusiones entre hinchas de equipos rivales, venganzas barriales por infidelidades-, y –desde el ingeniero Santos para acá- en los “ajusticiamientos” por mano propia.

El jueves una chica de 15 años en una clase de geografía se puso los auriculares, sacó un arma y se disparó.

Como millones de adolescentes en este país y en el universo, debe haber pensado, llorado, puteado, sufrido pensando en matar o matarse. La diferencia es que no cualquiera puede llevar a cabo lo que llamamos en psicoanálisis “pasaje al acto”. Por suerte la mayoría no lo hace, no lo hicimos, no lo haremos.

Brevemente: el pasaje al acto es incomprensible. Está más allá del principio de placer, es pura pulsión de muerte. Pero hay signos previos? Sí.

El otro día leía un comentario breve: la psicóloga de una adolescente reaccionó ante los cortes que se había provocado la chica diciéndole a la madre que “eran un llamado de atención, no tenían importancia”.

Son esos momentos en que mi primera sensación es pedir disculpas: la profesión no justifica. Pero duele.

Por eso hoy no tuve ganas de escribir algo más académico: me pensé como adolescente. Y ví que no ha cambiado mucho.

Hay que volver a la palabra.

Y tener mucho deseo para que la adolescente pueda sobrevivir.

Y en ese “sobre”, vivir.

De eso se trata.