Los detalles todavía no son claros: algunas versiones dicen que la mujer esperó dos horas en la guardia, otras cuatro. Lo cierto es que tuvo a su bebé en el piso del Hospital Santojanni, que el caso trascendió porque varios pacientes lo filmaron, pero que casos como este suceden todo el tiempo.

 

¿Qué es la violencia obstétrica?

La obstétrica es un tipo de violencia de género y está naturalizada. Tanto que a veces las mujeres demoran en ser conscientes de que el padecimiento que sufrieron durante el parto no era necesario ni culpa suya. Al maltrato que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las mujeres, la ley 26.485 -de protección integral a las mujeres- lo cataloga del mismo modo que especifica la física, sexual, psicológica, económica y laboral.

“Se trata de alguien que, en una situación de poder -desde la administrativa hasta la enfermera y el médico-, abusa de una mujer que está en un estado de vulnerabilidad emocional”, dijo a Cosecha Roja la psicoanalista Miriam Maidana. La violencia aparece en forma de trato deshumanizado, de abuso de medicamentos, de patologización de la mujer y su bebé. Según Graciela Vargas – partera especialista en género-, “han logrado ir alterando algo que fisiológicamente el cuerpo sabe hacer”.

Cosecha Roja viene publicando una serie de notas sobre el tema, que pueden leerse aquí.  Entre las cientos de historias que recolectamos junto con Las Casildas, hay varias similares a las del Santojanni.  Según el relevamiento del Observatorio del Violencia Obstétrica, más del 50% de las mujeres que fueron madres sufrieron ese tipo de violencia.

Un relato de ejemplo:

“El 25 de septiembre de 2012 rompí bolsa. Me acerqué al Sanatorio Cruz Celeste de Villa Luzuriaga casi sin contracciones. Era un feriado especial, que sólo se dio por ese año, y no había camas ni lugar físico para mí. Me mandaron a un cuartucho en la planta baja, que tenía artículos de limpieza y un par de camillas. Ahí tenía que esperar hasta que se desocupara una cama.

Llegó una señora con la cartera puesta y, sin siquiera descolgársela ni presentarse, me hizo el primer tacto. Como no dijo quién era yo creí que era una asistente, pero a los cinco minutos de conocerme me quiso mandar a cesárea.

– Mirá, conozca o no conozca a la bebé, yo a las diez de la noche estoy en mi casa – dijo.

Los doctores terminaban su turno media hora después y, por el feriado, no volverían hasta la noche siguiente. Me prohibieron pararme o ir al baño y me asustaron, me dijeron que mi hija se iba a ahogar con el cordón si yo me movía mucho. Yo lloré y pataleé hasta que me ingresaron en una habitación. Tacto va, tacto viene, apareció una segunda partera y no me dijo que podía descansar. Entonces yo me quedé atenta, despierta toda la noche, aunque hacía más de 30 horas que estaba ahí.

Mi mamá y mi compañero me ayudaron a contar las contracciones. Yo no me paraba. Su total desinterés hacia mi persona realmente me hirió, pero estaba tan asustada que ni mandarlos a la mierda pude. La segunda partera se fue sin saludar y llegó una tercera, que era un sol. Ella realmente me quería asistir. Pero mi hija y yo ya estábamos cansadas y me di por vencida y por herida. Mi bebé nació después de las treinta y seis horas más emocionalmente hirientes de toda mi vida.