AdolescereMiriam Maidana* – Cosecha Roja.-

Catalina tiene 13 años y acaba de parir. No sabe qué hacer con el bebé. El bebé no deja de llorar y Catalina lo mira como perdida. El bebé y ella están en estado de alteración permanente y su pareja se enoja: tiene que descansar. Las peleas reviven la historia familiar: gritos, golpes, portazos. Catalina casi no duerme. Para la obstetra es una adulta. Ella es sólo una niña sin su mamá que no puede descifrar por qué llora el bebé. Llegó a cambiarle el pañal 12 veces en un día. Y lo ahoga dándole pecho y mamadera. El bebé reingresó al hospital ahogado y violeta. Una vecina llamó a la ambulancia.

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Catalina tiene cinco meses de panza. No se controla y es como una hormiga viajera: un día o dos vive con una tía, una semana con otra. La madre está en Mar del Plata, se fue tras un amor de una noche que le prometió una vida diferente aunque los golpes fueran parecidos. El padre está preso por violación, una causa ligada. Catalina está embarazada de un muchacho que le lleva 10 años. Catalina está embarazada porque un día tuvo su primera menstruación y biológicamente pudo embarazarse.

A Catalina la panza le molesta: “gorda, así estoy”. Vino al hospital porque tiene ardor y dolor “abajo, me arde abajo”. Una acompañante terapéutica la guía hasta la guardia y sí, Catalina tiene lo mismo que casi un 40% de las chicas que llegan con dolores y que en muchos casos terminan con un parto prematuro: infección urinaria. Le recetan unos antibióticos posibles en su condición, se queda a almorzar y de la mudez pasa a moverse como si estuviera en su casa. Levanta la mesa, lava, está tranquila.

Algunos jueves viene al Espacio de Embarazadas y Madres del hospital perdido del conurbano. Se integra al Taller de Lectoescritura –dejó el colegio a los 9 años-y festeja su cumpleaños número 13 con 7 meses de embarazo. Va a las entrevistas médicas con la AT,  no hay familia que acompañe. Ya sabe que espera un varón. Ella quería, como todas las nenas, una nena. Todavía no pensó el nombre para el bebé. “No, yo pensé que estaba gorda nomás”.

Esto es algo que se repite a menudo: no hay un pensar en el bebé. No se piensan nombres, ni cómo se lo alojará, donde dormirá, que apellido llevará. El bebé es esa panza remitida a la gordura. Y es también lo que marcará la soledad entre sus pares: las niñas embarazadas ya no van a bailar cumbia, ya no las invitan. No amanecen consumiendo con sus amigos en la esquina. Ya no son divertidas. “Es como que de pronto yo no existo más”, dice Catalina. Porque el novio sigue con su rutina, que incluye previa, baile hasta la madrugada los sábados, resaca dominguera.

Catalina en cambio está gorda. No duerme bien en ningún lado, necesita ayuda para incorporarse. “Soy una Vallena”, escribe de sí misma. En el taller de Lectoescritura aprende que ballena va con b larga.

Cuando tiene crédito habla con su mamá, que sigue en Mar del Plata. Le dice que no se preocupe, que cuando nazca el bebé puede ir allá a visitarla. Catalina un día llora y dice: “Yo necesito que mi mamá esté acá cuando tenga al bebé”. Allí no hay operadoras ni acompañantes terapéuticas que suplan: toda niña necesita de su mamá cuando están esperando el momento de ingreso al quirófano. Los hospitales maternos son territorios femeninos.

En el equipo nos preguntamos qué pasa con las parejas de estas chicas. Y la metáfora fue la respuesta: son como jardineros. Embellecen el jardín, lo dejan listo para que florezca y cuando la semilla prendió, parten.

Catalina ya está que revienta, es pura panza de ocho meses. Ahí aparece en escena la suegra, una señora sacada de una película de Disney, con el pelo canoso, muy amable. Tiene 18 hijos: “En mi casa hay dos ollas enormes de aluminio. Lo que se consigue en el día va a parar ahí, y se reparte en partes iguales. Catalina es bienvenida a mi hogar con mi nieto: son dos más que compartirán la olla”.

El bebé de Catalina ya tiene un nombre: Lionel (por Messi). Y dos más. De no tener ni uno pasa a tener tres. El exceso atraviesa.

En la visita con la obstetra le cuentan que Catalina dará a luz sin la mamá. El padre del bebé lo apellidará, pero trabaja muchas horas y no puede pedir el día. La suegra tiene que ocuparse de llenar las ollas de aluminio para los 18 hijos e innumerables nietos. Y Catalina es una nena. La obstetra no acuerda: según la Organización Mundial de la Salud, a los 13 años ya tiene categoría de mujer. Hay, en cambio, diversos informes que advierten sobre la diferencia entre el cuerpo biológico y lo psíquico.

Catalina tiene una falsa alarma: contracciones y dolores. Ingresa por guardia, le dan un calmante y la mandan de nuevo a la casa de la suegra, donde hemos conseguido que se quede el último mes. No puede seguir viviendo de casa en casa.

A la tercera “falsa alarma” queda internada y nace el bebé con casi 4 kilos. “Cuando tuve la cabeza del nene entre las piernas ahí me internaron”.

La visitamos en la sala y no le baja la leche. Está dolorida, cansada. Hay enojo hospitalario y la misma consigna que estamos un poco hartas de escuchar: “Para abrirse de piernas no tienen problemas”.

El novio de Catalina está construyendo una casilla en un terreno fiscal pero lejos de donde vive su familia. Dice que irán a vivir allí con el bebé. No nos parece. Catalina mira a su bebé con ajenidad. Y sigue pidiendo por su mamá.

La realidad de la mamá en Mar del Plata es la misma que acá. Su novio la golpea. No puede llevarse a Catalina, ¿a dónde la va a meter? Ya tiene bastantes problemas.

La documentación del bebé de los tres nombres es otra pesadilla: Catalina necesita un “adulto responsable”. Alguien del Juzgado insinúa que vaya a ver al padre a la cárcel. Finalmente firma la madre no como responsable, sino como vínculo biológico. Y Catalina se va con ella a Mar del Plata. A los diez días está de vuelta. Se va a vivir a la casilla con el padre del bebé. Regresan al hospital.

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Lionel está en Neonatología y Catalina con nosotras. Por fin habla. “Yo no existo: como no me baja la leche le doy mamadera, pero no sé leer las instrucciones, eso que viene al costado de la caja. Le doy cuando llora, pero llora siempre….no estoy bien: sigo gorda, lloro, me siento sola…hago todo mal, y mi pareja me dice que estoy fea, que no me arreglo”.

Acordamos con Neonatología que el bebé quede internado hasta que Catalina pueda atravesar su depresión post-parto. Organizamos una reunión con Servicio Social: la suegra se hace cargo de que Catalina no puede vivir sola con el bebé. Vivirá con ella y su familia. No le dará el pecho “obligatoriamente”: no porque consuma, sino porque está agotada.

Enlazamos a Catalina con Planificación familiar: se dará inyecciones. Y el seguimiento será en la Unidad Sanitaria. La descentralización funciona: queda a dos cuadras de la casa de la suegra.

Hace un mes, acompañando a una paciente por guardia, me cruzo con Catalina: Lionel está enorme. Lo trajo a vacunar. Saca un sobrecito donde tiene las libretas de controles, “ahora llora menos, estamos mejor”. Se quedó viviendo con la suegra. Las ollas de aluminio siguen llenándose con lo que se consigue. Y cuando nos cruzamos con la obstetra le decimos: “Hoy vino Catalina con el bebé. Están bien, y ella no se embarazó de nuevo”. La obstetra nos dice: “No sé para que pierden tanto el tiempo con estas chicas….”.

Foto: Lucia Baragli

*Psicoanalista

Notas:

1-   En octubre de 2013 el Fondo de Población de la ONU publicó el informe “Maternidad en la niñez: enfrentando el embarazo adolescente”. 7.3 millones de embarazos en el mundo son de niñas y adolescentes menores de 18 años. La jefa de Salud Reproductiva del organismo, Laura Laski, dijo: “El embarazo en la adolescencia es un pasaporte seguro para vivir en estado de pobreza el resto de sus días”. Se relaciona con el abandono de la escolaridad, la ausencia de proyectos, la pérdida de red social.

2-  En el mismo informe el Dr. Babatunde Osotimehin, del mismo organismo, dijo: “Una chica de 10 años es una niña. Si lo veo desde mi punto de vista de médico, y comprendiendo cómo el cuerpo funciona… 10 años, 12 años, todavía se está creciendo, no tiene todo lo que ella necesita para tener un embarazo. Es una niña. ¿Cómo esperamos, y por qué lo hacemos, que un niño soporte un embarazo? ¿Cómo podemos como comunidad global aceptar que una niña de 14 pueda ser una madre? Es una violación de sus derechos fundamentales, y no debemos permitir que esto ocurra”. Y es que cada día, para cerca de 200 niñas adolescentes, el embarazo a edad temprana termina en la máxima violación a sus derechos: la muerte.

3-   En el caso de Catalina el padre de su bebé era mayor de edad, pero en la mayoría de los embarazos en niñez y adolescencia los padres son también adolescentes. En general en el mundo hospitalario son ignorados en cuanto a acompañamiento de sus parejas: no hay programas dirigidos a ellos específicamente, ni tienen espacio en el momento de parto y post-parto. Una postal repetida en los pasillos es una madre adolescente con el bebé y el padre atrás, cargando un bolso, o tirado en una silla escuchando música o hablando por celular.

4-    No dejamos de advertir que una parte de embarazos en niñas y adolescentes son producto de violaciones y/o abusos reiterados, que generalmente son llevados a cabo por miembros de la familia cercana y/o círculo próximo.