embarazo

Cosecha Roja.- 

* El texto es parte de los relatos de violencia obstétrica recolectados por Las Casildas y Cosecha Roja. Las mujeres cuentan en primera persona sus experiencias durante el parto. 

“Basta, no puedo más, déjenme”

– Tranquilo, rompí bolsa.

Eran las 8:50 del 21 de septiembre cuando lo desperté a Nico. Estaba feliz y empapada, sentía cómo bajaba ese liquido que me decía “hoy nace Joaco”. Siempre lo soñé, lo deseé tanto e imaginé mi parto natural perfecto cada día de mi embarazo. Leía, miraba videos, me unía a grupos y hablaba todo el tiempo de cómo quería que fuera.

Me bañé y muy relajada organicé algunas cosas. Enseguida llegó mi amiga que me iba a llevar al Sanatorio Ipensa en la ciudad de La Plata y me ayudó a controlar las contracciones. No dolían nada aún. Llegamos a la sala de espera emocionados con Nico, lloramos, íbamos a ser papás.

Me atendió Soledad, la partera del obstetra Diego Gorza, con quien había hecho el curso de preparto. Me hizo el primer tacto, le contó cómo estaba y me dijo que ella no se podía quedar conmigo porque estaba en otro parto. Una enfermera me puso suero con un antibiótico porque tenía estreptococo y yo preguntó para qué era. “¿Vas a preguntar todo?”, me dijo.

Pasé la primera dosis y me preguntaban si sentía dolor. No, apenas retorcijones y ganas de ir al baño. La cara de la partera me pareció rara, yo seguía preguntando. “Sí, sí, está lindo, blandito”, me respondía. Después de tres o cuatro tactos me puso la segunda dosis del antibiótico y me dijo “vamos a inducir un poquito”. No recuerdo otra cosa que dolor, miedo, calor sofocante, ira y enojo. No entendía lo que me estaba pasando y sentía que algo andaba mal. Estaba sola con mi marido que no podía sostenerme. La partera iba y venía solo para hacerme tacto.

– ¿Otra vez?

Yo preguntaba pero no recibía respuesta. Pasaron las horas y yo no quería que me pusieran la peridural pero tampoco me había informado bien sobre los efectos de la oxitocina. “No podemos seguir así. Bajamos y ponemos la peri, dale?”, me dijo. Fuimos a la sala de parto y entre ascensores, pasillos, luces blancas y ruidos feos, yo ya no sentía conexión con mi panza. Sólo quería que el dolor terminara.

La partera miraba su blackberry en silencio y de vez en cuando me dirigía para pujar con sus dedos adentro de mi vagina. Una hora después llegó el anestesista. Sentí alivio con la peridural y me sirvió para respirar. Pero todo se detuvo por completo. En el monitoreo nos decían que Joaco estaba bien pero todavía alto y de repente… dolor. Se me había ido el efecto de la anestesia y estaba en 9 de dilatación: Joaco no nacía y yo ¡no entendía nada! Tenía mucho miedo. Cuando llegó el obstetra me hicieron otro tacto junto con la partera.

– Basta, no puedo más, déjenme – grité y los saqué a patadas.

– Algo está pasando, la naturaleza nos avisa que algo le pasa a Joaquín, está muy alto, en el mismo lugar desde que llegaste. Tenemos que hacer una cesárea – me dijeron.

Empecé a llorar y gritar. Pedí que entre Nico y fuimos al quirófano. Empecé a temblar, a sentir como se movía mi panza en movimientos extraños, un gusto feo en la boca. Le pedí a mi marido que me cante.

Así llegó Joaquín, con dos vueltas de cordón a las 9 y media de la noche, luego de doce horas de trabajo de parto. Fue una pesadilla. Me lo mostraron de lejos, le di un beso casi sin poderlo mirarlo y se lo llevaron. A mí me cosieron, me dejaron sola en el pasillo y me hicieron el chiste de ir a comer una picada porque era sábado y todavía estaban ahí por mí.

Cuando me trajeron al bebé inmediatamente lo puse en la teta. No hay un día que no me duela la herida, que no piense en esto. Todavía no tuve el valor de hacerme una ecografía para saber por qué me sigue doliendo. Pero desde entonces – y con Joaquín que ya tiene 28 meses- me convertí en una militante que acompaña a otras mujeres en la lactancia y en la crianza.