damianfernandezpituIIJulia Muriel Dominzain – Cosecha Roja.-

Un mural en una pared del barrio Libertador, una pintada que dice “no es un adiós, es un hasta luego”, dos tatuajes en la piel de sus hermanas, una maceta con su foto en los tribunales de San Martín, unos cuantos vecinos que se animan a declarar en la causa contra el policía que lo mató y un santuario que le hicieron los amigos en la esquina donde paraban. Esas son las marcas que dejó la muerte de Damián “Pittu” Fernández. El domingo se cumplen tres meses del asesinato del pibe de 18 años en el barrio Libertador.

Aquel domingo 7 de diciembre, Pittu estaba con amigos en la calle de siempre. Les acababa de llevar unos choripanes que sobraban del cumpleaños de su hermana. El policía José Andrade se bajó del móvil a los tiros y le atravesó la cabeza de un disparo. Minutos antes dos pibes entraron al barrio a toda velocidad en un auto blanco. Frenaron en la esquina, se bajaron y corrieron por el puente peatonal que cruza el arroyo y que une los barrios Libertador y 9 de julio. Uno dobló para la derecha, el otro para la izquierda y se perdieron en la oscuridad. Atrás venía Andrade en una camioneta del Centro de Prevención Ciudadana de la Bonaerense. Detuvo la marcha, se bajó y empezó a disparar. Según contó Verónica Escobal -abogada de la familia- a Cosecha Roja, el policía gatilló entre siete y nueve veces. Cuando empezaron los tiros uno de los amigos de Pittu se cubrió atrás de un muro y los otros dos se refugiaron detrás de la garita del Gauchito Gil. Él no alcanzó a moverse.

Ese lugar, donde Pittu estuvo por última vez, ahora está pintado con los colores de River, el equipo del que era fanático. Lo hicieron sus amigos, que también pusieron unas cerámicas a los costados y unas tejas como techito. Cada vez que van llevan una foto suya, prenden unas velas y, a veces, le encienden un cigarrillo.

La causa está en el Juzgado de Garantías número 6 y la carátula es “homicidio agravado por abuso de función de integrante de las fuerzas de seguridad”. El caso avanza con algunas dificultades. Escobal contó a Cosecha Roja: “Supuestamente el 911 no les funcionaba en esos días así que no hay registro de los llamados. Tampoco tienen el recorrido del móvil porque no funcionaba el GPS. Encima no había cámaras de seguridad alrededor ni en esa esquina”.

Además de Andrade hay una oficial acusada, que también viajaba en la camioneta pero no se bajó. Ambos están en libertad hasta que se terminen de juntar las pruebas. Según Escobal, la pericia balística confirmó que el arma que se disparó fue la del policía. El agente declaró que estaba siguiendo a “dos delincuentes” y que hubo un enfrentamiento. Los testimonios recabados aseguran que las balas iban para un solo lado.

Durante estos más de 90 días, la familia buscó que los testigos se animen a declarar. “En el barrio la gente tiene miedo. Es común en los casos que involucran policías”, dijo a Cosecha Roja Escobal. Ya consiguieron que tres vecinos se acerquen a la Justicia a aportar sus relatos.

Una vecina que vive en la esquina le contó a Jésica Fernández (hermana de “Pittu”) que estaba con la abuela, que escucharon una frenada, que vieron a dos pibes pasar corriendo, que escucharon los tiros y vieron caer a otro pibe. “No sabían que era Pittu, después se dieron cuenta y le empezaron a gritar a la policía que deje de tirar”, contó Jésica a Cosecha Roja. Ella también dijo que nadie le disparó al policía.

Esa noche, en el barrio, alguien gritó “¡Mataron al Pittu!”. Los oficiales, en vez de médicos llamaron refuerzos. Minutos después llegaron tres móviles y reprimieron a los vecinos. “Se encontraron 47 casquillos de escopeta”, contó Escobal. Intervino la fiscal Alejandra Alliaud de la UFI 1 que apartó a la fuerza y delegó la investigación a la Gendarmería.

***

“Riéndonos como amigos
caminando como hermanos
mirándonos como cómplices
amándonos con el alma”

Esa es la estrofa que “Pittu” y sus tres hermanas tenían planeado tatuarse. Cada uno iba a llevar una parte en la piel. Él había elegido la que dice “amándonos con el alma” y sus deseos eran órdenes. Como era el menor y el único varón, ellas se desvivían por darle los gustos. Pero cuando lo mataron, las hermanas tuvieron que cambiar los planes. Ingrid se tatuó “no es un adiós, es un hasta luego” y Jésica una estrofa de una canción de Tercer cielo (un dúo de pop cristiano de República Dominicana):

Un día te veré
tan solo estás durmiendo, yo lo sé.
Un día te veré
y no más despedidas esta vez”

***

Pittu no llegó a saber que River salió campeón de la Sudamericana. “Amigo, debés estar re feliz, 2 a 0, si estuvieras acá estarías descansando a todos los bosteros, se te va a extrañar una banda”, le escribió un amigo en Facebook la semana de su muerte. Quería tatuarse “CARP” (Club Atlético River Plate) pero Jésica, la hermana mayor que lo crió cuando la mamá los abandonó, no lo dejó: ella es bostera y vivían burlándose. Sí lo acompañó cuando se tatuó “Miguel”, el nombre del papá de los cuatro. “Mi viejo es maravilloso, nos da todo. Pittu era parecido a él”, contó Jésica.

“No era como los pibes de su edad que si los abrazás te tratan de cargosa. Estaba lleno de amor y era muy cariñoso con nosotras. Venía en cualquier momento, te agarraba por la espalda y te cantaba un reggaetón”, recordó. Era coqueto, usaba crema y se peinaba con gel. Los miércoles y jueves jugaba a la pelota con los pibes del taller del tío, en donde trabajaba. Y los domingos comía con la familia: papá, las tres hermanas y los cuatro sobrinos. No faltaba casi nunca, salvo cuando la novia lo invitaba a salir. “Me acuerdo que hace unos meses, un domingo a la tarde, pusimos la pava para tomar mate, lo llamó la novia y nos dejó colgadas”, contó Jésica. Desde entonces lo cargaban y el grupo de guatsap que compartían se llamaba “Dami culón, deja tirado”.