Por Redacción – Cosecha Roja

Un hombre, de cuarenta y seis años, entra al Centro de Cuidados Intensivo neuroquirúrgico de la Asociación Española Primera de Socorros Mutuos, una de las mutuales privadas más reputadas de Montevideo donde comenzó trabajando de auxiliar de limpieza, y le inyecta una jeringa de aire a un paciente. Se crió con su abuela porque su madre no lo quería, dudó siempre de que su padre fuera su padre, y fue violado por un pariente cuando era adolescente. Tiene el cabello negro, no toma alcohol ni se droga mide un metro ochenta de estatura y es algo tímido: hace años que vive en concubinato con su novio. El hombre está destrozado: no sabía en qué andaba su pareja.

Otro hombre, de treinta y nueve, entra en la unidad cardiológica del Hospital Público Maciel. Se queja  mucho de los pacientes, los baña, se ensucian y hay que volverlos a bañar. Apaga las luces y le inyecta una dosis de morfina a un hombre hospitalizado. Después deja junto a la víctima una ampolla de antropina, un medicamento recetado por los médicos para aumentar el ritmo cardíaco. Y llama a sus colegas para alertarlos por los sonidos de alarma. En su casa, la policía encuentra un cóctel lítico para inducir la muerte por medio de medicación depresora de las funciones cardíacas: morfina, fenergan o dormicum.

Son, respectivamente, Ariel Acevedo y Marcelo Pereira. Son uruguayos, son enfermeros y están presos. Se conocían, aunque no han podido probar que actuaran juntos. Son quienes, desde el pequeño país oriental, hoy asombran al mundo.

El caso

A principios de enero la policía uruguaya recibió una denuncia anónima del Hospital Maciel. Comenzó a investigar algunas muertes dudosas en el nosocomio. El 12 de marzo, Gladys Lemos, una mujer diabética de 74 años, murió repentinamente poco después de recibir el alta médica. Había estado internada diez días por diversos problemas físicos pero los médicos habían logrado estabilizarla. Sin embargo, tras recibir el alta, se descompensó y poco después murió. La policía encontró una jeringa cerca del cuerpo con restos de lidocaína que no le había sido recetada por los médicos. Después se determinó que la jeringa provenía de otro centro hospitalario privado: Asociación Española. La policía llegó a Marcelo Pereira, que trabajaba en el hospital y también en la Asociación Española, de donde había robado la jeringa. La pista llevó a su colega en la clínica privada, Ariel Acevedo.

Los investigadores no pueden asegurar todavía que los enfermeros estuvieran confabulados. Pero cuando lo detuvieron, Acevedo le mandó un mensaje de texto a Pereira: “No me inculpes, maldito”.

El domingo fueron procesados por el delito de homicidio especialmente agravado, y asistieron a una audiencia ante el juez.

– No soy dios y me equivoqué-, le dijo Acevedo al juez. Por fotografías, reconoció once víctimas a las que había matado inyectándoles aire en las venas. Dijo que era por compasión, para mitigarles el dolor. Pereira reconoció cinco crímenes, e invocó las mismas razones para explicarlos.

Sin embargo, el juez Penal Rolando Vomero, adelantó que si bien casi todos los pacientes eran viejos, había entre ellos quienes no padecían enfermedades terminales, y hasta quienes habían sido dados de alta. El dato complicaría una eventual estrategia de las defensas. Una enfermera de la mutual Española fue detenida y procesada por encubrimiento.

El ministro del Interior de Uruguay, Eduardo Bonomi, descartó que los enfermeros integraran una mafia de tráfico de órganos por la edad avanzada de sus víctimas. Pero dijo que pueden ser muchas más que las dieciséis que reconocieron. Los investigadores de la policía, que han comenzado a recibir denuncias de nuevos casos sospechosos, especulan con un número superior a los 200 casos, aunque sólo sean conjeturas.

“No vamos a hablar de cantidad de casos, ni de plazos de tiempo hasta que tengamos toda la información, porque este se ha vuelto un tema demasiado sensible como para no ser precisos”, se excusó a los medios uruguayos el comisario inspector San Ángel Rosas, coordinador de la Dirección General de Crimen Organizado e Interpol. Una versión periodística que uno de los enfermeros había cuantificado el horror: un paciente por semana.

Repercusiones

El caso conmocionó a Uruguay y al mundo. La Organización Panamericana de la Salud (OPS), lo calificó como una “epidemia criminal”. Se habían registrado casos similares en Estados Unidos, Inglaterra y España, pero nunca en el continente.El ministro de Salud Pública de Uruguay, Jorge Venegas, anunció que mañana concurrirá al Parlamento para informar a los senadores y diputados sobre el caso y las acciones encaradas por su ministerio. El funcionario visitó el martes, por sorpresa, la Asociación Española y el Hospital Maciel “para llevar una voz de aliento a decenas de funcionarios que trabajan mucho y bien”. El ministro Bonomi pidió prudencia: “un crimen serial de este tipo, en un país desarrollado, llevó trece o 18 años resolverlo”.

*Síntesis de medios gráficos.

Fotos: Noticiero Televisa.