Cosecha Roja.-
En un sólo día, el teaser del regreso de True Detective tuvo más de 3 millones de reproducciones. Sólo se ve a los protagonistas -Colin Farrell, Vince Vaughn, Rachel McAdams and Taylor Kitsch-, intensos, moviéndose con pericia en escenas que no alcanzan para dilucidar qué va a pasar en esta nueva historia, escrita por Nic Pezzolato. El 21 de junio será el estreno.
Juan Carra – Cosecha Roja.-
–Puedo ver tu alma en el filo de tus ojos… es corrosiva como el ácido.
El detective Rust Cohle ni se inmuta ante la frase. Sabe que algo de eso hay en él, en su forma de ser, en su manera de tomarse la profesión. Algo de esa corrosión que se le nota en los ojos es lo que lo hace distinto y es una de las razones por las que True Detective ha logrado cautivar a millones de televidentes en el mundo. Es que con el personaje interpretado por el reciente ganador del Oscar a mejor actor, Matthew McConughey, las series televisivas policiales retornan al paradigma de investigador propio de la novela negra norteamericana. Solitario, adicto, violento. Corrosivo. Pero a la vez el único capaz de resolver el enigma.
A pesar de su espíritu críptico y su suficiencia, Cohle no estará solo. Su pareja será el detective Martin Hart –interpretado por el “asesino por naturaleza” Woody Harrelson– quien servirá de contrapeso para que Cohle se convierta en el distinto. Dueño de un pensamiento lineal por momentos desesperante y adscripto a una mirada conservadora de la vida –la trilogía Dios, patria y hogar parecen ser sus banderas bajo las cuales oculta una doble moral propia de los ciudadanos medios estadounidenses–, Marty será el espejo donde Cohle se mirará para sentirse conforme con su nihilismo perturbador. Y será en la dialéctica de estos dos personajes donde cada uno de ellos se hará fuerte. La fórmula: crear al héroe como reflejo del antihéroe. Y en el caso de True Detective, esa simbiosis deja de lado al asesino para poner el foco en la relación entre dos tipos de detectives.
Pero no es solo eso lo que hace de True Detective una serie diferente. Su creador Nic Pizzolatto eligió un formato más cercano a las series europeas que a las estadounidenses. Ocho capítulos de poco menos de una hora para cada temporada, mientras que la mayoría de las series tiene al menos 13 episodios. En los ocho capítulos de True Detective se resolverá un crimen. Y los encargados de hacerlo serán dos figuras importantes de Hollywood. En la primera temporada ese rol lo cumplieron McConughey y Harrelson. La apuesta para lo que se viene parece ir de la mano del gran éxito que dejó la primera temporada: se habla de que Pizzolatto tiene en mente a Brad Pitt como protagonista.
Más allá de la calidad de la trama y de la excelente producción que envuelven a este nuevo éxito de la cadena HBO (reconocida por meter otros batacazos con series como Los Soprano, The Wire o Game of Trhones), el formato compacto también debe ser mencionado entre los puntos que generaron de True Detective la serie más vista en lo que va de 2014.
Los vínculos con la novela negra que True Detective propone no se quedan en la construcción del personaje detectivesco. El propio nombre de la serie está ligado a la historia misma del género. Entre 1924 y 1995, en Estados Unidos se publicó una revista homónima en la que publicaban autores de la talla de Dashiell Hammett (autor de Cosecha Roja, para muchos novela fundante del policial negro norteamericano).
Pero vale hacer una salvedad, si bien Colhe representa el retorno al detective negro, lo hace en el marco de la sociedad que le toca vivir. Lejos está de ser el Philip Marlowe de Raymond Chandler, aunque en su esencia compartan eso que los hace dueños del género.
Todo comienza cuando Colhe y Hart, cada uno por su lado, se enfrentan a dos detectives en una sala de interrogatorio. La intención es conocer detalles sobre una investigación que los tuvo como protagonistas y que llegó a convertirlos en héroes. Los dos deciden dar su testimonio y entonces la narración de la serie comenzará un juego de rupturas temporales con flashbacks y flashfowards que irán trazando a lo largo de los ocho capítulos diferentes tensiones narrativas capaces de sostener al espectador envuelto en la telaraña policial que se teje capítulo a capítulo, pero también proponiéndole a los televidentes más inquietos posibles líneas alternativas de interpretación de la trama.
Y es en este punto donde True Detective vuelve a romper los esquemas en comparación con otras series policiales –quizás un antecedente similar puede verse en la segunda temporada de Twin Peaks–. La posibilidad de una doble lectura en la trama, una que se limita a la del policial realista con los toques lisérgicos que su personaje central le permite y otra que propone un cruce de géneros entre lo policial y lo fantástico, amplió el universo de acólitos a tal punto que en las redes sociales, foros y blogs se abrieron debates de todo tipo: desde la influencia de la mitología de los Fenicios hasta los guiños de trama con la literatura de Robert Chambers (El rey amarillo) y H. P. Lovecraft (Los mitos de Cthulhu).
La ruptura de las temporalidades narrativas sirve en la serie no solo para ir y venir en la historia, sino también para mostrar los pliegues del relato. Lo que Cohle y Hart narran en sus interrogatorios no necesariamente es lo que han vivido. Y eso complejiza el relato de la serie, haciéndolo más atractivo para el televidente, pero también demostrando que una parte de ellos, los detectives, decidió ir a fondo y eso no siempre se hace por el camino de la reglas. Los buenos y los malos se diluyen, pero no tanto como en los nuevos formatos televisivos. En True Detective, los asesinos son asesinos y no generan empatía. Tampoco lo hacen los narcos. Mucho menos los poderosos. Pero Cohle y Hart, con todas sus cruces, nos hacen pensar en que existe la posibilidad de redención.
El escenario elegido por Pizzolatto –oriundo de Nueva Orleans– para la historia es Louisiana. Y por eso la serie tendrá como trasfondo las problemáticas sociales que se ven en el sur de los Estados Unidos. El paisaje de bosques húmedos y pantanos le dan un marco especial al policial ya que la estructura típica de lo urbano en la que se desarrolla lo negro y policial se desvanece en pequeños poblados, que se reponen de los azotes del huracán Katrina. Mucho del relato de True Detective parece tener en su ADN la prosa de autores como Erskine Caldwell o, aún más, de Cormac McCarthy. Uno en la mirada social de un sector de los sureños, el otro en la construcción de la mirada del mundo que lo hace Rust Cohle particularmente atractivo (vale la comparación entre los monólogos del detective y los que Cormac McCarthy le asigna al personaje central de “No es país para viejos”).
Y como no puede ser de otra forma, en una ciudad que se levanta en el delta del Misisipi la música que acompaña el relato tendrá todo lo que baja por el río: góspel, blues, folk y country. Estos sonidos dotan a la trama desde los títulos de una atmósfera tan oscura como la trama con el toque de melancolía necesario para los perfiles de los personajes centrales.
La trama policial, según el explicó el propio Pizzolatto, es pura ficción aunque tenga disparadores que se asemejen a casos reales. La aparición del cadáver de la prostituta Dora Lange desencadena la hipótesis de la existencia de un asesino serial en Louisiana, motivado por cuestiones religiosas, satánicas. Serán Cohle y Hart quienes tendrán que tomar el caso. Para entonces, llevan tres meses trabajando juntos. Cohle anota cada detalle en un libro contable. Eso le vale el mote del “Recaudador” entre sus colegas, que lo ven más como un obsesivo que como un par. Y, en este recurso, una vez más se cuela la novela negra: nuestro personaje es el espejo distorsionado de lo que deberían ser los otros. Pero al ser él el diferente, será el estigmatizado.
El crimen de Dora Lange no será un caso más. Ese extraño asesinato será la punta del ovillo que irá desenredando una red criminal trasversal al poder. Durante 17 años los dos detectives estarán ligados. Aunque ellos no quieran. Y cuando todo parece terminar, una pista que no permite cerrar las puertas del pasado los devuelve al ruedo. Y como en las mejores novelas negras, cuando el detective pretende salirse de su rol, convertirse en un hombre normal, disfrutar la vida, de la familia y sentirse lejos de aquel que dentro suyo le pide volver a la soledad de sus casos, las obsesiones vuelven a ganar terreno.
Pero para entonces el sistema ha dicho basta. Y ellos le han dicho basta, también, al sistema. Pero no a sus miserias. El detective verdadero es el que seguirá latente, en busca de saldar las deudas con el pasado. Y para eso tendrán que tensar al máximo las fronteras entre los legal y lo ilegal; entre lo legítimo y lo ilegítimo.
La masividad que generó True Detective es imposible explicarla desde un único elemento. La conjunción de una excelente historia policial con el escenario adecuado, la música necesaria y las tensiones narrativas propias del género en estos tiempos, fueron el marco necesario para que la dupla de personajes centrales, sobre todo Cohle, dispararan el nuevo éxito. Pero, como toda serie masiva –Lost es la prueba máxima de ello– el final suele ser la perla que se coloca debajo de la lupa. Y no todos quedaron contentos.
“Hay gente que no se hubiese sentido satisfecha con ningún final, salvo que Rust Cohle emergiese de la televisión y apareciera en su living y les disparase en el pie algún tipo de metadiscurso sobre la magia y el entretenimiento masivo. Y, como saben bien, la tecnología necesaria para llevar a cabo algo así aún no está disponible”, dijo durante esta semana Pizzolatto en declaraciones periodísticas.
Más allá de la broma, vale volver sobre ello, quizás para decir que –una vez más– como en la novela negra, el peso no necesariamente debe estar en el final, sino en el proceso narrativo, ese que nos muestra lo corrosivo de la naturaleza humana.
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