Ilustración Federico Mercante
¿Cómo sostener la escucha analítica si la perra ladra, les niñes juegan, el gato decidió destruir la casa y el vecino estrenar su taladro? ¿Cómo contarle a la analista mis más íntimas tribulaciones si pared de por medio está mi pareja y tal vez me escuche?
No hay análisis posible sin el cuerpo, sin la presencia de aquello que no es la persona de quien sostiene el análisis sino de algo mucho más inquietante: ¿No les pasó alguna vez que tuvieron que subir muchos pisos en un ascensor con una sola persona más, o de quedar a solas en una sala de espera en un tiempo más o menos prolongado con alguien a quien no conocen y sentir incomodidad? ¿No les pasó que para salir de esa incomodidad pusieron palabras, comenzaron a hablar de cualquier pavada: el tiempo, el estado del ascensor, algún detalle de la sala de espera?
No se trata de la presencia física por sí misma sino de que el cuerpo, especialmente cuando está en silencio, hace presente ese objeto inquietante, íntimo y extraño al mismo tiempo, que causa nuestro deseo y que es el objeto del análisis. El análisis no es sin la incomodidad del encuentro con otro cuerpo. Pero esa presencia puede esperar.
La cuarentena no permite ese encuentro de dos cuerpos. Pero la angustia, el sufrimiento, las obsesiones, el síntoma, no respetan la cuarentena, no dan tregua ni vacaciones. La realidad material nos urge.
En un escrito llamado “La dirección de la cura y los principios de su poder” Lacan presenta la cura psicoanalítica en tres niveles: táctico, estratégico y político. Los niveles táctico y estratégico se subordinan al nivel político.
¿De qué se trata el nivel político en el análisis? El nivel político está sostenido por un deseo inédito: el deseo del analista, es inédito porque no es un deseo dirigir la vida de los otros y mucho menos un deseo de reconocimiento. Ese deseo no es otra cosa que la oferta de escucha: “con oferta hemos creado demanda” afirma Lacan en ese escrito.
Ese deseo se lleva muy mal con las prácticas estandarizadas, es un deseo dócil a las circunstancias pero firme en sus principios. La rutina, el apoltronamiento, la automatización, se encuentran entre los peores enemigos del psicoanálisis. Por sostener ese deseo Lacan fue expulsado –excomulgado, dice él- de importantes instituciones.
La táctica y la estrategia se subordinan al deseo del analista. Si el dispositivo analítico no está causado y habitado por el deseo por más que tengas el consultorio más bonito, silencioso y mejor adornado no sucederá nada del orden del análisis.
En cambio, si ese deseo está presente será posible el encuentro singular en el que se funda un análisis en las circunstancias más diversas: se podrá aprovechar que la pareja fue a hacer las compras o que tiene una reunión de trabajo en el cuarto de al lado, ir al palier del edificio, aprovechar que los niños duermen siesta, utilizar auriculares, dispositivos que se pueden silenciar, encerrarse en el baño, etcétera. Y, ya sea por teléfono, por whatsapp, por zoom, por Skype o por cualquier otro dispositivo la palabra del sujeto llegará a destino.