pibes-en-la-esquina rosario

Tomás pica en un mortero tela de araña y la fuma, Santiago invierte 200 dólares en un viaje astral donde un chamán lo conducirá a otra dimensión por medio de la ingesta de ayahuasca. Alan roba hojas de un árbol común en las calles de Flores y prepara dos litros de té de floripondio, Micaela se interna en una gira de paco que dura lo que pueda pagar -incluyendo el canje de zapatillas, camperas y reloj-. Daina baila durante doce horas en una rave interminable extasiado y con una botella de agua mineral en la mano, Jonás revuelve en la bosta del cebú porque llovió y ¿habrá crecido el cucumelo?

Prácticamente no hay posibilidades de abarcar en un solo cuadro las sustancias consumidas en la actualidad. Cuando creemos haber terminado una clasificación, aparecen distintos objetos y sustancias que cumplen la función de tóxico. Los discursos de los consultantes están surcados de nombres y apodos que aluden a casi cualquier objeto: un desodorante, un pegamento, una pastilla, un jarabe, un polvo, un preparado, un deshecho, una hoja de un árbol, una pomada, un hongo. También celulares, play station, TV, redes sociales. Pero esas no son “sustancias psicoactivas”.

Por eso, está muy bien que se estén generando todo el tiempo comisiones de “expertos” en adicciones, consumos, prevención. Pero lo que quería contarles hoy es que los usuarios consumidores tienen un “saber”: saben qué pega, cómo pega, cómo debería pegar. ¿Cómo les explico? Hay una transmisión oral, hay un boca a boca. Pasa que a veces, mal usado o no controlado,  lo que “pega” noquea. Y a veces mata.

Pensemos en los discursos mediáticos. Suele haber oleadas de apariciones de profesionales  dando “pistas” a padres preocupados: quieren saber si su hijo se droga. Si de diez características el/la joven cuadra en por lo menos cinco, el padre sabrá que tiene un hijo adicto y podrá copiar teléfonos y direcciones de lugares de tratamiento. Entonces acudirán a otro profesional no para hablar de su hijo o de lo que le pasa, sino ya con un diagnóstico: tienen un hijo adicto. Si el discurso mediático además fue lo suficientemente impactante, vendrán ya con la solución al problema: hay que internarlo. O medicarlo. Porque la sustancia psicoactiva (droga, en términos comunes) tiene “vida”. Camina, se mete en la nariz, en las venas, en la garganta. Para decirlo simple, la sustancia psicoactiva es el problema. El objeto ha “consumido” al sujeto, quien no parece tener otro problema que “la droga”.

Pongamos un ejemplo: Valentina y Marcela viven ambas en Villa Soldatti. Han probado marihuana, alguna pasti y alcohol a la misma edad: 14 años. Valentina siguió enganchada, y a los 18 años no estudia, no trabaja y consume cocaína casi a diario. Marcela terminó el secundario, está en el CBC y solo toma algo de cerveza o fernet cuando va a bailar: “Yo probé, como todos, pero no es mi mambo”.

Lo que voy a escribir no es simpático: adicto no es el que prueba drogas. Vivimos en un mundo de consumo, vivimos bombardeados para evitar estar tristes, angustiados, bajoneados. Todo debe ser una fiesta, y cuando no se puede… bueno, “yo tengo algo que te va a servir”.

Un consumo es problemático no por la cantidad de sustancia que se consume, sino por el uso que de ella se hace. Si para ir a trabajar tengo que tomar una pastilla a la mañana para despertarme y una a la noche para dormir, no se considera “problema” en cuanto estén recetadas. Asi, se consumen aproximadamente 10 millones de psicofármacos anualmente. Las recetas no llegan al 30 por ciento.

Que no sea feliz en mi trabajo, que me maltraten, que no me reconozcan no parece ser motivo de infelicidad: yo no debería quejarme porque –por lo menos- tengo trabajo. ¿Y si no puedo?

El aburrimiento infernal al que son sometidos los adolescentes por los programas obsoletos y la falta de deseo docente en la secundaria, las conflictivas familiares, los padres y madres que ingresan a sus hijos al consumo son temas que no aparecen en la televisión a menudo.  

La ausencia de proyectos, el “no hace nada” (ni estudia ni trabaja), las pérdidas empujan al consumo. Pensemos pues qué hacemos con el mandato de la época: estar alegre, ser feliz, no quejarse, no protestar.

Y –sigo con la antipatía- no mezclemos: que muchas personas que asisten a una fiesta consuman una sustancia cortada con veneno no significa que “las drogas matan”. Los abogados lo explicaran mejor: es un asesinato. ¿Cuál sería la diferencia entre las masas finas que Yiya Murano convidaba a sus amigas y el que vende pasta base de cocaína o éxtasis cortado?

Pocas cuestiones son tan dañinas como la pérdida del “cada caso en particular”.

Así que cuando hablemos de consumos problemáticos nos referiremos a cuando para hablar con una chica necesito estar borracho, cuando para dormir me tomo dos pastillas, cuando para dar un exámen necesito tomar cocaína, cuando no me importa estar embarazada y continuar fumando paco, cuando para sobrevivir en calle jalo poxiran, cuando para soportar la soledad me fumo un porro, cuando me encuentro de un día para otro desocupado y desayuno vino.

No están dadas las condiciones para ilusionarnos con un mundo sin consumo.

Luego de las armas, y antes que la trata de blancas, es el negocio que más dinero mueve en el mundo. Y cuanto más ilegal, peores condiciones y más ganancias tendrá.

Total, personas infelices cada vez hay más.