Una hora antes del horario combinado, la asesora de Sâmia Bomfim avisa que el encuentro con Tpm tendrá que ser reprogramado. La concejal estaba enferma en su casa, sin voz y con fiebre. Había trabajado hasta las 3:30 de la mañana la noche anterior, en una sesión extraordinaria celebrada para la votación del Proyecto de Ley de concesión del Estadio de Pacaembu. El PL es parte del proyecto de desestatización de bienes públicos del alcalde de Sao Paulo, João Doria, y fue aprobado con 37 votos a favor, diez en contra y una abstención. Los concejales, 55 en total, no están obligados a quedarse hasta el final de esas sesiones – ellos pueden firmar presencia e irse, o faltar y tener un descuento en el salario. Para Sâmia, ese es un tema importante y ella quería declarar su posición contraria. Era 29 de junio y, esa la misma noche, fue la audiencia pública por el Día Internacional del Orgullo LGBT, la primera en la historia de la Cámara para discutir este tema, organizada por ella ante la Comisión de Derechos Humanos. Fueron 19 horas de trabajo y la concejal cree que la energía pesada del plenario contribuyó más con su caída en cama que el cansancio físico.

Sâmia nació en Presidente Prudente, a 560 kilómetros de la capital paulista, y está formada en Letras por la USP, donde comenzó la militar en los movimientos estudiantiles. Se descubrió feminista tras ser ofendida y golpeada por un militante de izquierda en la cara. Hoy, escucha “piropos” en el ascensor o por los pasillos de la Cámara. Pero cuando sube al plenario y levanta la voz en el micrófono para hablar de temas como mejoras en la atención a las mujeres víctimas de violencia, veto al aumento del salario de los concejales, oportunidades de trabajo para personas trans, ve que los hombres no tienen interés en escuchar lo que ella está proponiendo -y, muchas veces, ni siquiera las otras diez concejales elegidas.

En octubre del año pasado, a pesar de los pocos votos que obtuvo -12.464 en una ciudad con 8,88 millones de electores-, Sâmia se convirtió a los 27 años en la concejal más joven de São Paulo en la historia, y la primera elegida por el PSOL. Llegó a la Cámara meses después de ser expulsada de allí por protestar contra un homenaje a dos de los responsables de la exclusión de la palabra “género” del Plan Municipal de Educación.

¿Qué lleva a una joven paulista vecina del barrio de Pinheiros a ir más allá de la militancia en la calle para encarar el caos político de Brasil (en un momento en que una gran cantidad de jóvenes dice no creer más en política)?

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Tpm. ¿La energía es muy pesada aquí en la Cámara?

Sâmia Bomfim. Mucho. La gente quiere golpear, pero tiene que dar palmaditas. Es como convivir con el enemigo. Ser compañero de trabajo de personas con quienes no tenés la menor afinidad. Creo que estar enferma es una consecuencia de todo esto.

¿Tienes aliados aquí dentro? Depende del tema. Trato de sacar leche de piedra. Siempre busco a las concejales de las otras bancadas, aunque sean miembros de la Asamblea de Dios, del PRP. Sé que no van a tener afinidad con derechos sexuales y reproductivos, por ejemplo, pero con la violencia contra la mujer ellas pueden sensibilizarse, porque en la iglesia, muy probablemente, atienden y reciben varias personas que pasan por ello. La salida al problema tal vez sea diferente a la mía, pero vamos a encontrar una interlocución.

¿Y abre espacio para otros asuntos, como el aborto? La violencia que unifica a las mujeres es la física y la sexual. E, incluso la sexual, es sólo la violación. Ya se avanzó en el acoso laboral y callejero. Pero nosotros conseguimos instaurar una CPI (Comisión Parlamentar de Inquérito) aquí en la Cámara para investigar la vulnerabilidad de la mujer y yo traje al médico André Luiz Malavasi, del hospital Pérola Byington, para hablar sobre el aborto legal. Estas cosas no se dicen nunca aquí. Si soy yo quien habla se vuelve un “ah, es aquella feminista loca del PSOL”. Si es el médico referencia del Pérola Byington, tiene otro impacto.

¿Podés unir fuerzas con los demás concejales? Hay temas que son más consensuados. Con el aborto es más difícil. Tengo un proyecto de ley que es para reglamentar el servicio de atención al aborto legal en el municipio con el fin de que los hospitales que ofrecen el servicio estén mejor equipados, tengan profesionales. Pero fue frenado en la CCJ (Comisión de Constitución, Justicia y Legislación Participativa), que es la primera comisión. Sólo quiero que el municipio de São Paulo se adecue a una ley que ya existe, pero no pasó.

¿Cómo es tu día a día? Muchas veces me siento una manifestante aquí en la Cámara, sólo que con la ventaja de que el poder público está obligado a escucharme, porque soy parte de él ahora. Antes era una voz que gritaba. Ahora, soy una voz aquí de dentro que está exponiendo las heridas. Pero, por otro lado, ¿qué tipo de poder es éste, que estoy absolutamente aislada, que no quieren oír lo que tengo que decir? Siento como si me estuvieran diciendo todo el tiempo “quedate en tu lugar, nena”.

¿Sentís mucho el machismo? Mucho. El machismo está presente en cualquier espacio de la sociedad. El más sutil viene de la combinación entre ser mujer y ser joven. Hay señores de la edad de mi padre, sólo que mucho más reaccionarios, que gritan “piropos”. Aunque no estoy dentro del patrón de belleza, soy gordita y tal. Cuando estoy maquillada escucho “¿vas a ver a alguien?”. ¡¿Como así?! ¡Voy a ver mi cara en el espejo! Los días que no hay sesión y vengo de vestido es la barbarie. Y hay un machismo más serio, el que ignora mis pautas en conversaciones informales e incluso en los espacios reglamentarios, cuando el presidente no me da el habla pero se la da a un hombre. Es difícil.

¿Qué significa un mandato feminista? Es dar voz a la agenda feminista, aun sabiendo que algunas batallas se pierden. Es hacer un discurso en la tribuna cuando estalla el caso de alguien que fue víctima de violación colectiva; si es para homenajear a alguien, que sea una mujer feminista. El aumento de mujeres en la Cámara tiene que ver con el fortalecimiento del feminismo en la sociedad y de un esfuerzo consciente también de fortalecer leyendas. Es muy positivo. Es más fácil conversar con Adriana Ramalho, del PSDB, que conversar con Amura, del mismo partido. Es muy importante tener más mujeres, independientemente de la bancada. Pero no son mandatos feministas, entonces, muchas veces, van a defender a quien yo contesto.

¿Siempre fuiste feminista? Mi familia no está politizada. Conocí el feminismo a través del movimiento estudiantil, en la lucha por cupos en las universidades, por más fondos para la educación. Sólo que dentro de la izquierda también hay mucho machismo. Una vez yo estaba en la mesa de una asamblea y un hombre de otra organización dijo en tono de chiste: “La próxima vez pongan a un hombre en la mesa que garantiza mejor”. Hice un escándalo.

¿Cuántos años tenías? 18 o 19. Encontré apoyo en un colectivo feminista que se estaba formando, del que yo no participaba, porque todavía no veía la importancia. Después, en otra asamblea, fui agredida con un puñetazo en la cara por el mismo tipo. Hoy eso no sucedería, todas las asambleas necesitan tener al menos una mujer y un negro. En ese momento me cayó la ficha. Cuando yo estaba saliendo del movimiento estudiantil, ya más grande, y decidí militar en el feminismo, ayudé a organizar el acto contra Eduardo Cunha en 2015, y ahí fui.

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¿Qué piensa tu familia del trabajo aquí en la Cámara? Ellos odiaban que yo militara. Cuando tenían noticias, eran en tiempos terribles, de policías, tropa de choque. Cuando me presenté como candidata, cambiaron la opinión porque la imagen del parlamentario es más cercana de ellos. Mi madre le dio una entrevista al periódico de mi ciudad y le encanta. A veces se arriesga a decir que estoy exagerando, que el parlamento no es la calle. Pero le explico que si no es para ser como yo militaba en la calle, voy a estar engañando a mis electores. A mi padre le está empezando a gustar recién ahora.

En las redes sociales tenés una imagen muy relajada. ¿Estás más preocupada por la exposición ahora? Pienso mucho en eso. Siempre me ha gustado ir al bar, beber, hacer todas esas cosas que la gente hace. Ahora no tengo tiempo, pero cuando salgo, me divierte. Nunca tuve problemas por salir, pero sí cuando voy a alguna manifestación. Incluso aquí en el plenario. Me denuncian, dicen que en un día de trabajo la concejal está tomando bomba de la policía – y yo con la cara toda llena de leche de magnesio para poder respirar el gas.

¿Creés que la exposición personal te incomodaría más que esa exposición de tu militancia? Me incomodaría más. Yo hablo con orgullo de la militancia. La exposición personal no tiene por qué, ¿verdad?

Pero tampoco dejás de vivir y hacer sus cosas. No. La diferencia es que ahora hay gente que me reconoce en la calle. Nunca nadie me abordó para insultarme. Pero seguro me debo haber cruzado con alguien que me odia.

¿Cómo manejas los ataques en Internet? Tengo ayuda en la administración de buena parte de mis redes sociales y recibo un informe semanal. Hay todo tipo de insultos, pero no me importa. Me afecta cuando me dicen puta. Cuando es sobre mi forma física no me importa. A veces, si es alguien que podría gustar de mí y no le gusta por un malentendido, le explico. He llegado a pedir el teléfono de la persona y llamar para explicar.

Sus votos estaban concentrados en la burbuja de la zona oeste de São Paulo, pero sus propuestas no quedan sólo en ella. ¿Por qué sucedió esto? Creo que he tenido más votos allí porque son lugares de debates y reflexión de la clase media universitaria, como yo. Y tiene que ver con el perfil del PSOL y el espacio que queda a la izquierda en ese momento de construcción de una alternativa. Hoy, quienes llegan a las periferias son las iglesias evangélicas, que tienen pautas más conservadoras. El PSOL necesita ir a esos lugares si quiere ser un partido grande. Es más fácil ir a la clase media, pero ese voto de opinión es muy incierto. Necesitamos estar más en la periferia y hacer que el pueblo se siente representado.

Hay una sensación generalizada de que, aunque salgan todos los corruptos, no tenemos en quién votar. ¿Crees que los jóvenes realmente se están empeñando en entrar en la política y hacer diferencia? Muy poco. La mayoría de los que están buscando renovar la política, incluso por una demanda de los propios partidos, sigue siendo ese joven publicitario, de clase media, que tiene acceso a los debates con más facilidad. Hace falta una renovación completa, que parta de los grupos de periferia, de rap y hip-hop, de colectivos de cultura. Y tiene que ser etaria. Sin negar algunos parlamentarios más grandes, como Eduardo Suplicy, que tiene 76 años y aún cumple con un papel fundamental. Pero parte de sus 300 mil votos pueden ser para otras personas, él no necesita todo eso.

¿Por qué esos votos no se distribuyen? Todavía gana quien tiene dinero. Mi campaña costó 35 mil reales, hubo gente que gastó 2 millones de reales. ¡Mi comité era mi departamento!

Hablando de raza, género, orientación sexual, ¿sólo la representatividad importa hoy en la política? ¿Estar en el poder es suficiente si no se está luchando por causas que tengan que ver con lo que uno representa? Fernando Holiday, por ejemplo, es un caso específico. Deconstruye y cuestiona varios de los símbolos progresistas. Es un negro contra el cupo, un joven gay de la periferia que cree en el mérito personal y no en políticas inclusivas.

¿Es una jugada política? Él sabe lo que hace, pero es también el juego de todo el “proyecto Holiday”, porque él es un proyecto. El MBL (Movimiento Brasil Libre) no está formado por un grupo de pibes inconsecuentes, tiene mentores que son hombres mayores que saben exactamente lo que están haciendo. Pero él es un caso aparte, existe un término medio. Por ejemplo, el hecho de hoy ser 11 concejales en São Paulo cuando en el mandato anterior eran seis. Es un avance, porque estamos rompiendo una de las barreras del machismo, que es el hecho de que nosotras no podemos pisar aquí dentro, de que los partidos no financian nuestras campañas. Pero es insuficiente. La representatividad importa, pero no garantiza.

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¿Sobre qué necesitamos hablar hoy las mujeres? ¿A dónde nadie está mirando y necesitamos mirar? El feminismo está en un sector de nuestra sociedad que es escolarizado, progresista, de los centros. Necesitamos hablar de la mujer que despierta a las 5 de la mañana, toma el autobús, no tiene vacante en la guardería y necesita dejar a su hijo con la vecina, que es agredida por su marido. Es la gran mayoría de las mujeres, pero quien llega en ellas es la telenovela. La gente necesita que Angélica (presentadora de la tele), por ejemplo, hable de feminismo. Es importante que Zorra total (el programa de humor de Rede Globo) haya cambiado, pero quiero que en el intervalo tenga un anuncio del Disque 180 (un programa para hacer denuncias por violencia machista) y que las mujeres agredidas puedan ir en la comisaría y sean bien atendidas.

La frase del momento es “The future is female”. ¿Qué significa esto para usted? Es evidente que las mujeres están molestas con el machismo y están en la lucha, cada una a su modo. Esto avanza y no retrocede.

Cuando fue elegida, dijiste que la institución normalmente es su enemiga y que aún no era posible saber qué significa formar parte de ella. ¿Y ahora, ya lo sabes? ¡Todavía no! Necesito entender esas contradicciones. Sigue siendo mi enemiga, pero estoy aquí dentro. Tengo poder, pero no tengo. No soy respetada. Lo que defiendo no se condice con el poder.

¿Su elección es reflejo de las manifestaciones de junio de 2013? En cierto modo, sí. Porque allí se abrió una ruptura en la política que tuvo desdoblamientos a la izquierda y a la derecha, que le contestó a las viejas figuras políticas, la falta de referencia y de representatividad. El crecimiento de las manifestaciones feministas también es un desdoblamiento. Al igual que Fernando Holiday.

El gigante se despertó, pero se extendió, ¿verdad? Tiene brazos de varias formas, mil cabezas. Es un gigante medio confuso, que tiene pierna derecha y pierna izquierda. [Risas]

¿Has llorado aquí dentro de la Cámara? Sí, de odio. Muchas veces. O exploto o lloro. Llorar a veces es la mejor manera de sacar la rabia. ¡No es fragilidad, es odio!

¿La gente ya te vio llorar y creyó que era fragilidad? No lloro delante de ellos, imaginate. Estoy siempre firme. A veces la voz tiembla, pero no lloro. Sólo a escondidas. [Risas]

Podés leer la versión en portugués acá.

Esta nota fue producida en el marco de la Beca Cosecha Roja y fue publicada también en Revista Tpm.

Fotos: Pedro Maia / Equipo Sâmia