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-¡Liro, Liro, ayúdenos, Liro! ¡Ayúdenos, Liro! –le decían los viejos Abelino y Mario Guevara, extendiéndole los brazos, al peseta que se guindaba del techo, sin poder hacer nada. Liro se retuerce, llora, y se para, con cuidado, porque tiene quemados los brazos, el cuello y la espalda, cuando recuerda esos últimos momentos de los viejos.

-Yo no los podía ayudar, y de paso les caí encima, porque en lo que volteé a ver para abajo, en lo que cambiaba de posición, me resbalé, y terminé de hundirlos.

Cuando se supo entre el suelo, Liro todavía no entiende cómo sacó fuerzas para brincar sobre la litera, y luego al techo. Debajo de él ya nadie gritaba y todo se estaba consumiendo.

En los barrotes, Álex presintió lo peor:

-Esa llama parecía un remolino adentro. Parecía un infierno. La gente que corría se perdía entre las llamas. Por eso no me quise mover del portón. Si me voy, solo a morir voy a ir, pensé. Si me toca morir, aquí voy a morir. Y de ahí solo me acordé de Dios.

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Nadie sabe cómo El Chaparro consiguió las llaves. Hay algunos sobrevivientes que creen que el llavero de turno las tiró, otros dicen que quizá El Chaparro rogó lo suficiente –y justo a tiempo- para rescatar a la mitad de la prisión. Lo cierto es que Marcos Bonilla, El Chaparro, se convirtió en héroe esa noche.

Primero llegó a la celda 6, con una banca, y rompió a la fuerza el candado, liberando a Quique, que ya estaba quemándose, y a otros dos más. Luego hizo lo mismo en el resto de las celdas, hasta que llegó a la 10, donde Álex sintió que Dios lo había escuchado, pero poco le duró la alegría.

-El Chaparro traía una banca y le dio con ganas al candado, pero no abrió. Ahí fue cuando dije: bueno, hoy sí, aquí me tocó morir –recuerda Álex.

Desahuciado, vio cómo El Chaparro desapareció entre el humo del pasillo, y segundos después vio cómo venía de regreso. Pero Álex solo reaccionó hasta cuando escuchó el tintineo de unas llaves. Cuando El Chaparró logró abrir, Álex corrió hacia el patio, y todavía recuerda que echaba humo de la espalda. Detrás suyo venía Liro, que al ver el portón abierto se tiró a las llamas porque sabía que esa era la única ruta para escapar de la muerte.

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Marcos Bonilla, El Chaparro, es un reo de la cárcel de Comayagua que a fuerza de buena conducta, de ganarse méritos, se ganó el respeto de las autoridades, estudió medicina y se dedicó a curar a sus compañeros de prisión. Tiene ocho años como enfermero. El Chaparro llegó al penal hace 17 años, y le faltan cinco para purgar una pena por homicidio.

En el penal, El Chaparro vivía afuera de las celdas, en un cuarto contiguo a la clínica de la prisión, con acceso a medicamentos. Si alguien se enfermaba o necesitaba atención en las noches, todos sabían a quien acudir: al llavero de turno para que este llamara a El Chaparro.

El Chaparro tiene ese apodo por su estatura. Tiene 50 años y hoy se ha convertido en héroe. No ha querido decir cómo obtuvo las llaves de las celdas porque dice que no quiere recordar y porque no ha cesado de trabajar. El Chaparro pasó las 72 horas después del incendio atendiendo a los heridos.

El Chaparro, el reo-enfermero, hizo lo que no pudieron hacer los guardias de la prisión, porque los guardias de la prisión recibieron la orden de no dejar salir ni dejar entrar a nadie para evitar una fuga.

El presidente hondureño, Porfirio Lobo, es uno de quienes aseguran que algunos reos aprovecharon para escapar. No se sabe de dónde saca esa información, porque los fiscales a cargo de la investigación lo niegan de manera rotunda.

Los bomberos a los que ningún guardia llamó

Entre la estación de bomberos de Comayagua y la granja-penal hay una distancia que en vehículo se recorre en menos de cinco minutos. Un kilómetro -calcula el comandante de bomberos Leonel Silva- es lo que separa a la estación de bomberos del peor incendio que muchos de sus hombres han visto en toda su vida.

El comandante Leonel Silva es un hombre de 50 años, con 35 dedicados a los bomberos. Sí él con tantos años dice que el fuego de Comayagua es lo peor a lo que se ha enfrentado, qué decir de sus hombres, un nutrido grupo de fornidos jóvenes que sin quererlo, para muchos de los familiares de las víctimas, se han convertido en villanos.

“¿Por qué no llegaron a tiempo los bomberos?”, se preguntaban las hermanas de Rubén Garrido Machado, Elsa y Gloria María. Su hermano, que ahora se presume fallecido, tenía 52 años, y recién había cumplido cinco años de una pena de 15 por secuestro.

“¡Mirá los bomberos a qué horas aparecen, vo!”, se escucha que cuestiona el reportero ciudadano que grabó seis minutos del incendio de la granja-penal de Comayagua, mientras al fondo se ve el voraz fuego y se escucha una sirena.

Pero eso pasa, según el comandante Silva, porque muy pocos saben lo que en realidad pasó: y lo que pasó fue que a las 10:56 de la noche los bomberos recibieron la primera alerta, y esta no venía de la granja-penal.

En la cárcel, mientras todo se quemaba, y los reos clamaban auxilio, no solo no había ningún policía en la comandancia de guardia, sino que ninguno de los agentes, ni el director, se tomaron la molestia de levantar el teléfono para pedir auxilio a los bomberos.

-¿La llamada que recibieron venía del penal?

-No. Era de un ciudadano de la localidad –dice el comandante Silva.

Para cuando los bomberos llegaron frente al portón de la cárcel, a las 11 de la noche, según la bitácora de la estación, por supuesto que ya era poco lo que podían hacer, porque ya todo estaba consumido, y ya ni siquiera se escuchaban los gritos que hasta el minuto 1:40 de la grabación del reportero ciudadano todavía salían del penal.

Cuando el equipo de 21 bomberos llegó al portón de la cárcel, con sus tres motobombas, una ambulancia, un pick uno y 12 mil galones de agua, El Chaparro ya había rescatado a los que pudo –una docena de las celdas incendiadas, más los reos de las celdas 1 a la 4– y los guardias seguían disparando para prevenir una fuga.

-¿Por qué no entraron de inmediato, si había gente quemándose?

-Porque no teníamos autorización. Hasta que ellos controlan la situación es cuando nos dejan entrar –responde el comandante Silva.

Cuando los bomberos comienzan a tirar agua, ignoran que el agua está cayendo sobre 356 cuerpos calcinados.

Horas más tarde, con el fuego apagado, el comisionado Danilo Orellana, hasta ese momento director de las cárceles de Honduras, admitió: “Los custodios creyeron en un principio que se trataba de una fuga masiva de reos, por eso cumplieron la ley y no permitieron el ingreso de nadie a la cárcel, para evitar muertes innecesarias”.

Hace 22 días, un fuego amenazaba con devorar el invernadero de la granja-penal y esa vez los bomberos sí tuvieron vía libre para ingresar y apagar las llamas.

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“Esa orden se dio”

Al mediodía del viernes 17 de febrero, en la oficina del Ministerio Público de Comayagua, solo cinco de una docena de custodios habían logrado dar su versión de los hechos, frente a un equipo compuesto por cuatro fiscales.

Afuera de la oficina de la Fiscalía -una gran casa de tres plantas, en un barrio alejado del centro de la ciudad de Comayagua- un grupo de custodios, vestidos de civil, bromeaban entre ellos luego de que una motocicleta y su conductor se estrellaran contra un pick up que llevaba el derecho de vía en ese tramo, cercano a una cruz calle.

Minutos antes, ninguno quiso entablar palabra sobre lo sucedido en la cárcel, a sugerencia del defensor que los asiste, que también se negó a comentar nada.

Uno de ellos, sin embargo, quería hablar, y se acercó hasta la sala de espera.

-¿Ha leído los periódicos? ¿Es cierto que había un plan de fuga, un pago para matar al “doctor”? –preguntamos.

El custodio, moreno, bajito, fornido, sin nombre, rio. Con una carcajada amplia. La pregunta venía a colación por el gran rumor que se desató en Honduras, luego de que dos supuestos reos-prófugos dieran esta versión a un programa de comentaristas llamado Hable Como Habla: Los supuestos reos-prófugos dijeron que en la celda 6 había un doctor, llamado Constantino Ypsilanti, ex líder de la oposición política en Comayagua, y ex candidato a alcalde en el municipio. El “doctor”, como le llamaban en el presidio, fue condenado por el asesinato de un ciudadano español en 2009, y en la cárcel era famoso porque cuando alguien se enfermaba le conseguía medicinas, y porque un día aportó plata para mandar poner piso cerámico en todas las celdas de la prisión.

-Esas son tonterías. ¿Se iba a hacer tanto alboroto por un solo hombre? –respondió el custodio.

-¿Qué opina de lo que dijo la gobernadora?

La gobernadora del departamento de Comayagua, Paola Castro, dijo en la noche del 14 de febrero que un reo le había hablado para decirle que provocaría un incendio en la celda 6. El custodio rio de nuevo.

-Mire, solo los que estuvimos ahí sabemos lo que pasó.

-¿Y qué pasó? ¿Por qué no dejaron salir a los reos?

-Se dio esa orden, esa orden se dio. Solo eso le puedo decir…

En eso un fiscal bajó a la recepción, llamó al custodio, subieron al tercer piso y se lo llevó al interrogatorio.

Por Daniel Valencia Caravantes/ Fotos: Frederik Meza

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