mara christian povedaUlises dejó la pandilla Barrio 18 hace ocho años. Tiene los brazos tatuados y es enemigo de la Mara Salvatrucha. Sentado ante el banquillo de los acusados, confiesa que mató a puñaladas a un hombre. Lo hizo porque no puede cumplir con su tratamiento psiquiátrico: para llegar al hospital tiene que atravesar Sopayango, el territorio de las pandillas donde el año pasado hubo 81 homicidios cada 100 mil habitantes. Si camina por allí, es hombre muerto.

La historia de Ulises es un retrato de la violencia de El Salvador, apenas una porción de lo que cuentan Óscar Martínez y sus colegas de Sala Negra en el El Faro, el medio que investiga el fenómeno de las maras y la violencia y que obtuvo varios premios a la excelencia periodística. Después de la supuesta aparición de una célula peruana de la Mara Salvatrucha en la provincia de Buenos Aires, Cosecha Roja consultó a los expertos: ¿puede haber maras en la Argentina? Todos coinciden en que la hipótesis no se sostiene. “Fue una reacción bastante alarmista de los funcionarios argentinos, dieron información con poco contexto y los medios replicaron como si fuera un apocalipsis pandillero”, dijo Martínez.

Los índices de violencia en el triángulo norte de Centroamérica (El Salvador, Guatemala y Honduras) son los más altos del mundo. En El Salvador la tasa de homicidio fue de 103 cada 100 mil habitantes en 2015. El fenómeno de las maras solo tiene sentido en ese contexto histórico, político y social. Allí, la inversión social de los gobiernos ha sido mínima y la mano dura, máxima. “Hubo sucesivas decisiones gubernamentales que criminalizaron a los jóvenes y, en lugar de incorporarlos, los orillaron más”, explicó a Cosecha Roja Amparo Marroquín, profesora e investigadora del Departamento de Comunicación y Cultura de la Universidad Centroamericana (UCA). Se refiere a la Mano Dura en El Salvador, Operación Libertad en Honduras y Plan Escoba en Guatemala, las políticas que le declararon la guerra a las pandillas y que terminaron por criminalizar la juventud.

Lo que pasa dentro de las pandillas varía de una a otra. Cuando Martínez va a reportear puede encontrarse con un adolescente de 16 años con una pistola 38 especial o con un hombre que combatió en la guerra, tiene 50 años y más de 30 homicidios en su historia. “A riesgo de generalizar, el inicio es una oferta más seductora para jóvenes y adolescentes que la propuesta de vida que esos muchachos tienen. ¿Cómo una oferta tan mierda como ser de la pandilla puede ser mejor que la que tu entorno te promete?”, dijo el periodista.

Mónica tiene 16 y vive en la parte de atrás del prostíbulo donde trabaja, en Guatemala. Se fue de la casa porque el papá le pegaba a ella y a la mamá. No quiere casarse ni tener un marido que la maltrate y le diga qué hacer. Junta 74 dólares por mes y no tiene sueños. A los 16, Misrael está en tratamiento porque es HIV positivo. Cuando tenía 7 mataron al papá, a los 14 comenzó a drogarse con marihuana, cocaína y crack y la mamá lo echó de la casa. Pasó dos años con su abuelo y una mujer de 27 que le proveía drogas a cambio de sexo. Vive en un refugio para chicos sin hogar.

Edgar fue testigo de los escuadrones de la muerte en El Salvador cuando era niño. Después, se mudó a Los Ángeles, donde mataron a su hermano José. Su mamá, aterrada de que entrara en el mundo de las pandillas, lo mandó de regreso a San Salvador a los 14. Ahora, vive entre pandilleros y no responde las cartas de la mamá.

La perspectiva de vida les impide hacerse ilusiones: “tenés doce años y no has estudiado porque vas con tu papá a trabajar la tierra. Por ese trabajo ganás menos de 100 dólares al mes. Tu vida va a ser eso, en una casa con mucha violencia intrafamiliar. ¿Vivís la miserable vida de tu papá o preferís de ser parte de una identidad cultural, andar armado e inspirar respeto? La idea parece seductora ante la oferta vacía de la realidad”, explicó Martínez.

La fotoperiodista Donna DeCesare retrató durante años las historias de los migrantes en Los Ángeles y en el triángulo norte de Centroamérica: niños, niñas y adolescentes que no imaginan un futuro de oportunidades.  Para Decesare, los pandilleros “son personas que tratan de sobrevivir, tienen hijos y familias. Algunos serán psicóticos pero otros entran a las maras porque no tuvieron más opciones -así como muchos no salen porque no ven qué pueden hacer afuera. No tienen acceso al trabajo ni a la educación, la prisión se vuelve la educación. Si ves como viven, podés entender por qué buscan protección en estos grupos, es la única forma de pertenecer”.

“No es un tema de decisión que alguien ingrese a una banda violenta. La pandilla es una espacio de pertenencia y tiene un anclaje territorial. La mara responde al contexto, no es algo que surge como virus espontáneo y se reproduce”, dijo Marroquín.

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La aparición del pandillero en La Matanza, anunciado por el ministro de Seguridad Bonaerense Cristian Ritondo, fue un día después de la presentación de “Argentina sin Narcotráfico”. El plan a través del cual el gobierno buscar ganarle la guerra al narco, una estrategia que ya fracasó en todo el mundo.

Dentro de la banda narco, el peruano apodado “El Mocosón” le dijo a la Policía Bonaerense que pertenecía a la Salvatrucha. “Puede ser que un chico se identifique con la Mara Salvatrucha y hasta se tatúe pero no va a poder reproducir las formas de la pandilla, que además varían de unas a otras”, dijo Marroquín. “No sé si ese joven es o no de la mara pero es raro porque no hay tantos peruanos que hayan estado en Los Ángeles, pertenecido a alguna pandilla y deportado de regreso a Perú, o que hayan vivido en El Salvador. El fenómeno es local”, explicó la fotógrafa.

Una vez en Medellín, Colombia, DeCesare mostró fotos de la Mara Salvatrucha a colegas y todos se rieron: cómo van a convertirse en grandes criminales del narco si llevan las huellas del delito en sus cuerpos, los tatuajes, se preguntaron.

La confusión entre narco y pandillas es común, es un problema de definición. “Las maras tienen un anclaje donde los jóvenes dominan territorialmente y son visibles en el territorio. Los carteles controlan las rutas de tránsito de personas, armas o drogas. Algunas clicas (células) se han asociado para controlar rutas pero habría que llamarlas de modo distinto. Otras operan como sicarios o dealers del narcomenudeo pero no son confiables porque al ser tan visibles, pueden poner en riesgo el negocio”, explicó Marroquín.

Martínez coincide: puede haber un miembro peruano en la mara. Pero el fenómeno de pandillas que aterrorizan a Centroamérica sólo ocurre en el norte de la región y en la Costa Oeste de Estados Unidos. “Se trata de territorios gobernados, con el 75 por ciento de las empresas de cualquier rubro extorsionado. Es casi imposible que el fenómeno se replique en todo el mundo porque es difícil que se repitan los ingredientes”, dijo. Durante los ochentas, mucha gente huyó de las guerras civiles, se afincó en el sur de California y para protegerse y defenderse de las pandillas locales fundó la Salvatrucha o se integraron al Barrio 18. Esas primeras formaciones fueron mutando, aprendiendo los mecanismos y se convirtieron en mafias tras haber pasado por las cárceles. A fines de los ochenta y principios de los noventa, Estados Unidos deportó a 4000 pandilleros a los países del triángulo norte. Esos jóvenes llegaron a territorios de posguerra, orfandad y poca presencia del Estado. Sólo en El Salvador, un país de 6,2 millones de personas, hay 60.000 pandilleros.

Para Marroquín, en la sociedad argentina no podría haber pandillas con estas características. “Hay matices con el caso centroamericano: ustedes tienen programas sociales para sectores marginales, no han tenido políticas de mano dura en los niveles de nuestra zona y no se ha criminalizado al extremo la realidad de los jóvenes”, explicó.

Un pandillero o diez o 570 -como publicó una socióloga en Infobae- no hace el fenómeno de las maras. “Lo que a nosotros nos pasó es el resultado de una guerra sin sanar en un país que continuó siendo violento y a lo que se sumó el aporte estadounidense. Es una cadena de malas decisiones gubernamentales e internacionales en una sociedad profundamente violenta. A ustedes no les va a pasar”, dijo Martínez.

El alarmismo de los funcionarios locales se volvió papelón en las redes sociales cuando el secretario de Seguridad Interior, Gerardo Milman, intentó definir cómo son las maras desde El Rincón del Vago:

 


 

 

Foto: Christian Poveda