embarazo

Larisa Zerbino*.-

Soy madre de una niña de cuatro años, a quien di a luz por cesárea y desde su nacimiento hasta hoy tengo la dicha de tenerla conmigo todos los días. Virginia también es mamá de una niña: la tuvo por cesárea esposada a la camilla en el Hospital San Martín de la ciudad de La Plata. La diferencia entre Virginia y yo es que ella está detenida en la Unidad 33 de Los Hornos: la trasladaron con fuertes dolores abdominales cuando estaba a punto de parir.

Ingresó con contracciones y la esposaron de un pie a la camilla durante el trabajo de parto. Después de que los médicos le hicieran una cesárea de urgencia, los policías la esposaron nuevamente. La beba nació con problemas neurológicos y quedó internada. Cuando a la mamá le dieron el alta, no la dejaron quedarse con su hija ni siquiera veinticuatro horas y la llevaron de regreso a la Unidad 33: se interrumpió la lactancia y el contacto de las primeras horas. El abogado defensor de la víctima denunció que Virginia Toloza sufrió torturas y trato inhumano.

Hace unos meses Ruth –privada de libertad en la Comisaría 4º de Morón- fue obligada a amamantar a su beba de cuatro meses a través de los barrotes de la celda donde estaba alojada.  Sólo la dejan hacerlo dos veces por día pese a tener una orden judicial que le permite alimentar a su bebé cada dos horas en sus brazos.

Estos son sólo dos casos de muchos. Todos los días las mujeres encarceladas embarazadas y las que están alojadas con sus hijos menores sufren reveses a sus derechos. La privación de la libertad la sufren las presas y los hijos e hijas cuando se deshumaniza el vínculo.

La maternidad tras los barrotes se vive rodeada de miedos interminables. La falta de atención médica se traduce en un peligro inminente, se lleva la vida de sus bebés y en gran medida la de ellas. La carencia de espacios de juegos para los niños y niñas alojados con sus madres y las peripecias para obtener un alimento tan indispensable como la leche hacen que la maternidad en contexto de encierro se convierta en la situación más vulnerable que una mujer pueda atravesar.

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Virginia Toloza fue torturada y tratada inhumanamente en el Hospital San Martín de La Plata. Cuando estaba en trabajo de parto, el Servicio Penitenciario Bonaerense y el personal médico, impidieron que pudiese tener un parto humanizado, a pesar de que la ley 25.929 prevé que “toda persona recién nacida tiene derecho a ser tratada en forma respetuosa y digna y a la internación conjunta con su madre en sala”. Esta norma también establece que los padres deben “recibir información comprensible, suficiente y continuada sobre el proceso de salud de su hijo o hija”.

Ruth, fue tratada de la misma forma. Fue obligada por personal policial a amamantar tras las rejas y no tiene el derecho a decidir cómo y cuándo tener a su hija en los brazos para alimentarla.

En ambos casos se violó lo establecido por la ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres (ley 26.485) y la ley de protección integral de los derechos de las niñas, niños y adolescentes por no respetar el “interés superior del niño”.

La normativa internacional y nacional vigente en materia de protección de derechos de la infancia y de las personas en contexto de encierro y la vinculada al parto respetado, promoción y concientización de la lactancia materna establecen claramente que se deben proteger los derechos de las madres y sus hijos, sea cual fuere el contexto en que se encuentren.

La  vulneración de los derechos de las mujeres encarceladas también contradice ampliamente lo  establecido por la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, su protocolo facultativo y la Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la Mujer (Convención de Belem Do Pará). Esta última identifica a las mujeres privadas de libertad como un grupo vulnerable, no obstante las Reglas de Bangkok establecen la necesidad de elaborar medidas alternativas a la prisión preventiva y a la condena que sean específicamente concebidas para las mujeres, como es la prisión domiciliaria.

Soy madre de una niña de cuatro años. Lo mejor para un niño o niña desde su nacimiento es estar con su mamá y mantener ese lazo afectivo. A Virgina y Ruth les impusieron dolorosas limitaciones para mantener el lazo afectivo con sus hijos. Mi hija y los hijos de ellas también son iguales y tienen los mismos derechos y hay que protegerlos.

Por ellas, y por todas las personas encarceladas, promovemos la recuperación y valorización de los derechos de las personas privadas de libertad, abogamos por no callar estas situaciones, por no seguir invisibilizando estas prácticas que por lo contrario deben ser denunciadas.
*Miembro de Asociación Pensamiento Penal Buenos Aires