Un recorrido sobre el paso de la coca por el Caribe de Nicaragua y su entrada a Honduras, El Salvador y Guatemala.

Langostas, pangas y Cocaína

Por Óscar Martínez. Sala Negra, 12 de junio de 2011.

—¡Ay, Dios mío, ahora sí se complicó esto! —lamenta el capitán de fragata Wilfredo Castañeda—. ¡Ay, Dios mío, ahora sí va a estar difícil esto!

A punto estaba el capitán de iniciar su explicación sobre la carta náutica que tiene pegada en la pared de su oficina, al principio del muelle de Puerto Cabezas, o Bilwi, como los indígenas nicaragüenses que habitan este olvidado Caribe llaman a su capital. Se fue la luz. Un apagón, de lo más común en la zona. A veces duran hasta un día entero.

Por supuesto, la Capitanía de Puerto encargada de vigilar estos 500 kilómetros de costa enclavados en la principal ruta marítima de las más de 500 toneladas anuales de cocaína que escalan Centroamérica hacia el norte, no tiene un generador eléctrico. Hoy, por cierto, ni siquiera pilas para la lámpara de mano.

—Bueno, si usted quiere, podemos seguir hablando en lo oscuro –me ofrece el capitán, un hombre alto y ancho.

Hablar en la precariedad de lo oscuro es el ambiente más acorde para esta charla. El capitán, ya que no puede mostrar nada en la carta náutica, enumera lo que no tiene, lo que le falta. Personal, repuestos de alta rotación, combustible, lubricante, motores fuera de borda de 200 caballos de fuerza, lanchas -o pangas, como llaman aquí a esas palanganas de entre 10 y 15 metros de eslora-. Todo eso le falta, dice, para poder atrapar a los rápidos colombianos que se deslizan todas las semanas en sus potentes pangas con cuatro motores fuera de borda de 200 caballos cada uno, con más de 500 kilogramos de cocaína invariablemente. Eso y también aseguramiento técnico de especialistas. Suena muy técnico, pero no lo es, nada es muy técnico aquí en Bilwi.

—¿Qué es eso del aseguramiento, capitán? —pregunto.

—Ajá, es que como nosotros mandamos lanchas de intercepción, la permanencia en el mar se hace de tres a seis días de forma continua. ¡Parecemos náufragos! Por el día, la inclemencia del sol; y por la noche, el sereno de la madrugada. Estamos a la intemperie.

—Sigo sin entender qué es eso del aseguramiento, capitán.

—Ahí te va. Raciones frías. En una lancha rápida no vas a estar cocinando, requerís de latas. Un plato de comida lo podés valorar en unos 40 córdobas (poco menos de 2 dólares), término medio de una comidita casera. Mientras que una sola sardina, una sola lata de choricitos o atún, te vale 25 córdobas, y un jugo te vale 15, y aunque sea unas galletitas saladas. Total que de 40 te pasa a 60, 70 córdobas, depende de qué le estés dando al hombre. Por eso te digo, que el aseguramiento técnico para el hombre es complicado.

Aquí, el mar lo da todo. Esta es gente de mar. Escurren agua salada buena parte del día. Del mar salen las langostas que durante ocho meses pescan, cuando no hay veda. Por el mar se transportan, porque los pueblitos y aldeas costeras que rodean a Bilwi y componen la Región Autónoma del Atlántico Norte de Nicaragua (RAAN) no tienen acceso por tierra. Puro mar, pura panga. Por el mar se mueven los barcos caracoleros que llevan a los indígenas varias semanas a los cayos a traer aquellos enormes caracoles. Por el mar patrulla la gente del capitán. Por mar entran los colombianos con su cocaína y sus fajos de dinero.

—Actualmente, la gente más bien ve como una bendición que una lancha de narcos llegue y desembarque o quede varada frente a la comunidad. Es un gran beneficio para ellos. Nuestras comunidades se han convertido en base social del narco —dice el capitán, en lo oscuro.

Afuera, el sol se va y alrededor del sucio muelle todavía hay alboroto. Si alguien tiene en mente una estampa hermosa de un Caribe blanco y pulcro, puede deshacerse de ella aquí mismo. Las últimas pangas que llegaron de los pueblitos, de Walpasiksa, de Sandy Bay, de Haulover, de Wawa, son descargadas por algunos mendigos de Bilwi. Al pie de la Capitanía de Puerto, encalladas en la arena, tres pangas de 15 metros de eslora son devoradas lentamente por el salitre. Se las decomisaron a unos colombianos y hondureños que lograron descargar la cocaína en uno de esos pueblitos antes de abandonar sus naves. Los militares no las usan porque no tienen suficientes motores como para impulsarlas, ni la gasolina necesaria tampoco, ni suficientes latas de atún ni galletas.

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