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Miriam Maidana* – Cosecha Roja.-

El 21 de abril de 2015 una noticia nos dejó sin voz: Juan Carlos Romero, 41 años, pasó a buscar a sus hijos mellizos de siete por la escuela. Condujo a contramano y estrelló el auto que manejaba contra un camión: Agustín Romero falleció en el choque, su hermano Mateo terminó internado y el conductor del vehículo (dado que “padre” es algo más que depositar la semilla) fue a parar al hospital. Si, si: él sobrevivió.

Y cuando digo que la noticia nos dejó sin voz lo digo efectivamente: los muros de las redes sociales hicieron silencio. El horror así nos deja: aunque estemos al tanto de estadísticas, violencia de género y femicidios, es distinto leer que un niño de siete años murió y su hermano mellizo está grave en un hospital tras ser víctimas de un suceso evitable. La madre se había separado del padre hacía dos meses, tras 22 años y 4 hijos. Había una denuncia de por medio, o varias. Nunca se sabe bien donde van a parar las denuncias.

Los titulares de los diarios eran propios de la serie CSI, mi favorito fue el de La Nación: “Investigan si un hombre chocó a propósito y mató a un hijo para vengarse de su ex”.

Como ustedes saben, es de lo más común que personas que tienen exclusión del hogar y han sido denunciadas por violencia de género retiren a sus hijos del colegio, no los lleven a su siguiente actividad (clases de artes marciales), conduzcan a contramano en una autopista y cuando vean un camión lo choquen de frente. En caso de que no sea suficiente la policía científica para investigar el crimen, no deberían dudar en llamar a Horatio, el colorado protagonista de CSI que con un solo pelito es capaz de encontrar al asesino más grande la historia. O al detective Goren de Law & Order Criminal Intent, que es un sabelotodo.

Apenas se conoció la noticia comenzó la novela: que Romero le había mandado mensajes de texto a la ex mujer anunciando lo que pensaba hacer (ella lo desmintió, sí habló de un llamado cuando ya estaba en la autopista), que todos suponían que el señor podría haber hecho eso y algo peor.

El juez de familia Tomaselli explicó claramente: la justicia tomó la denuncia de la señora y el señor tenía una restricción para acercarse a ella (no a los hijos); lo excluyó de la casa y la reintegró a ella; le prohibió a Romero “realizar actos molestos” (había apedreado el local de su ex e intentó incendiarlo) y “le dijo que debía hacer terapia”. No aclara si el señor debía llevar los comprobantes de la misma al Juzgado.

La noticia duró dos o tres días en las tapas de los medios, después la dieron de baja. Hasta el sábado 23 de mayo, cuando nos enteramos que Mateo recibió el alta y volvió a casa con su mamá. Acá mi titular favorito fue el de TN: “Dieron de alta al nene que sobrevivió a un choque que causó su padre en Entre Ríos”.

“Al nene que sobrevivió a un choque que causó su padre”.

Ya saben: conducir a contramano tras varias amenazas y estrellarse contra un camión es un “choque”.

Mateo tiene un yeso en una mano, clavos en las piernas y varias lastimaduras. Tuvo parálisis facial  y, como si fuera poco, va a tener que cargar sobre sus pequeñas espaldas ser el “sobreviviente”.

Mateo, seguramente, tiene miles de preguntas pero habrá una que seguramente le será más difícil de poner en palabras. ¿Por qué yo?

No sé si podrá procesar alguna vez lo sucedido: fue víctima de un intento de asesinato en manos de su padre “por fuera” de su función. Porque un padre cuida, mima, ignora, deja de ver o patea la pelota. No asesina.

Hebe Rull, la mamá de los mellizos, contó: “El equipo interdisciplinario me dijo que yo se los dé (a los mellizos) un tiempito a él porque como yo estaba con un tratamiento oncológico, primero me tenía que recuperar yo y que él los tuviera un tiempo. Así se aburría de cuidarlos y me los devolvía, eso opinaron ellos. Él los iba a buscar, tenía derechos – según me decían todos-, porque el padre tiene derechos. Pero no tiene derecho a matarlos“.

Este caso me ha dejado muda mucho tiempo así que brevemente espero:

  1. Que los equipos técnicos y no técnicos dediquen todos sus esfuerzos a asistir psicológicamente a Mateo, a su madre y a sus dos hermanos mayores. Y cuando digo todos me refiero a que dediquen su mejor arte, experiencia, interdisciplina y pericia. También que pidan disculpas: “un padre tiene derechos”, sí, ¿pero no pensaron que cuando apedreó e intentó incendiar el local de su ex esposa los niños podían estar allí?
  2. Que el Estado asigne personal médico, de enfermería y lo que pueda necesitar el niño.
  3. Que un día podamos discutir un poco más abiertamente que las medidas de restricción, exclusión, no acercamiento son un papel con un sello. Si nadie verifica su cumplimiento, no dejan de ser un papel y a veces un “disparador”. ¿Cuántas de las mujeres y niños asesinados habían denunciado?
  4. En estos casos levantar el cartel de “Basta de violencia” no sirve: el mal es una condición de algunos humanos. La violencia ya está registrada en el asesinato de Abel en manos de Caín. Se mata por celos, por venganza, por ideología, por dinero, por una cantidad de motivos más. Espero, pues, que la Justicia juzgue al señor Romero –que aún está vivo, hay que recordarlo- como debe serlo y ahí sí los medios de comunicación puedan escribir que es un filicida.
  5. Como verán no se necesitan muchas más leyes: si los equipos técnicos un poco más entrenados en violencia de género, leyes aplicadas en su totalidad y un poco de escucha.

* Psicoanalista