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Dos grupos de chicas llegan temprano a la plaza Moreno, en el centro de La Plata. Cargan pilas de cañas con banderas enrolladas que sostienen de a dos. Todas llevan pañuelos verdes de la Campaña Nacional por el Aborto atados al cuello o en las mochilas. Se saludan con un grupo de señoras muy abrigadas que esperan frente a la Catedral con carteles rosas impresos: “Ni una menos”. Son las primeras pero en una hora más de 15 mil personas ocuparán esta y otro centenar de plazas en todo el país: mujeres, varones, niñas, adolescentes y un grupo de motociclistas gritarán “Vivas nos queremos”.

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Las familias pasean por la calle 12 como todos los viernes. La mayoría son mujeres que fueron a buscar a sus hijos del colegio. Emiliano está apurado, se dirige a la plaza. Lleva la mochila colgando de un hombro y con el otro brazo hace upa a su hijo Eugenio, de un año y medio. Es docente y le parece que la violencia de género es un tema complejo pero que se “erradica con educación”. “Mis hijos se van a criar viendo que su mamá y yo nos repartimos las tareas domésticas porque así es más fácil”. Sabe que en otras familias a la mujer se la carga de responsabilidades: el trabajo, la casa, los hijos. “Es mucha presión y un daño psicológico enorme”, cuenta a Cosecha Roja.

– ¡En las plazas, en las casas y en las camas! Tenemos que luchar-, dicen por el micrófono las agrupaciones organizadoras desde el palco improvisado, frente a la Municipalidad.

Naico de 26 e Ignacio de 24 son mamá y papá de Lucas de 4. Ignacio piensa que se ha logrado mucho desde la movilización del año pasado. Naico dice que no, que es poco, que “no alcanza”. Igual que Emiliano piensa que la base está en educar pero sabe que es difícil. “Desde mi lugar de madre no quiero criarlo con prejuicios. Si tiene ganas de que le pinte las uñas, se las pinto”. Hace poco Lucas se hizo pis en el jardín y las maestras le pusieron un pantalón rosa. “A él le encanta ese color pero vino a casa muy mal, no entendía por qué sus compañeritos se le reían”. Naico tiene esperanzas de “reeducar” en género a la gente mayor. A su abuelo de 88, por ejemplo. El padre no lo dejaba tocar la guitarra porque decía que era “de maricón”. Este año no pudo asistir por el frío, pero el 3 de junio pasado marchó junto a ella y su familia.

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Un mantero ofrece remeras de Ni Una Menos, de Libertad para Belén y otras con la cara de Cristina. La más vendida fue la de una chica desnuda, arrodillada sobre un charco de sangre y con una leyenda en la espalda: “la violencia deja marcas. No verlas, femicidios”. “Hace poco tenías que explicar qué era la palabra femicidio. Ahora está instalado”, contó Juana de 44. Es ingeniera electrónica, lleva el pelo de dos colores y hace 5 meses se unió a un grupo de motociclistas. “El lenguaje crea realidad: las cosas con nombre tienen mayor peso”, dijo a Cosecha Roja.

Según datos de ONG Casa del encuentro, entre el 1 de junio de 2015 y el 31 de mayo de 2016 fueron asesinadas 275 mujeres: el varón mata porque las considera de su propiedad. El año pasado Juana memorizó las estadísticas para explicar por qué se marchaba. “Este año fue diferente”, dijo con una sonrisa. Sus compañeros motociclistas la llevaron a 12 y 53 y se unió a la marcha a pie por la diagonal 74.

Los varones de las motos marchan al final, como si fueran el escudo de la columna. Cuando llegan al cruce de 49, Juana se para firme, la mirada al frente y corta el tránsito. Un taxista saca la cabeza para gritarle algo pero llega Juan Carlos y atraviesa su Mondial 150.

– Andá tranquila, yo me quedo acá.

Juan Carlos trabaja en un taller de zinguería y llegó con las herramientas encima porque no hizo tiempo de pasar por la casa. Dice que esta fecha fue mejor que la anterior porque hubo más gente aunque hay que pensar en algo para “agarrar de los huevos a la justicia y a los políticos. Que hagan algo en serio, porque muere una mujer cada 30 horas”. Su hija Abigail tiene 21 años y vive un noviazgo violento. Cada vez que va a denunciar que su novio le pega, la policía la ignora. Juan Carlos intentó todo para sacarla de ese círculo, incluso amenazó con no hablarle nunca más. Pero ella siempre vuelve. Juan Carlos ya no sabe qué hacer. “Yo sé que un día me van a llamar del hospital y me van a decir que está grave, internada, o algo peor”.

Antes de marchar hacia Plaza Italia, un grupo de la Escuela de Danzas baila Zamba para olvidar. Las cinco parejas hacen diferentes pasos pero todas actúan el círculo de la violencia: el varón que pega y después acaricia, abraza, pide perdón.

– Qué fuerte-, dice Jorge y se pasa una manga por los ojos sin dejar de sostener el cartel de Ni Una Menos. Es jubilado, lleva dos camperas puestas y unos lentes colgados al cuello. “Estoy acá para hacer un poquito más de fuerza y que se termine la discriminación, la trata de personas y más que todo los femicidios. La violencia machista lamentablemente está instalada en la sociedad”, dice a Cosecha Roja. Jorge piensa que la participación es clave: “se está usando mucho el tema de las redes sociales. Es muy importante el mensaje que difundimos”. Vino con Edith, más joven y bajita que él. “Ella es mi compañera. Es enfermera, una de las mejores, no sabés”, dice y la besa en la mejilla.

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La columna mide 6 cuadras y avanza a paso lento. Un chico toma mate “para combatir el frío”. Una chica se adelanta a cortar la calle, levanta una cartulina amarilla escrita a mano: “Disculpe las molestias, nos están matando”. Muchos carteles son color violeta y piden libertad para Belén, la chica tucumana que se hace más de dos años está presa por un aborto espontáneo: la condenaron a ocho de prisión por homicidio.

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– ¿Qué es Ni Una Menos?, le preguntó a Juana su hija de 8. No tienen tele y estos últimos días vio cómo su mamá llenaba la casa de carteles, cartelitos, panfletos, pancartas.

– Es que algunos hombres matan a sus parejas.

– ¡¿Cómo que las matan, mamá?!

– Discuten, les pegan y en algunos casos las matan.

– ¡¿Por qué las matan?!

– Porque pueden.

#NiUnaMenos comenzó a principios de 2015 como una maratón de lectura organizada por familiares de víctimas de violencia de género, escritores y periodistas en repudio al femicidio de Daiana García. Pero cuando la policía encontró el cadáver de Chiara enterrado en la casa de su novio de 16, se organizó la movilización. La convocatoria superó todas las expectativas: más de 100 plazas en todo el país, más de 200 mil personas en Congreso. Este año, la  semana de acciones previas a comenzó con un tuitazo y la nueva consigna #VivasNosQueremos.

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-Micaela, Emilia, Claudia, Diana Sacayán, Mariana… Hay tantas, tantas. ¡Por favor! ¡No se puede más!- la voz de Lorena Galle se quiebra.

Habla sobre un escenario chiquito frente a Gobernación en una plaza San Martín oscura, con sólo dos o tres luces en pie. Es tía de Micaela, la nena de 11 que fue asesinada a golpes y cuchilladas en el cuádruple femicidio de La Loma en 2011. “Les pido a todos que nos despertemos. Mientras Tinelli siga poniendo a las mujeres en pelotas y tenga 37 puntos de rating, el poder del hombre sobre la mujer va a ser cada vez más aterrador”, dijo.

El 14 de mayo apelaron la sentencia que el año pasado absolvió al “Karateka” Martínez, ex novio de Barbara, mamá de Micaela. A pesar del fallo judicial, Lorena sostiene que él es el autor intelectual y material del femicidio de su sobrina, la mamá y la abuela. “Yo no soy psicóloga, soy una simple ama de casa y trabajadora que aprendió a luchar pateando la calle”, dice ya más tranquila. Sin embargo, muchas ven en ella una referente. Esta semana la contactó una mujer desesperada, pidiendo ayuda: se acaba de enterar que a su hija de 11 el papá -su marido- la viola desde los 7.

Las dos primeras personas que se acercaron ni bien pasó lo de Micaela fueron Chicha Mariani, Rosita Bru y las chicas de Las Rojas, la agrupación feminista del Nuevo Más. “Si no fuera por ellas yo estaría sola, sin saber a dónde ir”. Lorena sabe que hay muchas mujeres desesperadas que se pasan la vida de tribunal en tribunal sin ningún tipo de solución. “Si somos miles en la calle con cada juicio, con cada violación, nos van a tener un poco más de respeto. No hay que caminar solas, hay que estar organizadas”.

Fotos: Fernando Ghersi