Por Juan Britos – Tiempo Argentino.-

John Carlos Camafreita murió en el Hospital Ramos Mejía de Balvanera custodiado por los dos gendarmes que el Ministerio de Seguridad de la Nación había puesto a disposición de su familia para garantizar su seguridad. El joven de 18 años estaba internado desde la madrugada del 21 de enero en coma irreversible luego de que el cabo de la Federal Martín Alexis Naredo le disparase por la espalda cuando se negó a ser identificado. John agonizó durante cuatro días hasta que el miércoles a la noche su corazón se detuvo. Indignados, sus familiares estallaron de bronca y cruzaron a la comisaría 8ª, ubicada a pocos metros del centro médico, para gritar su dolor y reclamar justicia. Pero nadie atendió sus reclamos.
“Mi hermano –dice Gabriela mientras hamaca a su pequeño hijo– no era un delincuente. Le pegaron un tiro en la nuca y la bala salió por la sien. El policía dijo que habían forcejeado pero después de disparar le pidió disculpas al chico que estaba con John y le confesó que el balazo se le había escapado.”
Aparte de Naredo, también fue puesto en disponibilidad preventiva el oficial Juan Carlos Moreira, a cargo del patrullero que llegó a la esquina de la Avenida Independencia y Soria, en Boedo  el sábado a la 1:45. Los policías respondieron el llamado al 911 que alertaba sobre la pelea entre dos bandos de adolescentes. Cuando bajaron del patrullero, intentaron identificar a John y a su amigo pero los chicos se negaron y siguieron caminando.
Después, Naredo disparó e hirió gravemente al muchacho, que cayó al piso y jamás volvió a despertar. Anteayer, alrededor de las 21, el adolescente murió. Pese a esto, ninguno de los dos agentes fue detenido porque el juez porteño Pablo Ormaechea no lo consideró necesario.
Ayer, la mamá de John, Delia, estaba destrozada. Agitaba el tarro de aerosol con pocas fuerzas al escribir el nombre de su hijo sobre la pared del supermercado de Alsina al 2500. La secundaban su prima Alejandra y una veintena de jóvenes que tenían los ojos llenos de bronca. En las manos cargaban los volantes con la cara de su amigo.
Unos metros más allá, las primas y tías de John se abrazaban y cantaban; todas repetían plegarias cristianas. “Vamos a hacer marchas en paz para pedir justicia. Nuestro estandarte –aclaró una de las tías del joven asesinado– es el Dios de Abraham y Jesús, nuestro abogado.”
Mientras la familia se preparaba para recibir el cuerpo de John –al cierre de esta edición aún no había sido entregado–, el papá, Juan Carlos, reclamaba el DNI y las otras pertenencias que su hijo llevaba cuando fue baleado por el suboficial de la Federal.
“Le arrebataron el futuro –dijo una tía de la víctima– porque era un pibe que quería vivir. Rapeaba todo el día, hasta para hablarles a sus primitos. Improvisaba rimas con sus amigos y nos ayudaba cuando se quedaba a dormir en casa.”
Apoyado en la ventana de la casa donde hoy será velado John, Julio –tío del muchacho– dijo que “nadie de la fiscalía se acercó a nosotros para aclararnos la situación procesal del asesino. Además precisamos proteger al testigo del caso, que es un chico de 14 años al que la policía intentó callar. Los agentes buscaron encubrir a su compañero y quisieron plantar testigos pero la familia actuó rápido y no lo permitió. Dijeron que tenía un balazo en la panza pero cuando fuimos nos enteramos que el tiro lo tenía en la cabeza. Estamos con mucho miedo pero a la vez tranquilos: el barrio nos va a ayudar, todos saben que tenemos una policía de mierda.