MAMA PERLA

Por Lucía Mimiaga – El Debate

A cuatro años del asesinato de Perla Vega, su familia exige una investigación seria.

Perla Vega acababa de cumplir 30 años de edad cuando anunció con toda determinación que quería irse a estudiar al extranjero. Su mamá le dijo: “Vete, mi niña. Vete ahorita que es cuando puedes hacer algo. De viejita ya no”. Por eso, cuando la asesinaron, al pasar de los días, los trámites y el caos de las investigaciones, la señora Olga Medina se encontró pensando que su hija Perla se había ido a otro país. “Como que la veía llegar jalando las maletas, toda atemperada”.

Pero Perla no se fue

La madrugada del 27 de mayo de 2012, alguien entró a su casa, aprovechando que la puerta de la entrada principal tenía una maña. Subió a su cuarto y en medio de la noche le arrancó sus sueños: fue asesinada a puñaladas, tenía heridas al lado derecho del pecho y en la parte posterior.

Cuando escucharon ruidos en la casa, sus hermanas y sobrinos se despertaron —sus padres se encontraban fuera de la ciudad— y la encontraron en medio de un charco de sangre. Cuchillos tirados en el suelo. Su hermana Gricelda llamó a emergencias varias veces; los minutos resultaron eternos.

Primero llegó una patrulla de la Policía Municipal que les recomendó no moverla y esperar a la ambulancia. Los policías después siguieron a los paramédicos rumbo a Cruz Roja, donde falleció.

En medio del caos, en la casa se quedaron solos los niños. Al hogar no llegó ningún investigador, no se resguardó nunca la escena del crimen hasta un día después y la patrulla que había llegado se esfumó.

El recuerdo

Perla Lizet Vega Medina nació en Baimusari, Badiraguato, localidad cercana a Otatillos, en plena Sierra Madre Occidental de Sinaloa, allá donde los cerros dividen pueblos. Fue la quinta de seis hermanos, en una familia donde las mujeres son la mayoría: Gricelda, Lorena, Laura y Mayra son sus hermanas, y Víctor su hermano.

Todos están seguidos. Entre Gricelda y Lorena se llevan sólo un año de diferencia; de allí para abajo todos se llevan dos.

Perla quería superarse, trascender, “ser alguien en la vida”. Nunca estaba quieta, siempre alegre, motivando a los demás. Le gustaba mucho leer y desde niña siempre fue muy inteligente. A su mamá, los profesores le decían que tenía más capacidad de lo que mostraba. De pequeña se aburría en clase porque siempre terminaba antes que los demás y alborotaba a los alumnos. Esas eran las quejas que recibía la señora Olga, madre de Perla.

Fue una estudiante brillante en la licenciatura y maestría en relaciones internacionales y políticas públicas de la Universidad Autónoma de Sinaloa. También era maestra de teoría de relaciones en la misma facultad. Trabajaba, además, en la Secretaría de Desarrollo Social de Gobierno del Estado; tenía un gran futuro académico.

El softbol y el voleibol eran sus pasiones. Patinaba e iba al gimnasio. La gustaba comer nutritivamente y no fumaba ni tomaba bebidas alcohólicas. Un día les dijo a sus más cercanos: “Me voy a dedicar a cultivar amistades”, y así fue. El velorio, el entierro y las misas en su honor estuvieron repletos. Sus allegados la describen como una mujer ejemplar.

Por eso, cuando la asesinaron, nadie pudo culpar a Perla de su propia muerte ni manchar su imagen, como normalmente ocurre en Sinaloa, que cuando se habla de asesinatos y feminicidios, se habla para no investigar, para cerrar el caso. Tampoco pudieron desarticular el reclamo de justicia. Se organizaron marchas y un movimiento social que sigue exigiendo justicia para Perla, porque Perla puede ser cualquiera: nuestra amiga, hermana, tía, madre, hija o compañera.

Entre 1985 y 2014 se han registrado un total de 47,178 defunciones femeninas con presunción de homicidio en el país. La cúspide más fuerte se dio en 2012. A su vez, en el periodo de 2007 a 2013, Sinaloa registró aumentos importantes en la tasa de asesinatos de mujeres, según el informe de la ONU Mujeres de 2014 Feminicidio en México, investigación realizada en conjunto con el Inmujeres y la Secretaría de Gobernación. De acuerdo con este informe, en 2013 y 2014 hubo un aumento en los casos en que las mujeres fueron estranguladas o acuchilladas en sus propios hogares en una cuarta y una quinta parte, respectivamente. Así como le ocurrió a Perla Vega.

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Las señales estaban allí

Amigos y familiares descubrieron que Perla sufría acoso y violencia emocional por parte de su exnovio; sin embargo, nunca pensaron que podía llegar a escalar. Quizá porque la violencia emocional está tan arraigada socialmente que interferir en ocasiones entre los problemas de una pareja puede llegar a ser mal visto.

En México, casi cinco de cada diez mujeres han sufrido violencia física, sexual o emocional por parte de sus parejas, según el Índice para una Vida Mejor 2014, elaborado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). De 36 países evaluados, México concentra el mayor porcentaje de este tipo de casos.

Perla y Juan Carlos habían tenido un largo noviazgo de nueve años. Era alguien que entraba y salía con familiaridad de la casa. Por eso cuando anunció a la familia que ya no andaban y empezaron a surgir comentarios para que recapacitara, les dijo entre lágrimas: “Tiene dos caras. Apenas lo estoy conociendo”. Después de eso, ya nadie le insistió.

Tenía un año de haber roto con él, pero la seguía buscando. En una ocasión, lo vieron temprano arriba de su carro esperándola afuera de su casa. “Le ponía retenes”, dicen sus familiares y amigos. Al salir Perla rumbo al trabajo, él la detuvo y no la dejó subir hasta que terminó de hablar.

Durante la separación, refieren que Juan Carlos le mandó a obsequiar una vaca gigante de peluche que llegó con una carta escrita de su puño y letra al trabajo, pero que ella rechazó y le regaló a una sobrina. La carta todavía la guarda su hermana Gricelda como una prueba que sugirió a la Procuraduría, pero que nunca fue requerida.

Un punto clave en el caso es el anuncio que hiciera Perla Lizet de su nuevo noviazgo, un joven compañero funcionario, a quien les presentó a sus amistades el viernes 25 de mayo, dos días antes de que fuera asesinada. Al día siguiente, muy temprano, ella recibió una serie de llamadas de acoso de su exnovio, a quien nunca contestó. Ya se había enterado de la noticia, así lo declararon a la Procuraduría sus amigas.

El domingo por la madrugada, el brillo de Perla se apagó. Fue asesinada en su hogar a puñaladas. Un modus operandi que va en ascenso en los casos de feminicidio en México, según la ONU.

La exigencia

Hablar de Perla para su familia es siempre difícil. Su mamá platica de Perlita como si estuviera viva. Se le ilumina el rostro recordando anécdotas —se nota que era una joven muy divertida—. Sin embargo, los recuerdos tristes se interponen, las caras cambian, el dolor, el llanto; revivir el caso, la angustia de no tener respuestas, de no tener justicia. El coraje para sus hermanas es grande. Las lágrimas corren; la frustración también. Su padre es hombre de pocas palabras, de carácter recio; un pilar.

Todos coinciden en un mal proceso por parte de la Procuraduría General de Justicia del Estado. Una justicia que les prometieron, pero que a cuatro años del crimen nunca llegó. Una justicia burocrática que fue aglomerando papel tras papel.

Por este hecho, la Procuraduría abrió la averiguación previa 11/2012, radicada en la Agencia Especial de Investigación de Homicidios de Mujeres.

El 5 de enero de 2013, el exnovio de Perla Vega, Juan Carlos Cristerna Fitch, fue arrestado en Tijuana cuando ingresaba a México y fue presentado por la PGJE el 8 de enero como el principal sospechoso del asesinato de la maestra. Seis días después, el juez le dictó auto de formal prisión.

El 27 de septiembre de 2013, la defensa de Juan Carlos solicitó un amparo, el cual se le otorgó por encontrar irregularidades en el expediente que integró la Procuraduría General de Justicia del Gobierno Estatal y por la especificación de tortura. El 5 de septiembre de 2014, al acusado le dictaron un auto de libertad debido al mal trabajo realizado por la Procuraduría, que no cuidó el debido proceso. La familia de Perla indicó que esto no se refiere en ningún momento a un auto de inocencia y que el caso continúa abierto.

“Desde un principio no hicieron las cosas bien. ¿Por qué no sacaron ninguna prueba? Porque si ellos hubieran querido (Procuraduría), cierran la casa. ¿Usted cree que de la computadora, tanta llamada que le hizo, el teléfono, no iba a haber pruebas? No las quisieron sacar”, indica la señora Olga Medina.

El último documento que recibió la mamá de Perla llegó hace unos cuantos días. El juez séptimo de Distrito de la Sala Penal resolvió —un año y medio después— la apelación que habían interpuesto ante la libertad de Juan Carlos Cristerna Fitch, determinando que no había elementos suficientes para que continuara el proceso en prisión.

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La esperanza se va con la vida

Perla no se fue. Su mamá repite una rutina. Todos los días abre la ventana de su cuarto, le deja allí un vaso con agua y cierra la puerta “porque así le gustaba a ella”.

La veladora nos vuelve a la realidad. Perla no está físicamente, sólo en los recuerdos, en las fotos, en los trofeos que adornan su recámara; en sus libros, en los momentos felices… también en la carga. Su muerte dejó un pesar que perdura en el corazón de sus seres queridos.

¿Se va a resolver este caso?, se le cuestiona a la señora Olga, quien rápidamente contesta: “La esperanza se va junto con la vida porque a Dios no lo engañamos, porque aquí en la Tierra con dinero a ese le dan la justicia y el que no tiene no tiene, no tiene justicia tampoco”.

Su hermana Mayra tenía ocho meses de embarazo cuando ocurrió la tragedia. Un mes después nació su retoño, a quien nombró Perla.

Perla no se fue…

Fotos: Enrique Rashide Serrano Frías (Fotoperiodista y videodocumentalista. Premio Nacional de Periodismo 2013 en Mèxico. Primer lugar concurso “POY LATAM” categoría de lo real a lo imaginario).