Sandra Rodríguez Nieto/El Diario

El último recorrido que se conoce de María Guadalupe Pérez Montes, de 17 años, fue frente a la tienda Modatelas, en la calle Francisco Javier Mina, a unos metros de donde para la ruta 3B que va del Centro a su casa en la Guadalajara Izquierda.

Eran alrededor de las 6 de la tarde del 31 de enero de 2009, empezaba a oscurecer, los negocios bajaban las cortinas metálicas y, por esa calle en la que caminaba María Guadalupe, abiertas quedaban ya casi sólo las puertas de los bares y prostíbulos.

“Le dije ‘Lupita, espérate’, pero no se paró. Me dijo ‘ya me voy, porque es muy tarde”, comentó el último conocido de la familia que la vio con vida.

Lupita, sin embargo, nunca volvió a su casa y, de acuerdo con un análisis de El Diario sobre 11 casos de mujeres con reporte de desaparición, al menos otras seis víctimas pasaron por esa parte de la calle Mina en los últimos recorridos que hicieron o debieron hacer antes de perderse.

El análisis también muestra que al menos cinco de ellas, como Lupita, usaron incluso la misma ruta de transporte público, la 3B, que conecta el centro de Juárez con las colonias del poniente en las que todas vivían.

Otro caso cuya última pista está en la calle Mina es el de Cinthia Jocabeth Castañeda, de 13 años, y quien fue vista por última vez el 24 de octubre de 2008 al bajar de un camión de la Ruta 3B en la esquina de Mina y Rafael Velarde, de donde caminaría para comprar cuadernos y zapatos a dos negocios del Centro en los que, sin embargo, al siguiente día le dijeron a su madre que nunca había llegado.

En la Mina también paró el camión de la ruta 3B que el 31 de marzo de 2011 tomó Perla Marisol Moreno, de 16 años y quien salió de su casa en la colonia Plutarco Elías Calles para buscar trabajo en los mercados Cuauhtémoc y Reforma, ubicados en la calle La Paz, una cuadra al norte de la Mina y donde hay bares y prostíbulos.

Un mes después que ella, el 26 de abril de 2011, por esa misma calle caminó María de la Luz Hernández, de 18, al bajar del camión de la misma ruta -la 3B- que, como Perla, tomó para ir al mercado Reforma y a una joyería contigua, en donde también preveía buscar trabajo.

Y, después que ellas cuatro, el 7 de julio de 2011, por la Mina pasó también Jessica Ivonne Padilla, entonces de 16 y quien, como las anteriores, también tomó una ruta 3B para llegar de su casa en el poniente al Centro de Juárez, a donde también fue a buscar empleo.

Apenas cinco días después, también en la Mina bajó de una ruta 2B Nancy Iveth Navarro Muñoz, entonces de 18 años y quien se dirigía a buscar trabajo a la tienda Modatelas.

Todas pasaron por esta parte de la Mina -entre Francisco Villa e Ignacio Mariscal, dos cuadras al sur de la Plaza de Armas- porque ahí, entre los bares y los prostíbulos que operan a plena luz del día, se detienen las unidades de transporte público que usan en los trayectos entre sus casas y el Centro de Ciudad Juárez.

A ninguna de las mencionadas la ha vuelto a ver con vida su familia, y sólo de Lupita Pérez se conoce el paradero. El pasado 22 de abril, su madre Susana Montes recibió la noticia de que una de las 12 osamentas encontradas en descampado del Valle de Juárez -conocido como el Arroyo del Navajo, al sur del municipio de Praxedis G. Guerrero- correspondía con el perfil genético de su hija.

La mujer, de 42 años, dice no tener idea de qué fue lo que le pasó a su hija -estudiante de la preparatoria Guerreros y quien fue al Centro a comprar un par de tenis- después de que fue vista en la calle Mina, ni cómo o por qué terminó asesinada y sus restos abandonados en el Valle de Juárez.

La única información adicional a la de la identificación que le dieron los agentes de la Fiscalía General del Estado fue que la probable causa de muerte fue un traumatismo craneoencefálico.

El hallazgo del cuerpo de Lupita y de las otras 11 mujeres abandonadas en el Arroyo del Navajo -de las que sólo seis han sido identificadas- resultó de rastreos que la Fiscalía hizo en El Valle luego de que, en noviembre de 2011, encontraran junto al panteón de San Agustín el cadáver de otra joven, Adriana Sarmiento, reportada como desaparecida desde enero de 2008, cuando tenía 15 años.

De Adriana, lo último que se supo fue que iba en un camión de la ruta Juárez-Zaragoza de la que, considera la familia, debió bajar en la calle Mina para tomar una ruta 3A y volver a su casa en la colonia Mariano Escobedo.

Como en el caso de Lupita, a la familia de Adriana lo único que se le informó fue que la causa de muerte habría sido también una fractura en la cabeza.

‘Red de explotación’

De acuerdo con funcionarios de alto nivel de la Fiscalía General del Estado, una de las hipótesis más “sólidas” sobre lo que pudo haber pasado con Lupita y con las otras 11 mujeres encontradas en el Arroyo del Navajo es que fueron secuestradas y luego sometidas por una “red de explotación” que opera en la zona Centro.

El análisis de El Diario sobre los 11 casos agregó, por separado, que en la calle Mina hay lugares en los que, según los relatos de los casos, podría haber datos tanto de Lupita Pérez como Idaly Juache, de 19 años y otra de las 12 encontradas en el Arroyo del Navajo.

Sobre la Mina, por ejemplo, está El Refugio, un deteriorado inmueble que, aun cuando tiene un anuncio que dice que es una casa de huéspedes, es un prostíbulo cuyas empleadas ofrecen sus servicios en la puerta principal.

Información del caso de Lupita Pérez indica que, a una amiga que en julio de 2011 pegaba pesquisas cerca de esta negociación, se le acercó una de las sexoservidoras y trató de decirle algo.

“Se le quedó mirando, nerviosa, y le dijo a una de sus amigas: ‘¿sabes qué..?’, pero luego le dijo a las prostitutas: ‘no, no podemos decir nada”, indica un testimonio provisto en julio de 2011 a personas allegadas a este caso.

El 15 de julio de ese mismo mes, pocos días después de que se perdieron Jessica Padilla y Nancy Iveth Navarro, en ese prostíbulo apareció también un cadáver de mujer -identificada como Eva Esparza, de 29 años- a la que el o los homicidas le cubrieron la cabeza con una bolsa de plástico, se la adhirieron con cinta y, además, le cortaron un dedo.

Nueve días después, y ante las desapariciones de Jessica y de Nancy Iveth, agentes de las policías Ministerial y Federal realizaron un operativo en El Refugio en el que no se encontró a las adolescentes mencionadas, pero sí a otra, de 15 años y cuya familia también había interpuesto un reporte dos meses antes.

La intervención policiaca, sin embargo, terminó sin personas consignadas y, en la madrugada del domingo 4 de septiembre siguiente, otra adolescente, ella de 12 años, fue también encontrada en una de las habitaciones de este negocio.

En esa ocasión, la Fiscalía estatal clausuró el establecimiento por faltas administrativas y detuvo a tres mujeres -identificadas como Dora Alicia Vázquez, de 23 años; Olivia Cadena, de 45, y Rumalda Batres, de 58-.

El martes siguiente, sin embargo, las tres fueron liberadas debido a que, argumentó entonces la Fiscalía, la menor encontrada dijo haber llegado al prostíbulo por su voluntad, y porque un examen médico descartó que hubiera tenido relaciones sexuales.

Citando la misma declaración, la Fiscalía informó también que la menor había escapado de su hogar el 26 de agosto anterior por tener diferencias con su madre, y que deambuló en la calle hasta que, la noche del 2 de noviembre, Alicia Vázquez le dio de cenar y la llevó a pasar la noche al Refugio.

Tres cuadras al poniente de este negocio, también sobre la Mina, está un “nigth club” en el que, según datos del caso, habría sido vista Idaly Juache Laguna, de 19 años, desaparecida desde febrero de 2010 y, como Lupita, identificada como una de las mujeres cuyas osamentas fueron halladas en el Arroyo del Navajo.

La información de este caso indica que, en 2011, una persona reportó haberla visto trabajando en un lugar llamado “Tangas”, a donde la adolescente habría llegado acompañada de un hombre que en todo momento, dice el relato, le impidió hablar con la persona que pudo identificarla.

“Una de las muchachas que trabaja ahí … dijo también que ese señor llegó con varias muchachas, y que el bar está en la entrada, pero que las llevaban a unos privados que están al fondo”, agregó una fuente allegada al caso.

El relato agrega que en el expediente de Idaly hay también datos de que el “levantón” habría ocurrido a un lado del mercado Reforma, en la calle La Paz, a donde también iban a buscar trabajo Perla Marisol y María de la Luz Hernández.

“Una persona que vio la pega de pesquisas dijo que vio cuando habían subido a Idaly a una camioneta a la fuerza, frente al mercado Reforma. Después, una muchacha que vendía ropa enfrente dijo que ella miró lo mismo, que era un hombre robusto y pelón, como a las 6 de la tarde, que le decían que se subiera, pero como ella no quería, que la agarraron y la aventaron, que había dos muchachos más en el carro, con radios”, agregó la fuente consultada.

El Tangas, cuyo acceso está vigilado por dos hombres y vedado para mujeres solas, fue uno de los 57 bares clausurados por el Gobierno del Estado en un operativo de revisión realizado en la Mina y La Paz en mayo pasado y que, de acuerdo con lo que dijo el fiscal Jorge González Nicolás el día 16 de ese mes, fue parte de la investigación de los casos de desaparición registrados en Juárez desde 2008 y hasta esa fecha, 85 según la estadística de la Fiscalía.

Días después de las clausuras, sin embargo, el negocio reabrió con la interposición de un amparo y, a la fecha, sobre la puerta pintada con la imagen de tres siluetas femeninas hay un letrero que indica: “Tangas solicita bailarinas para dos turnos. Requisitos: saber bailar, ganas de trabajar, buen cuerpo”. Este medio solicitó una entrevista con el administrador del negocio, pero no hubo respuesta.

Pobreza, otro patrón

Otras similitud entre los 11 casos de desaparición analizados por El Diario, registrados entre 2008 y 2011, es que todas las víctimas vivían en el poniente de Juárez y, también, que las casas de al menos cinco de ellas están a cuadras de distancia, en el polígono que forman las colonias 16 de Septiembre, Plutarco Elías Calles, Ampliación Plutarco Elías Calles, Guadalajara Izquierda y Adolfo López Mateos.

Estas colonias, caracterizadas por la falta de pavimento y por viviendas adheridas a las colinas incluso con llantas de desecho, están ubicadas al sur de la avenida División del Norte y alrededor de la calle Francisco Pimentel, en la falda de la sierra, ligeramente al norte de donde dice “La Biblia es la verdad”.

Ahí está la calle Isla Cozumel, donde vive la familia de Lupita; ahí también, en la calle Mazatlán, vivía Cinthia Jocabeth Castañeda; en la calle Islas Carolinas está la casa de donde salió Perla Marisol y, a unas cuadras, en la calle Islas Marías, viven los padres de María de la Luz Hernández.

En ese mismo sector, en la calle Isla Elba, vive también la madre de Cristal Carina Sifuentes, desaparecida en junio de 2008, cuando tenía 15 años y salió de su casa para ver un partido de futbol al que, como las demás, también preveía llegar a través de la zona Centro.

Por eso las cinco tomaron alguna de las unidades de la misma ruta de transporte público, la 3B, que en 25 minutos las conduce desde esas sus colonias hasta el Centro, a donde entran a través de la calle Mina.

Susana Montes dice desesperarse de saber que entre las jóvenes desaparecidas haya tantas similitudes sin que la Fiscalía pueda explicar qué está pasando.

“Me llama la atención que no se hayan investigado los patrones comunes. Incluso nomás dicen que en este sector hay muchos casos, que se han perdido muchas jovencitas, pero nomás vienen a preguntar si no las hemos visto”, dice Montes, de 42 años.

Al respecto, el titular de la Fiscalía Especializada en la Atención de Delitos por Razones de Género, Ernesto Jáuregui, dijo que las similitudes son parte de la investigación, que debe mantenerse en reserva.

Ante la falta de respuestas, las familias reportan tener sospechas de casi todos los negocios que hay en el Centro. A unos, por ejemplo, les generan suspicacia los vendedores de cursos de inglés y computación que a diario abordan a los adolescentes que pululan por la zona.

Otra sospecha es el entorno de la Preparatoria Guerreros, en la colonia Chaveña, donde una estudiante entrevistada dijo haber sabido que, antes de la desaparición de Lupita, un grupo de hombres se acercó en un vehículo para tomar fotografías de cuatro alumnas.

A otros les preocupan los conductores de la ruta 3B -quienes, a su vez, sospechan de los policías- y otros más piensan mal incluso de una panadería de la calle 16 de Septiembre a la que dijeron iban a pedir trabajo Jessica y María de la Luz y en cuya entrada hay otro cartel: “Se solicita empleada de mostrador de 18 a 22 años que sea activa y presentable”.

Personas que accedieron a dar entrevistas en los negocios citados dijeron no saber nada de las mujeres por las que se les preguntó.

“Las jovencitas pasan por aquí y a veces piden trabajo y preguntan si hay vacantes, llegan preguntando y luego se siguen (…) Pero la policía nunca ha venido aquí a preguntar o a investigar”, dijo Carlos Soto, dueño de la joyería ubicada junto al mercado Reforma.

Dolor sin límite

Las adolescentes con reporte de desaparición sonríen a las cámaras en las fotografías que sus familias conservan en sus casas, casi todas en algún lugar de la sala o la cocina, acompañadas con flores.

Salvo por la lozanía de la piel y la belleza que muestran, casi todas las víctimas difieren en sus características físicas. María de la Luz, por ejemplo, es de tez blanca, ojos verdes y de 1.68 metros de estatura, mucho más alta que Lupita, de 1.45 metros, morena y de ojos negros y grandes. Cristal Sifuentes es también morena, pero con cabello afro, nariz amplia y ojos pequeños.

Por vivir en la misma parte de Juárez, las similitudes entre ellas se observan más en la necesidad que las llevó a buscar trabajo o en la precariedad de sus colonias de calles polvosas y casas con piso de cemento.

Otro rasgo en común es la experiencia que dicen atravesar los familiares, como las madres, que relatan entrar en profundos estados de depresión en los que incluso comer cuesta trabajo, porque no saben, coinciden en narrar, si sus hijas también comen.

“Es algo que nunca podremos describir; muy doloroso, porque cada día que pasa, cada hora, sentimos que nos falta un cacho, tenemos el corazón destrozado”, dijo Susana Montes con los ojos llenos de lágrimas.

“Nadie puede entender eso. Solamente a los que nos pasa, y a veces uno no quiere decir nada, pero tenemos que decir lo que esté pasando, porque es catastrófico: no son una ni dos ni tres, ya son muchos casos”, agregó la mujer.