Cecilia Devanna- Infojus Noticias-. En 2009, Marilyn Bernasconi mató a su mamá y a su hermano porque lo discriminaban y hostigaban por ser gay. En la cárcel se hizo travesti. Se casó en la unidad N° 32 de Florencio Varela con Guillermo Casero, conocido como “el sátiro de la pollera roja”, condenado por abuso y violación de varias mujeres. Crónica de una boda atípica.
“Él me dijo que iba a volver por mí y lo hizo. A la semana de irse volvió para quedarse conmigo. Unos días después ya vivíamos juntos, en la misma celda”, confiesa nerviosa Marilyn Bernasconi en la puerta del lugar donde en unos instantes se casará con su novio, Guillermo Casero. Marilyn tiene 23 años y Guillermo, 40. Para la ley, Marilyn es Cristian Marcelo Bernasconi y cumple una condena a reclusión perpetua por haber asesinado el 25 de mayo de 2009 a su mamá y a su hermano, en la estancia “El Rosario”, en Oliden, en las afueras de La Plata, donde trabajaban y vivían. Ese mismo año, Guillermo fue detenido en su casa de Bosques. La policía lo buscaba por el abuso y violación de varias mujeres a las que las obligaba a ponerse una minifalda roja antes de atacarlas. Tras la condena fue al penal de Sierra Chica pero un día, cuando debió comparecer ante el tribunal de Quilmes que lo juzgó, lo trasladaron a la Unidad Penal N° 32 de Florencio Varela y comenzó su historia con Marilyn.
En octubre de 2012, Guillermo fue condenado por el Tribunal Oral en lo Criminal N° 1 de Quilmes a 39 años de prisión por el delito de “abuso sexual con acceso carnal agravado por el empleo de armas reiterado en ocho ocasiones”. Los casos eran doce, pero solo se pudieron comprobar esos ocho. Como a cada joven que atacaba la obligaba a ponerse una prenda de color rojo, fue bautizado como el “sátiro de la pollera roja”. Para atacar a sus víctimas, Casero se movía de noche o madrugada en una bicicleta playera gris oscura. Las amenazaba con un arma y las violaba. Se ocultaba bajo anteojos y gorro. Usaba preservativo y siempre devolvía a sus víctimas al lugar del que se las había llevado.
El día que Marilyn mató a su familia todavía lo llamaban Marcelo. Lo hostigaban por ser gay. Les disparó un balazo a cada uno en la nuca y, después de hacerlo, llamó a la policía y dijo que habían entrado a robar. Unas horas después se quebró y confesó lo que había pasado. Contó cómo la noche anterior le habían gritado y maltratado. Les explicó que eso era lo que le hacían desde 2007, cuando poco después de que muriera su papá, él les confesó que le gustaban los hombres.
“Ya en la comisaría empecé a sentirme en paz, no tenía las voces de ellos atrás mío diciéndome de todo. Estaba en paz, porque me pude hacer cargo de lo que hice. Y acá, cuando llegué, aunque parezca una locura, me empecé a sentir libre”, dijo Marilyn. Acá es la unidad penal 32 de Varela, donde llegó tras un juicio en el que perdió la libertad y un amor anterior, Matías. A él, en medio del proceso, le dijo que si lo condenaban, tendría que seguir su vida sin esperarlo. Que no podía hipotecar su futuro, que era demasiado joven. Por entonces los dos tenían 18 años. Recién pudo volver a hablar con Matías cinco meses después de ese día.
Lo contó en medio de la emoción y la ansiedad previa al “sí, quiero”, sin descuidar ningún detalle del equipo elegido para estar radiante, en un día de octubre en el que el sol y la temperatura parecieron más de verano que de primavera. Su vestido negro de largo asimétrico, bordado con flores en blanco y durazno, fue un regalo de una amiga que ya salió libre. Como indica la tradición, toda novia debe llevar algo prestado. En su caso, fue un collar de perlas. Lo combinó con una vincha con flores verdes y blancas. El maquillaje y el peinado corrieron por cuenta de Carolina, otra travesti amiga de Marilyn. Juntas viven en el pabellón de gays y travestis, en el que Marilyn y Guillermo comparten habitación. Carolina dice que los días previos a la boda fueron “eternos”, que Marilyn estaba “nerviosa y ansiosa, pero aun así sabía bien lo que quería”.
La ceremonia
La ceremonia civil tendría que haber comenzado a las 12 del mediodía, pero se demoró. La jueza de paz tenía otras nueve bodas en el penal. La de Marilyn y Guillermo era la número 10: la única entre dos personas del mismo sexo. Pasadas las 13, los novios dieron el “sí”: a los deberes maritales, a deberse fidelidad, a mantener el mismo domicilio. Estaban felices, nerviosos, emocionados.
Aceptaron amarse para toda la vida en el galpón donde se realizó la ceremonia, que estaba lleno de amigos y amigas que no dejaron ningún detalle librado al azar. La decoración, con cortinas violetas, globos blancos y guirnaldas combinadas, se completa con las tres tortas: una dice Guillermo, la otra, Marilyn, la tercera tiene unos muñecos de boda. Todo con crema chantilly. También hay souvenirs: corazones con los nombres de los dos. Hay sanguchitos de carne, de miga y empanadas. Gaseosas y jugo. La proyección de un video recuerda los mejores momentos de la pareja y de esta década en la que la comunidad homosexual ganó derechos como nunca antes en la historia y como pocos lugares en el mundo. De fondo sonaba la voz de Celine Dion, con la canción de Titanic. Las lágrimas llegaron con el vals. Después estalló la pista: Depeche Mode, Erasure, Queen, Madonna, Cher.
Marilyn y Guillermo se besan, parece que el mundo no existiera. Están felices. Las amigas de ambos, compañeras del pabellón, bailan sin parar. Sandra Kuezcia, la profesora de inglés, es la madrina del casamiento. Tras firmar el acta frente a la jueza Fernanda Bruno, los novios se ponen las alianzas que ella les acercó. “Marilyn es una diosa, una alumna 10, inteligente y aplicada. Es buena, sensible y está para lo que necesites, trabaja en la biblioteca y brilla en lo que hace”, dice Sandra, emocionada. Cree que esta unión potenciará lo mejor de ella y de él.
Emociones mezcladas
“Tenemos mucho en común: la misma condena, casi el mismo tiempo detenidos. Los dos apelamos, a Casación primero y ante la Corte Suprema bonaerense después. Ahí mi causa hace un poquito más que está que la de él”, aclara mientras se acomoda el chal verde con bordes de encaje que le cubre los hombros. “Cuando me confirmaron la fecha del casamiento, me quise morir. Pensaba todo lo que tenía que hacer y no llegaba: cotillón, decoración, decidir todo, son muchas cosas”, explicó Marilyn.
“Anoche estaba tan nerviosa que no podía dormir. Y pensaba en cómo me gustaría que estuvieran acá mi papá, mi mamá, mi hermano”, comentó. Y se le llenaron los ojos de lágrimas. “Porque no es que no tengo remordimientos sobre lo que pasó. Lo primero que voy a hacer cuando salga es ir a verlos. A llevarles flores al cementerio, porque recién al ver sus tumbas voy a entender que pasó lo que pasó. Voy a poder cerrar ese capítulo. Es un luto que no se termina hasta que no salga y vea sus tumbas. Es como que pasó pero a la vez no pasó. Salgo de acá y voy derecho al cementerio. Si bien di vuelta gran parte de la página, falta una partecita. Porque enterré a Marcelo y empecé una etapa de cambios”.
“Tardé cuatro años en ser lo que soy. Perdí mucho más de lo que gané, porque lo que gané lo podría haber ganado de otra manera”, explica sobre el punto en el que todo parece cruzarse: su vida, el crimen de su mamá y su hermano, la identidad que perdió, la que ganó, “ese día murieron ellos dos, pero también murió Marcelo”, recuerda sobre el día que lo cambió todo.
Entre los invitados estaba su abogado, Nicolás Marpelli. El defensor espera que la Suprema Corte bonaerense se expida sobre la apelación que presentó a la perpetua impuesta por el Tribunal Oral en lo Criminal N° 4. Y que fue ratificada por Casación.
Mientras tanto, Marilyn espera poder salir y cumplir su sueño de ser mamá de una nena, adoptada junto a Guillermo. “Yo con él quiero vivir toda la vida, salir de acá: Quiero volver a Bavio, donde está mi gente, que no me juzgó por lo que hice, que me sigue con mis apariciones. Mañana van a ir todos a comprar el diario para verme”.
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