Fosas clandestinas 1Ignacio Carvajal – blog.expediente.mx.-

Tres Valles, Ver.- ¿Qué ocurrió en el rancho El Diamante, donde 31 personas fueron asesinadas y sepultadas clandestinamente junto a un altar a la Santa Muerte? El gobierno veracruzano se niega decirlo y así pasará mucho tiempo. ¿Murieron inocentes? ¿Migrantes? ¿Miembros de otros grupos delincuenciales? ¿Víctimas de secuestro? Quien sabe… pero a la luz de las ciencias ocultas, un brujo de la Cuenca del Papaloapan, a condición de ocultar su identidad, ofrece detalles desde su punto de vista y cree firmemente que, además de actos delincuenciales, allí se pactó con satanás.

“El Brujo” es ampliamente conocido y reconocido tanto en el submundo de los desventurados como en las altas esferas políticas por ser consejero de poderosos.

En un principio, “El Brujo” había accedido a que se le tomaran fotos y a dar su nombre para ser citado en la crónica. Tras media hora de entrevista, en donde contó sus andanzas por la sierra de Oaxaca, su huida de unos terribles naguales que se alimentaban de ojos de niños, se le plantearon algunos datos sobre El Diamante: eran 31 cadáveres, en 13 agujeros (se repite el 1 y el 3) y había 31 sirios negros y de las Siete Potencias.

“Mira, mira, mira como tiemblo. Son números cabalísticos…”, dice El Brujo y dicho esto, pálido, sudoroso, apunto de devolver el estómago pide siempre no ser citado ni fotografiado.

Con más de 30 años de experiencia, desertor de la magia negra y ahora ocupado en la blanca, afirma que el pacto fue sellado con sangre niños, inocentes, víctimas de la delincuencia y rivales. No sabe de que grupo ni qué gente lo hizo pero así versa su interpretación.

“A mí me han venido a buscar muchas veces para rituales de maldad, para darle protección a gente que anda haciendo cosas malas… y la verdad, no me he atrevido. Siempre les doy las gracias pues hasta para el mal hay límites”, remacha mientras busca controlarse para seguir su relato.

Los dichos de El Brujo contrastan con la visión del cura de Tres Valles, Gelasio Pulido Alarcón, quien reconoce la expansión del culto a la Santa Muerte y lo define como algo dañino para los fieles.

Originario de Tierra Blanca, el cura es conocedor de la historia y la cultura de la zona. Mira como de diario las noticias sobre la muerte y la perdición de este rebaño incrementan a la par de la poca efectividad de las autoridades. Algo que en su iglesia también se refleja con el alza considerable de peticiones para dar con desaparecidos, secuestrados, levantados y por el descanso del alma de quienes aparecieron con tierra y hormigas en la boca.

Lo que ocurrió en El Diamante trascendió por la magnitud del hecho, pero ahora es solo una historia más de tantas que se cuentan a lo largo de los pueblos de la Cuenca del Papaloapan y sus carreteras, que de a poco se van llenando de centros de adoración a La Muerte, así como de capillas para recordar a los ejecutados.

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Tres Valles, Junio 2014:

Es sábado en la Parroquia de Cristo Rey. Los fieles lucen prendas de gala. Es día de bautizos. El llanto de niños entra en discordancia con el coro y merma la paciencia de los fotógrafos que intentan retratar a los bautizados junto a sus familias.

Parece un templo normal, pero ahora es común encontrar papelitos con el nombre escrito de una persona y la petición de que se le mencione en la homilía. Por lo regular son víctimas de secuestro o levantados con semanas sin aparecer.

Esto ocurre de dos años a la fecha, reconoce el padre Gelacio. Los monaguillos y encargados de la limpieza deben estar pendientes de esos detalles pues regularmente son colocados en el altar, en una banca o en el piso de la sacristía. La gente los deja a escondidas por la pena y el temor a ser vinculados con casos de desaparecidos o secuestros.

Sin embargo, hoy, en la zona, es complicado encontrar a una persona que no tenga en su familia a un migrante o a una víctima de la delincuencia organizada.

La última vez que aparecieron los papelitos fue tras la noticia de El Diamante, eran muchos, dice el padre. “Ya se ha vuelto común, la gente la pide mucho, ahora se celebran unas 5 misas al mes”, dice el cura.

En algunas ocasiones los deudos olvidan de temores y acuden directamente para hablar con él y pedir la misa. Esa, invariablemente, se cobra.

Pero las muertes en la Cuenca no paran. El que desaparece no regresa y si lo hace es en cementerios clandestinos o en festín de zopilotes y gusanos en cañaverales y carreteras. ¿En este contexto se puede dudar de la efectividad de los santos católicos y no inclinarse por otras deidades como la Santa Muerte (cuyo mayor atractivo pareciera ser pareja)?, se pregunta al padre Pulido Alarcón.

“Hemos dejado de orar, por eso la gente se desvía, ya no hay evangelización, algo que es un mandato de Cristo, pero eso no es motivo para dejar la fe, es urgente salvarnos y hablarle a todos sobre el evangelio, a los niños.

Pues la muerte “solo es un acontecimiento, donde hay separación del cuerpo y el alma”, y “no es un santo ni una fuerza a la que se deba tributar. Eso es solo muestra de la desviación que se ha tomado en el camino y comienza con un montón de cultos”.

Con tantas noticias de violencia -reconoce- los fieles están consternados, por eso hay gente que se va con brujos, chamanes, hechiceros, éstos van buscando almas y almas para perderlas” y “comienzan toda una serie de cultos y adoraciones”.

Eso piensa el cura, y más allá de los muros de su templo, la realidad lo confirma.

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Las Yaguas, Tres Valles, junio de 2014:

Lo más relevante que ha ocurrido en este pueblo (talacheras, unas 600 personas y un puñado de comedores para traileros) ocurrió la madrugada del 28 de diciembre de 2012. Cuatro personas con vida, maniatadas y vendadas, fueron arrojadas desde una camioneta frente al altar a la santa muerte que se ubica en la carretera federal 145.

Se escucharon disparos y después el chillar de llantas. Cuando salió el sol, y los vecinos fueron a ver, junto a la oscura capilla, había cuatro cadáveres con el tiro de gracia y dos mensajes: uno para la policía por apoyar a Los Zetas y otro en donde se escribía la sentencia: esto le pasará todos los Z, extorsionadores y taxistas mugrosos”.

Dos de las víctimas eran hermanos y habían nacido en el ejido El Amate, de Tierra Blanca, a una media hora de donde les dieron muerte.

A partir de entonces, en este pueblo ubicado a unos 15 minutos del rancho El Diamante, en la carretera federal 145, la Marina y el Ejército se ven más seguido.

“Por las noches se escuchan voces de gente tomando, al amanecer aparecen veladoras, michas, fruta o billetes y latas de cerveza”, cuenta una comerciante desde el pórtico de su negocio ubicado al otro lado de la carretera 145.

No son ánimas en pena, “son los vivos”, los que matan. El temor es notorio en el pueblo, más en las casas cercanas a la capilla de la Muerte, los dueños de esas viviendas y negocios han levantado, con en una especie de competencia de fuerzas místicas, discretos altares a la Virgen, a San Jugas y a San Charbel. Se trata de toda una barrera de santos contra la representación del mal en su capilla al otro lado de la carretera.

Y es que si no se entienden el profundo arraigo religioso en la Cuenca, no se comprende nada de lo que ocurre a diario y que se hizo evidente con El Diamante. En la Cuenca, en cada pueblo, casi, hay una fiesta religiosa distinta al grado de que gran parte del año esta zona está de manteles largos celebrando a la amplia gama de santitos.

La capilla oscura de Las Yaguas: docenas de veladoras. Cirios negros. Oraciones. Mandas. Michas frías o desechas en hediondos trastes con agua. Fruta horadada por gusanos. Unas 10 imágenes de la muerte de todos los tamaños. Fuera, las cruces y los epitafios de las víctimas de ese sacrificio de diciembre.

En la zona se comenta que la capilla la mandó construir un sicario que vigilaba en la Cuenca los intereses de Raúl Lucio Hernández Lechuga, “El Lucky” o “Z-16”, apresado en Córdoba en diciembre de 2011.

Ese mismo pistolero habría mandado edificar más capillas a lo largo de los límites entre Veracruz y Oaxaca, y que como la de Las Yaguas, son respetadas y temidas.

“Hace tiempo se incendió, creo que por una veladora. Pasaron unos cuantos días y la volvieron a levantar “, relata ahora un talachero.

“¿Por qué si creen que ese templo les trae mala fortuna y causa miedo, no lo han quitado?”, se cuestiona: “Lo han pensado, pero hasta ahora no hay quien tenga el valor para quitarlas”, finaliza la mujer y muestra un ceño adusto en señal de “¡largo de aquí!”.

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Noviembre de 2011, Veracruz, Puerto:

Cuando las cosas marchaban peor en la conurbación, los soldados y los marinos tenían una orden particular de sus mandos, cuando dieran con un templo de la Santa Muerte en la calle, había que derruirlo.

Durante la batalla contra Los Zetas lo hicieron en la Ana Carreto y en la calle Orquídeas de la colonia Dos Caminos. Los vecinos cuentan siempre que en varias ocasiones –sobre todo en la época del silencio- se vio a las autoridades recogiendo cadáveres de sacrificios a la oscura fuerza y al ratito llegaban los marinos o los soldados con marro y pico a darle en la torre.

Nunca hubo explicación oficial por este comportamiento, ni comunicado oficial en donde se consignara. La respuesta la ofreció un oficial que pasó largo tiempo en Tamaulipas en la ofensiva contra el cártel de Los Zetas:

En la guerra, desde los tiempos antiguos, se combate al enemigo en el campo de batalla, se le elimina a él y se destruyen sus dioses, por eso había que destruir esos templos para desmoralizarlos hasta donde más se pudiera”.

Al tiempo que se erigían templos a La Flaca, las calles Veracruz y Boca del Río cambiaron su apariencia física. Las palmeras y los amplios camellones dieron paso a capillitas y cruces en honor a los sicarios caídos y personas ejecutadas.

A veces uno se daba cuenta de esos detalles solo en Día de Muertos, cuando las viudas o los huérfanos aprovechaban la noche previa para depositar flores, veladoras o hacer pequeñas oraciones.

A la fecha, a la víspera de Todos Santos, aparece una rosa y una veladora en un paradero de bus en la avenida Costa Verde con Juan Pablo II, lugar predilecto de Iván Cuesta Sánchez, alías “Brigitte” –un sexoservidor VIP- cuyo cadáver apareció entre los 35 presuntos Zetas arrojados en Plaza América de Boca del Río.

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Algún lugar de la Cuenca, junio 2014:

El Brujo habita en una casa vieja con laberintos y un altar a deidades católicas: San José, Niño Dios, San Judas, etc. Antes hacía mucha magia negra, ahora solo práctica trabajos benévolos, desasta amarres, ligamentos y cura algunos males.

La sombra de frondosos árboles frutales cubre la casa. Los sonidos de una cañada llegan hasta donde El Brujo se acomoda para hablar sobre La Muerte y El Diamante.

Recuerda su primer encuentro con ella: “iba huyendo de unos malos, y llegué al monte, de allí me fui siguiendo unas magias hasta la sierra de Oaxaca. Allá conocí a una bruja de Catemaco que me recomendó trabajar con la muerte. Y sí, le pedí que me ayudara, pues yo era un perseguido y me apoyó. Mis enemigos se fueron y le tuve que pagar con muchos años de trabajo”.

Él sostiene que en El Diamante hubo un ritual satánico, algo que está más allá de la muerte en cuanto a una fuerza oscura. “Te quiero decir que La Muerte no es algo solo. Es muchas cosas, son muchos demonios la que le encarna. Se te presenta de muchas formas”.

Coincide que una de sus representaciones es Yemayá –una de las Siete Potencias Africanas-, y es la más hermosa. Se muestra como una mujer blanca que flota sobre la el mar espumoso y usa vestido de novia. Es una mujer seductora, alta, de mirada penetrante, pero si le haces una promesa, y no le cumples… “agárrate. Te va muy mal”.

Todo lo que hay en El Diamante, cuenta El Brujo, es simbólico. Eran 31 cuerpos, 13 fosas e igual número de cirios negros y de las potencias africanas. No duda en pensar en que por cada cirio, se dio muerte a una víctima y que todos esos números están estrechamente ligados a un ritual a Satanás .

“Para hacer un pacto de esa naturaleza, se necesita tener tremendo par de canicas (en referencia a los testículos), no cualquiera, por muy creyente que sea, hace un pacto de esa naturaleza, allí entras en un contracto directo con El Caballero.

Durante días, dice El Brujo, en ese lugar hubo dolor, sufrimiento, pensamientos negativos y muchos sentimientos. Todo eso tuvo que haber pasado para la consumación del pacto. Incluso, está seguro que cuidaron detalles como el día y la hora para administrar la muerte.

¿Cómo sabe El Brujo todo esto?, se declara un hombre instruido en numerosas obras sobre santería y ciencias ocultas, así como La Biblia Negra, documento de cabecera de docenas de hechiceros desde El Papaloapan hasta Los Tuxtlas.

“Esas personas hicieron cosas malas (asesinatos y delitos) y pidieron protegerse para que no los agarraran, eso pasó en ese lugar. Un pacto para que el diablo los cuide de quien los ande buscando”.

El Brujo insiste en quedar como anónimo. No es para menos, dice, después de ese pacto los autores de la matanza adquirieron más poder, incluso más que él, y fácilmente darían con su paradero.

“No quiero tener problemas con esa gente, no quiero que me vengan a balacear mi casa, me acabo de salir de la magia negra para hacer cosas blancas por una sola razón: pronto seré padre, yo soy una persona grande, más de 50 años, y la vida me trajo esto. No quiero terminar mal”.

Fotos: Daniel Torres