Por Paula Bistagnino – Equipo de Comunicación UNSAM

La primera definición de Lola Aniyar de Castro es precisa y contundente: “Los criminólogos críticos trabajamos sobre y desde los derechos humanos”. Pero eso que ahora suena tan simple en su boca, y sobre lo que ya hay miles de páginas escritas, fue una revolución para el pensamiento teórico latinoamericano hace más de cuatro décadas, cuando ella lo puso en el centro del debate sobre el delito y el sistema penitenciario.

Y aún hoy lo sigue siendo: “La pobreza no causa delincuencia, sino personas vulnerables a ser criminalizadas y encarceladas. Y todo el problema de la justicia penal y el control social no es más que un problema político”, dice esta doctora en Derecho y criminóloga venezolana, que en 1974 fundó el Grupo Latinoamericano de Criminología Crítica. Además es Jury Member of the Stockholm International Criminology, el mayor reconocimiento internacional en su disciplina.

Docente e investigadora de la Universidad de Zulia, y durante 15 años directora del Instituto de Criminología de esa institución, su obra es de referencia continental y mundial: publicó, entre otros libros, Criminología de la reacción social (1976), Conocimiento y Orden Social (1981), Criminología de la Liberación (1987) y Criminología de los Derechos Humanos (2010). Tiene también una reconocida trayectoria política en su país como diputada local, senadora nacional y gobernadora del Estado de Zulia (1993-1995), en los tres casos fue la primera mujer en acceder a esos cargos; y fue delegada de Venezuela ante la UNESCO y cónsul en Nueva Orleans.

Aniyar de Castro llegó a la Argentina para participar de un Seminario internacional que organiza la UNSAM en el marco de su Programa de Criminología, que se puso en marcha a fines de 2011 con la dirección del doctor Raúl Zaffaroni. Además en su visita será distinguida por el rector Carlos Ruta con el título de Doctora Honoris Causa. “Es muy importante que una universidad se dedique a investigar el problema de la criminalización y el delito. Y además que esto esté dirigido por una figura de la talla del doctor Zaffaroni, que es una mente privilegiada en nuestro continente. El fue el primero y el único penalista que introdujo la criminología en el derecho penal: convirtió todo lo que sabe de criminología en fórmulas para hacer un nuevo derecho penal en América Latina. Y no sólo desde lo teórico: yo tomo las sentencias de la actual Corte Suprema argentina para enseñar en mi universidad. Es una referencia para todos nosotros”.

¿Desde dónde parte la criminología crítica?
La criminología contemporánea se interesa por el tejido social, sus injusticias, las definiciones del bien y del mal que se crean en una sociedad y sobre las que se construye la selectividad de los sistemas de justicia penal en base a la construcción de un enemigo y un estereotipo de delincuente. Es una perspectiva totalmente politizada de cómo funciona todo el proceso de criminalización, desde la creación del imaginario social, la policía, las leyes y los regímenes carcelarios. Porque si hay algo que sabemos es que en el mundo entero, y en nuestras sociedades especialmente, las personas que van presas no son las que cometen delitos, sino la porción de ellas que es más vulnerable a ser criminalizada: los pobres.

¿Se puede ilustrar eso en cifras?
Sí. En números, podemos decir que sólo 5 % de las personas que cometen delitos terminan en procesos de criminalización y encarceladas. Mientras que el resto de la población comete delitos libremente todos los días porque puede resolverlos de otra manera y no va a la cárcel. La población “sana” comete delitos todos los días. No sólo los llamados de “cuello blanco”: violaciones, abortos, hurtos, porte ilícito de armas, falsificación de documentos, apropiaciones indebidas, lesiones graves y hasta tentativas de homicidio.

¿Por qué se encierra sólo a una parte?
Porque el sistema penal es simbólico. No es un sistema que resuelve problemas, sino que lo que hace es crear la sensación en la población de que se la está protegiendo. O sea: se retiene simbólicamente a una porción de la población, construida como el enemigo, para que el resto viva tranquila. El sentimiento de inseguridad se maneja de manera política porque es el camino más fácil y más rápido para conseguir aplausos y legitimidad. Porque el miedo es una cuestión de proyección: cuando uno ve que al otro le pasa algo, es natural y legítimo que crea que le puede pasar a uno. No es que haya maldad. Se crea terror y la reacción social es vindicativa. Aunque de manera individual muchas de esas personas no crean que la solución es la cárcel. Entonces hay que trabajar no sólo sobre la inseguridad real, sino también sobre el miedo.

¿Cuál es la importancia de las cifras reales sobre la inseguridad?
Es muy importante. Porque por ejemplo yo te voy a decir algo que seguramente no es la sensación en la calle: Argentina tiene uno de los índices de homicidio más bajos del continente: 5 por cien mil habitantes. Es un número insignificante. Para darte una idea, en Venezuela tenemos 60. Y además, otro dato: tienen la menor tasa de criminalidad pero la más alta de encarcelamiento. O sea que aquí es donde más se penaliza. Por ejemplo, en Venezuela hay un 93 % de impunidad: de cien delitos ya seleccionados entre los cometidos, sólo siete son penalizados. Aunque, como te dije antes, muchas veces las estadísticas van por un camino distinto al de la sensación de inseguridad, es importantísimo conocer cuántos delitos se cometen, dónde, y por qué. Como también es importante educar desde la más temprana edad cómo evitar ser víctimas, cómo protegerse y cuidarse. Aunque luego están los que dicen: “Yo no me tengo que cuidar. El Estado debe protegerme”.

¿Cómo se construye el miedo y el enemigo estereotipado en una sociedad?
Se construye a través de todo lo que se llama “control social informado”, que viene desde la Iglesia, la familia, los libros de texto, los grupos de opinión, por supuesto los medios de comunicación. Todo lo que informa para supuestamente generar un proceso de socialización. Son criterios que no son autogobernados, sino externos y construidos. Que, como plantean algunos autores, permiten que cuando uno pasa por la cárcel sienta que los que están adentro son distintos de uno. Esa discontinuidad es parte de esta construcción de un estereotipo del delincuente, que es el enemigo al que hay que temer. Y el miedo, como dije, da rédito político. Porque las leyes permiten dar respuestas “rápidas”. Entonces, hay una tendencia universal a lo que se llama el punitivismo o el panpenalismo, esto es, a resolver todos los problemas sociales a través de la cárcel y las penas. Pero eso no resuelve ningún problema. Yo lo decía cuando fui senadora y veía que mis colegas celebraban en el cierre del año de acuerdo a la cantidad de leyes que habíamos sancionado. Y yo les decía que ojalá hiciéramos menos leyes y más controles.

¿Cuál es el camino alternativo a las leyes?
Una de las cosas sería eliminar la mitad de las páginas del Código Penal, que es lo que crea la delincuencia. Es lo que se llama el derecho penal mínimo, la descriminalización. Porque castigar es excluir, abandonar y destruir. Ya se sabe que las cárceles no funcionan para otra cosa que no sea esto. Entonces, por lo menos, que sea la menor cantidad posible de personas las que vayan presas y, por supuesto, con las garantías procesales que tienen que existir. La institucionalización es lo primero que uno debería evitar porque, como decían algunos de mis maestros o profesores, es preferible dejar libres a algunos, porque afuera van a tener alguna posibilidad de rehabilitarse; pero adentro jamás. Y dejar el derecho penal y el encierro sólo para ese mínimo de hechos punibles que necesariamente deben contenerse. Estamos viviendo a nivel internacional una crisis de humanitarismo en el sistema penal. La alternativa es la abolición progresiva del sistema penal.

El Poder Ejecutivo argentino le ha encargado a un equipo de especialistas dirigido por Zaffaroni la reforma del Código Penal. ¿Cuáles son sus expectativas respecto de este proyecto?
Me parece magnífico. Estoy segura de que va a ser un código excepcional. Lo que no sé es si el Congreso será capaz de entender lo que él va a querer hacer. Porque Zaffaroni es un penalista y un criminólogo crítico. Ustedes tienen una figura que deben aplaudir y conservar. Ojalá lo hagan.