Un jubilado se pega un tiro en la sien (“un poco más abajo”, especificará después una médica en un programa de televisión) y, de inmediato, hay que decir algo. No importa qué. Lo que sea. No viene al caso si suma o resta, si es irrespetuoso, gracioso, nefasto o creativo. Hay que llenar, desbordar ese vacío existencial que dejó ese hombre de 91 años con un tuit, un alerta en la tele, un post en el Facebook.

El hombre no murió de inmediato. Pero en el escaso tiempo (¿una hora?) en que una ambulancia lo trasladó al hospital, lo atendieron y finalmente falleció, en las redes sociales y los medios de comunicación brotaron expertos en psicología, depresión, economía y previsión social.

Que el anciano haya elegido (porque la eligió) una oficina de la Anses para suicidarse es, por lo menos, simbólico. No se mató en su casa, en la que vivía solo, salía poco, frecuentaba a nadie y recibía sólo una vez por mes la visita de sus sobrinas de Buenos Aires. Se mató en la Anses.

Las sobrinas e incluso la fiscal desmintieron problemas económicos: un diario, incluso, publicó cuánto cobraba el jubilado, como prueba irrefutable de que por ese monto (casi 30 mil pesos) nadie pensaría en suicidarse. Un tuitero acusado de troll bromeó (¡!) con la duda de que el hombre no tenía para comer pero sí para comprarse balas. Un funcionario criticó el “uso político” de la tragedia, haciendo “uso político” del “uso político” de la tragedia.

Antes de dispararse, los testigos dicen que el anciano dijo: “Este es mi destino”, apretó el gatillo y se desplomó sobre las escaleras. Nadie pudo preverlo: ni su propia familia ni los que esperaban ser atendidos en la sede de la Anses. Pero tampoco nadie pudo imaginar que alguien podía entrar a una oficina estatal con un arma. Pues, sí: se puede.

El hombre se sentía solo, dicen las sobrinas. Había enviudado hace ocho años, no tenía hijos, y su único amigo había fallecido hace muy poco. Estaba cansado y él mismo les había pedido a ellas que lo trajeran a Buenos Aires, porque consideraba que no podía valerse por sí mismo. Así que el jueves las sobrinas lo acompañaron a la Anses a hacer el trámite. Desconocían que, además de los papeles necesarios para el trámite de traspaso, llevaba un arma en el saco. ¿Desconocían también que en su casa tenía un arma? El trámite se hizo, pero cuando salieron, él les dijo que lo esperen afuera, porque iba a volver a saludar a alguien. Entró, subió las escaleras y el resto es noticia.

No se sabrá más de lo que se sabe. Podrá haber más miseria vomitada en las redes, más editoriales dedicadas a la memoria del hombre que por alguna razón supo que ése era su destino. Pero certeza hay una sola: un jubilado planeó suicidarse en una oficina de la Anses, sin que nadie lo advirtiera, entró con un arma y se mató. Que la Justicia reparta responsabilidades. El resto es vacío y no hay necesidad de llenarlo.  [print_gllr id=38554]