Por Mariana Fernández Camacho
Dos mujeres jóvenes amamantan a sus bebés al costado de una cancha de 11. De pronto suena el silbato. La entrenadora hace el gesto: es hora de jugar. Pero la teta a demanda nada entiende de los tiempos del fútbol. Hasta que se escucha: “Damelo, entrá”, que dice la compañera parturienta y se lo prende a su pecho habilitando el cambio. La secuencia sacude todo lo establecido, y propone barajar y dar de nuevo para que sea posible imaginar un mundo donde cualquiera pueda hacer correr su pasión por la pelota.
Cientos de estas historias se compartieron durante el 1er Festival Latinoamericano de Fútbol Femenino y Derechos de las Mujeres, organizado por la Asociación Civil La Nuestra Fútbol Femenino bajo el lema “Mi Juego, Mi Revolución”. Cuatro días en los que ochenta jugadoras, de diferentes países, provincias y ciudades argentinas, generaron un espacio de encuentro e intercambio de sus múltiples experiencias con el balompié.
“Necesitábamos saber que no estamos solas. Poder crear una red para transformar las realidades. Confiar en que hay otras mujeres practicando fútbol con problemáticas similares en contextos muy distintos que han encontrado estrategias. Contarnos, vernos reflejadas en las otras y generar soluciones regionales”, explica Juliana Román Lozano, jugadora de fútbol, directora técnica nacional, antropóloga y parte de La Nuestra.
El Festival contó con apoyos de la Subsecretaria de Género y Diversidad Sexual de la provincia de Buenos Aires, de la Municipalidad de Tres de Febrero, de la Fundación Friedrich Ebert Stiftung Argentina, de la Sección Cultural de la Embajada de Estados Unidos, de Fare Network y del Programa CIEE de Flacso. “El esfuerzo fue casi demente, pero salió. Y ojalá podamos organizar un segundo Festival con más equipos de Latinoamérica, porque en la región la mayoría de los deportes de mujeres sufren las mismas falencias y tienen los mismos poderes, y juntarnos nos haría un movimiento fuerte y sólido”, proyecta la presidenta de La Nuestra, Mónica Santino; referencia indiscutida en este oxímoron que pareciera plantear la idea de mujeres jugando al fútbol.
Pararse en la cancha como en la vida. La convocatoria de La Nuestra invitaba a una competencia deportiva, la primera del estilo en Buenos Aires, con pronósticos de lindo fútbol ─lejos de las faltas fingidas y las piernas que se corren cuidando su valor en dólares─ y entretenimientos nocturnos para descontracturar. Lo que no estaba previsto por muchas de las jugadoras era la posibilidad de aprovechar el tiempo también para ponerle el cuerpo a la catarsis. Sacar para afuera dolores de experiencias pasadas y de violencias no percibidas como estrategia colectiva de respuesta y de cura.
“Nunca tuve ningún problema jugando al fútbol, solo me decían torta y marimacha”, se escuchó decir en una de las rondas del taller “Experiencias y estrategias en la práctica del fútbol” que terminó con la puesta en papel afiche de un popurrí de vivencias atragantadas. “Yo elijo la palabra varonera, que es la que más me lastima”. “Mi papá no me dejaba jugar por los moretones”. “Cuando empecé a practicar fútbol, mi mamá me dijo que mis piernas se iban a poner muy musculosas y luego con una falda no me quedaría bien… aunque nunca me ha visto con una falda”. “En mi club tenía que usar las remeras viejas de los varones o nos daban las horas más malas para entrenar”.
Poner luz al trasfondo común de opresión que como gota china erosiona, permite liberar. Poder enunciar y denunciar las pequeñas hilachas del sistema desata un cambio y le disputa poder a esa dominación que pareciera hipnotizar y contar con nuestra complicidad.
“Juego al fútbol hace 25 años. Siempre viví la desigualdad, no tener un espacio para jugar por ejemplo, pero lo viví sin agruparme, en solitario. Y este Festival me permitió abrir los ojos de todo lo que nos falta y de lo que debemos reclamar como derecho. Eso te empodera, como dicen ellas”,pero ahora la que dice es Laura Báez que viajó para participar especialmente desde Córdoba con un grupete de coterráneas.
“En los talleres logramos desmenuzar en experiencias concretas palabras como patriarcado y género que no todas las mujeres manejamos, y entonces se pudieron sacar conflictos con entrenadores que se ubican en una posición superior o con parientes por jugar al fútbol. Compartir esos dolores, visibilizarlos y ponerles teoría para entender que no son experiencias naturales. Así, los dolores no van a estar más y si vuelven esas mujeres los vivirán paradas desde otro lado”, resume Román Lozano.
Ni una menos en las canchas. La historia del fútbol practicado por mujeres es una historia de sistemática discriminación.Un ida y vuelta de retrocesos, avances y más retrocesos a lo largo y ancho del planeta. Solo a modo de ejemplo puede mencionarse que mientras el primer mundial de fútbol masculino se desarrolló en 1930, la copa mundial femenina recién se levantó en 1991. Por otro lado, durante largos períodos de tiempo muchos países prohibieron la presencia de mujeres en equipos de fútbol: Inglaterra, desde 1922 a 1971; Brasil, desde 1941 a 1979; y Alemania, desde 1955 a 1970. ¿Y por qué se prohibió el fútbol de mujeres? Para cuidarles la salud. En Brasil se predicaba por decreto la importancia de proteger los cuerpos de las mujeres para que pudieran concebir niños sanos, y en 1970 los partidos de las alemanas solo podían durar 70 minutos y sin botines.
“No hace muchos años nos prohibieron el fútbol porque trataban nuestros cuerpos como incubadoras, yde esa manera nos prohibieron también el deseo a jugar. En la actualidad, la falta de apoyo financiero, los prejuicios y todas las barreras que existen son subterfugios para seguir manteniendo el fútbol como un espacio masculino”, advierte Joanna Burigo, integrante brasilera de Guerreiras Project, organización que utiliza el fútbol como una herramienta para revelar, analizar y combatir los prejuicios de género y que colaboró con La Nuestra en el 1er Festival de Fútbol Femenino de Buenos Aires.
Cierto es que en los últimos años algunos países incorporaron las ligas profesionales de fútbol femenino y otros, como Colombia, darán ese gran paso durante 2017. Y como no se trata solamente de lograr jugar, en estos momentos la selección femenina de fútbol de los Estados Unidos ─cual Quijote contra los molinos─ lucha para que le paguen lo mismo que a los varones.Sin embargo, mientras mujeres de todas las latitudes abren canchas para poner el mundo un poco patas para arriba, otros estarían encontrándole la vuelta para que cambie todo sin que cambie nada.
“En Alemania el fútbol femenino profesional se ha desarrollado bastante, pero hay una híper feminización. Hace 10 o 15 años todavía se podían ver mujeres con pelo corto jugando al fútbol; hoy todas las jugadoras tienen el pelo largo, usan remeras muy ajustadas y salen en publicidades de productos de mujeres. Por ejemplo, antes de la Copa Mundial Femenina de 2011 pasaron un anuncio en la tele donde algunas de las jugadoras del equipo nacional alemán publicitaban detergente de lavar y tampones”, cuenta Pian Mann, jugadora de Discover Football.
Durante cuatro días, ochenta jugadoras de fútbol se juntaron para poner en jaque un orden culturalmente construido como natural que ningunea sus ganas de correr detrás de una pelota, hacer jueguito y gritar gol con una pasión que nace desde las entrañas. Durante cuatro días, ochenta jugadoras de fútbol se juntaron para fortalecer la decisión política de defender desde cualquier punto cardinal el derecho al juego y a conquistar el espacio y el tiempo. Por muchos cuatro días más.
La Nuestra. El equipo femenino de la 31 surgió a finales de 2007 con el desembarco en el barrio Güemes de “La Nuestra Fútbol Femenino”buscando sostener un espacio donde niñas, jóvenes y mujeres practiquen fútbol. Espacio que trascendió lo deportivo porque lo integran con talleres de reflexión donde las participantes canalizan sus experiencias y abordan, desde una perspectiva de géneros, las problemáticas que las atraviesan.
“El espacio grupal que se arma a la par de los entrenamientos tiene que ver con la impronta que le da La Nuestra a pensar el fútbol como un hecho social. Algo que va más allá del entrenamiento físico y que motoriza un lazo social, genera confianza y la idea de equipo. Pero no desde un lugar romántico donde todas somos iguales y no hay discrepancias. Los vínculos se generan con sus conflictos, y te permiten cohesión y también laburar la integración y el acompañamiento para no sentirte sola por elegir una actividad que la mayoría señala que no te corresponde”, explica María JoséBerardi, más conocida como Matra entre las compañeras de la organización.
Martes y jueves de 18 a 20 horas es la cita en la cancha de Güemes. Los jueves, post entrenamiento, las jugadoras se reúnen en El Galpón ─territorio cultural conquistado y construido por los vecinos y las vecinas de la villa─ para darle forma a la catarsis. A veces se resuelve un conflicto que surgió en la cancha, o se pone sobre la mesa algún tema que las preocupa. Por ejemplo, han recibido la visita de especialistas de la Fundación Huésped que en formato de taller brindaron información sobre sexualidad y prevención de HIV; y de integrantes del Consejo Nacional de las Mujeres (CNM) para hablar de violencias y de qué manera denunciarlas. Desde hace más de dos años, además, labura a la par el grupo de educación popular COCOIN sistematizando prácticas y ayudando a pensar y a pensarse. Las chicas también participaron de jornadas de lectura a cargo de Diana Maffía en Tierra Violeta.
Así lo cuenta Mónica Santino: “En los barrios más vulnerados ofreciendo fútbol se puede trabajar violencias, estereotipos de géneros, salud, exclusión, embarazo en la adolescencia… es como una caja de Pandora. Bastante caótico a veces, porque hablamos todas a la vez, gritamos, nos reímos. Pero es el lugar donde nos constituimos como grupo”.
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