“La primera forma de combatir la barbarie es mostrarla, narrarla”
Por Marco Appel. Foto: EFE. Proceso, noviembre de 2011.
BRUSELAS (Proceso).- “La primera forma de combatir la barbarie es mostrarla, narrarla y denunciarla para que el día de mañana no nos digan que eso nunca pasó y para que la sociedad que se moviliza contra esa violencia no deje de hacerlo”. El periodista colombiano Hollman Morris se refiere a la urgencia de que la prensa mexicana “no cierre filas en torno al discurso oficial” y continúe mostrando la crudeza de la guerra contra el narcotráfico que emprendió Felipe Calderón.
En sus 20 años de carrera, Morris ha mostrado a los colombianos la brutalidad del conflicto armado que azota su país desde hace más de 40 años.
Ha recibido amenazas que lo han obligado a exiliarse en Europa o Estados Unidos pero que también le han merecido reconocimientos: el Human Rights Watch Defender Award (2007), el Premio Nuevo Periodismo Iberoamericano de la Fundación García Márquez (2007) o el Premio Chavkin a la Integridad en el Periodismo, que entrega el North American Congress on Latin America (2010), organización no gubernamental que combate la opresión y la injusticia en el continente.
El pasado 25 de septiembre obtuvo el Premio Internacional de Derechos Humanos de Nuremberg, que concede la alcaldía de esa ciudad alemana.
Morris fue detenido en dos ocasiones durante los gobiernos de Álvaro Uribe (2002-2010), quien lo acusó de ser “afín” a la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
El periodista, como muchos otros opositores al régimen de Uribe, fue víctima de espionaje, seguimiento e intimidación por parte de agentes del servicio secreto colombiano, de acuerdo con documentos oficiales que desde 2009 están en poder de la Fiscalía General de la Nación.
Como resultado de una campaña de desprestigio del gobierno de Uribe, en junio de 2010 la embajada de Estados Unidos le negó la visa al periodista, quien había obtenido la beca de estudios Nieman de la Universidad de Harvard. Washington apoyó su negativa en el la Acta Patriótica sobre actividades terroristas. El hecho fue condenado por organizaciones como el Comité para la Protección de Periodistas y Human Rights Watch.
Pactos de control
El pasado 19 de octubre, Proceso entrevistó a Morris en la sede del Parlamento Europeo, horas antes de que presentara su documental Impunidad.
–En México cientos de medios firmaron en marzo pasado un Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia. ¿Cómo enfrentó el periodismo colombiano este tipo de fenómenos? –se le pregunta
–Soy enemigo de los pactos. Cuando la prensa hace pactos para la cobertura de noticias, lo que generalmente sucede es que deja de decir la verdad o cuenta verdades a medias. En Colombia nunca hubo un acuerdo tan explícito.
En cambio, señala, los diarios colombianos crearon a mediados de los noventa las llamadas “secciones de paz”, que elaboraban especialistas en derechos humanos. En aquella época, dice, existían acercamientos entre las partes beligerantes del conflicto, que derivaron en 1999 en el comienzo de un proceso de paz entre la administración de Andrés Pastrana y las FARC. En 2000 Hollman fundó esa sección en el diario El Espectador.
Esas secciones tenían un objetivo periodístico más extenso. Explica:
“En un momento nos enfocamos en la cobertura del conflicto en la zona de Urabá; era un conflicto muy fuerte. Se trataba de seguir periodísticamente el surgimiento de los grupos paramilitares. Las masacres eran constantes.
“El propósito era estar presentes en esa región, convencidos de que a la gente hay que ofrecerle elementos informativos que la lleve a tomar conciencia de sus derechos y reconocer las violaciones al derecho internacional humanitario. Íbamos más allá de informar el hecho: dábamos elementos de análisis y pedagogía para tiempos de guerra.”
–Ha mencionado que en Colombia se libra una “guerra de fantasmas”, es decir de víctimas que no tienen rostro, de “masacres que no dejan huella”.
–En mi país se alude a una supuesta moral para no mostrar imágenes de la barbarie ya que, se dice, hay que proteger la identidad de la víctima. Así se fueron creando relatos de fantasmas, de gente sin rostro: no se veían la sangre ni las lágrimas. De esa forma el periodista contribuye a crear en el imaginario de la sociedad, a la cual informa, una guerra de fantasmas.
–¿Cómo abordaron en su país el debate en torno a la conveniencia o no de mostrar imágenes de la extrema crueldad de la violencia?
–Algunos piensan que mostrar en la prensa tanta barbarie provoca que la sociedad termine insensibilizándose a ella. Para mí no ocurre así: la violencia insensibiliza al medio, no a la sociedad.
“Lo explico: las primeras grandes masacres en Colombia comenzaron a finales de los ochenta: Tomate, Pueblo Bello, La Negra, Trujillo, Segovia… Al principio esas matanzas ocupaban los titulares de los diarios; con el tiempo algunos editores y redactores comenzaron a fijar un número de muertos para considerar si una matanza era o no noticia. Cada vez tenían que ser más. Eso no puede ocurrirle a ninguna redacción: determinar el número de cadáveres a partir del cual la sociedad se debe sentir escandalizada.”
Guerra sin imágenes
Hollman creó en 2002 el programa televisivo de investigación periodística Contravía, una emisión semanal de media hora que transmite el Canal Uno y que económicamente sostienen el Programa Andino para la Democracia y los Derechos Humanos de la Unión Europea y la Open Society Foundations. Él estima una audiencia semanal de 2 millones de personas.
“Nos resistíamos –dice– a que las víctimas fueran convertidas en cifras, en relatos impersonales; a que las cámaras y reporteros no salieran a las regiones de conflicto. Esa situación resultaba funcional para los medios: no tenían que gastar en el envío de periodistas ni de equipos de camarógrafos; se conformaban sólo con llevar al estudio del noticiario al analista político de moda.”
Morris señala que las políticas represivas de Uribe dejaron graves secuelas para el periodismo colombiano.
“A pesar de que existe en Colombia una tradición periodística en la cobertura del conflicto, que incluye dramas humanitarios, los periodistas, por miedo a que el gobierno los acusara de portavoces del terrorismo, ‘olvidaron’ que tenían la obligación de entrevistar a todos los actores involucrados.”
Durante la entrevista interviene Juan José Lozano, realizador suizo-colombiano que, junto con Morris, produjo en 2009 el documental Impunidad, que aborda el fracaso de la ley de desmovilización paramilitar del gobierno de Uribe.
“Hace unos años –relata Lozano– necesité imágenes de archivo de los combates que tenían lugar en una zona de conflicto en Colombia. Estaba realizando mi documental Hasta la última piedra. Busqué en los archivos de todos los noticiarios del país y no encontré nada: las televisoras habían suprimido las corresponsalías en provincia y dejado de enviar cámaras a las áreas conflictivas. Se dejó de registrar la memoria histórica audiovisual de la guerra. Me parece absurdo que el archivo más completo de los últimos 10 años sea producto de una sola cámara, la de Hollman.”
Morris aclara que la responsabilidad de que eso ocurriera en su país recae también en los dueños y directivos de los medios. Los efectos fueron fatales en todos sentidos.
Narra: “En 2008 o 2009 se descubrió que unos 3 mil civiles fueron asesinados y reportados por el ejército como guerrilleros muertos en combate. ¡3 mil! ¿Por qué no los vio la prensa? Porque no estaba en el lugar de los hechos para ver los cuerpos y preguntar: ‘¿Por qué traen las botas y el uniforme nuevo si se supone que cayeron en combate? ¿Por qué carga la pistola en la mano que le falta el dedo pulgar? ¿Por qué la gente dice que el supuesto guerrillero era en realidad el tonto del pueblo?’. Los periodistas no estuvieron ahí y eso hay que decirlo”.
Propaganda
Morris retoma el caso mexicano: “La sociedad mexicana se está planteando preguntas y está pidiendo respuestas a los actores ilegales. El periodista tiene que llevar en su boca y en sus cámaras esos cuestionamientos a los narcotraficantes, a los actores en conflicto. Es su función. No por eso el periodista se convierte en portador del narcotráfico. Al contrario, si no se plantean esas preguntas se le está negando el derecho a la información a la sociedad mexicana”.
Prosigue: “Ahora bien, hay otras variables en juego. Puedes no ir porque tienes miedo y es una decisión respetable. Pero también se puede dar el caso de que el periodista no vaya porque simplemente no entrevista a actores ilegales. Eso sí es discutible. ¿Nos convertimos en sus propagandistas? No, porque al final de la entrevista el periodista decide qué publicar; tiene la posibilidad de editar.
“Si su conciencia le determina que no hay nada noticioso y no vale la pena publicar la entrevista, muy bien; si hay algunas partes interesantes y lo demás lo saca porque lo juzga propaganda, muy bien, pero el periodista no puede negarse de antemano la posibilidad de entrevistar a un capo, un paramilitar o un guerrillero.”
–¿Cómo realizar una entrevista a fondo cuando uno está rodeado de hombres armados? ¿Qué tan coaccionado está el periodista en esa condición?
–Es determinante la negociación previa. He entrevistado a guerrilleros y narcotraficantes armados. Los primeros obedecen a una estructura militar, los segundos no. No estás más seguro frente a ninguno, pero la experiencia me dice que te respetan más cuando pones las cartas sobre la mesa.
“Recuerdo un encuentro que sostuve con Ernesto Báez, un narcotraficante que fue extraditado a Estados Unidos. Pasé media tarde tratando de convencerlo de que aceptara una entrevista formal. Me decía que sólo la concedería con la condición de que no preguntara nada sobre el tráfico de drogas.
“Le contesté algo así: ‘Qué pena señor, porque yo le tengo que preguntar eso por dos razones: porque si no lo hago, voy a quedar como un estúpido y si usted no lo aborda, nadie le va a creer lo que diga’. Al final decidió no darme la entrevista. En todo caso, en cualquier momento el actor ilegal puede romper las reglas acordadas.”
Se le comenta que en México los cárteles envían mensajes en grandes mantas en puentes o bardas cercanas a una ejecución, en cartulinas clavadas en personas asesinadas o en videos que suben a sitios como YouTube o El Blog del Narco, donde se pueden ver ejecuciones o a hombres visiblemente golpeados que hacen supuestas confesiones contra políticos o funcionarios de seguridad pero que están rodeados de sicarios armados que los encañonan.
–¿Qué trato periodístico merecen estas comunicaciones? ¿Son información o propaganda? ¿Cómo resolvieron los periodistas colombianos este tipo de situaciones?
–No recuerdo que en Colombia aparecieran cuerpos con mensajes. Tampoco hemos visto casos como El Blog del Narco. Los periodistas colombianos no sufrimos gran presión del narco para publicar sus mensajes. Sí hubo presión grande para no investigarlos periodísticamente. El punto de choque fue el asesinato de Guillermo Cano, director de El Espectador (17 de diciembre de 1986), por revelar la infiltración del narco en la política. En ese momento se unió la prensa y acordó publicar las investigaciones de ese diario, además de firmar las notas sensibles como “redacción”.
Morris regresa al tema de los narcomensajes: “Me parece que hay una diferencia: la narcomanta forma parte del contexto de la noticia; no hay que ignorarla. Hay un homicidio que hay que cubrir, llegas al sitio y aparece este mensaje. Por supuesto hay que darle más contexto al lector y ahí entra el juicio del periodista: ¿vale la pena transmitir el contenido de la narcomanta? ¿Es relevante? ¿Hay otros elementos informativos alrededor de esa noticia que valen más?”.
Y concluye: “En el caso de El Blog del Narco y ese tipo de videos en los que confiesan personas con un revólver apuntándoles a la cabeza, no puede considerarse información periodística. Es un acto bajo presión. Un periodismo serio no puede hacerle juego a ese portal. Para mí no es fuente de nada”.
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