En la última audiencia del juicio por la privación de la libertad de Patricia Roisinblit y José Perez Rojo, los acusados quisieron hablar. Cada uno a su turno, se sentaron en el banquillo y relataron sus historias en relación a la casa en la que funcionaba la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA). “se dieron el lujo de sembrar dudas acerca del conocimiento que venimos construyendo en sede judicial sobre la RIBA”, dijo Mariana Eva Perez.

acusados juicio riba

Los acusados por delitos de lesa humanidad rara vez aportan datos sobre lo que se juzga. Pero cuando dicen que “quieren hablar”, aunque la estadística sea poco generosa con la verdad salida de esas bocas, se abre una oportunidad de saber qué pasó con las víctimas desaparecidas. En el juicio por la privación de la libertad de Patricia Roisinblit y José Perez Rojo -secuestrados en octubre de 1978-, los tres acusados -Omar Graffigna, Luis Trillo, Francisco Gómez- a último momento habían dicho eso: querían declarar. Se negaron al inicio del debate, en mayo. Pero después de que todos los testigos se sentaran ante el Tribunal Oral Criminal Federal Nro. 5 de San Martín (TOCF) -algunos de ellos a contar que habían estado cautivos y habían sido torturados en esa casona de Morón donde estuvieron Patricia y José, y funcionaba la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA)-, los acusados dijeron que sí, iban hablar.

A las 10 de la mañana del miércoles 13 de julio, todo estaba dispuesto para escucharlos. La calle Pueyrredón cortada al tránsito, como siempre, esperando el vehículo que trae a los detenidos. La persiana del tribunal, en alto y custodiada por varios policías. Adentro, en la sala, los hijos de Patricia y José, Mariana Eva Perez y Guillermo Perez Roisinblit, en las primeras filas. A su lado, los abogados de las querellas: Alan Iud, por Guillermo, Rosa Roisinblit (madre de Patricia) y Abuelas de Plaza de Mayo; y Pablo Llonto por Mariana, la hija que fue secuestrada junto a sus padres. También estaban las querellas de las secretarías de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires y de la Nación. El equipo de la fiscalía, encabezado por Martín Niklison, de la Unidad de Asistencia para causas por violaciones a los Derechos Humanos durante el terrorismo de Estado.

Ya es casi un rito: los acusados entraron a la sala, los agentes penitenciarios les quitaron las esposas, se sentaron y saludaron a sus defensores: Guillermo Javier Miari (Graffigna y Trillo) y Sergio Roberto Díaz Dallaglio, (Gómez). Grillo, como otras veces, giró su cabeza para mirar atrás y escanear al público con mirada de rayos X. El público de esta audiencia: militantes, amigos, estudiantes del programa Memoria y Territorio de la Universidad de General Sarmiento, y una cobertura periodística mínima: una sola fotógrafa de Anccom, la agencia de noticias estudiantes de Ciencias de la Comunicación de la UBA. Ningún medio público interesado en cubrir, por ejemplo, la declaración de un ex integrante de la Junta Militar.

El presidente del tribunal Alfredo J. Ruiz Paz pidió al secretario que leyera la lista de los presentes. Se leyó también la respuesta a dos pedidos: el defensor de Graffigna y Trillo había solicitado, después de la inspección ocular de la que además participó Gonzalo Conte, topógrafo de Memoria Abierta, una nueva pericia al edificio de la RIBA. “No reviste carácter de nueva prueba, y a esta altura del debate, no resulta indispensable”, dijo el tribunal. El otro pedido, del abogado de Abuelas, tenía que ver con agilizar el juicio. En julio, por ejemplo, habrá una sola audiencia, la de este miércoles. En agosto y septiembre, dos. También propuso usar la feria judicial. El tribunal dijo que es imposible por la agenda de los jueces y las subrogancias, pero está considerando sumar fechas.

Desde el jardín

Francisco Gómez fue el primero en sentarse de cara al tribunal, ante la pequeña mesa donde siempre hay una botella de agua y un micrófono a la espera. Gómez ya fue condenado por la apropiación de Guillermo Perez Roisinblit, el hijo que Patricia llevaba en su vientre cuando fue secuestrada y que parió en la Escuela de Mecánica de la Armada, como contaron en esa misma silla las testigos que asistieron al parto en aquel campo de exterminio y trabajo esclavo.

El juez Ruiz Paz, como hace cada vez, explicó a Gómez, entre otras cosas:

– Esta declaración indagatoria es voluntaria. No tiene obligación de decir la verdad.

Gómez pareció aferrarse a eso. Durante 20 minutos, se dedicó a contar cómo conoció al comodoro Roberto Sende (jefe de la RIBA en 1978, ya fallecido) cuando iba a buscar al trabajo en una bodega a su ex pareja Teodora Jofre (también condenada por la apropiación). Recalcó muchas veces que cuando Sende le ofreció trabajo en una casa que se iba a comprar en Morón, le dijo: “Negro, lo único que tenés que saber es trabajar con la tierra, hacer café y limpiarme la oficina”. Gómez repitió muchas veces: “Ese era mi trabajo, todo afuera”, “sólo entraba a la oficina de Sende”, “después en el 80 u 81 pasé a la cocina”. Gómez “lo apreciaba muchísimo por todo” lo que le dio. Desde su lugar, Guillermo lo miraba fijo. En una extraña comparación, Gómez agregó: “yo era el cadete de Sende, como un hijo”.

Sende no sólo le dio trabajo, también lo llevó al registro civil a casarse y lo instó a conocer a sus suegros dándole pasajes para viajar a San Luis. Un día le dijo: “Che negro, tengo un chico, ¿lo querés para vos?”.

“Tengo hasta cuarto grado y siempre le dije a Guillermo, no vayas a ser como tu papá, que sigo con el pico y la pala, trabajo de albañil, corto un arbolito. Vos estudiá. Y si Guillermo está escuchando, que lo desmienta”, deslizó. Guillermo seguía con la mirada fija en su apropiador verborrágico. “Todo era para Guillermo. Jamás se vistió mal. Todo era Adidas y Grimoldi”, “tenía los juguetes más lindos del barrio”, “lo crié como un padre verdadero, lo quise como corresponde”, “la Jofre le hacía almohadones para que al sentarse al nene no se le enfriara la cola”.

El presidente del tribunal lo interrumpió, severo:

-Acá el objeto procesal no es Guillermo. Lo que está diciendo no tiene nada que ver con lo que está en juicio y que usted se negó a declarar. Esto no forma parte de una terapia. Lo insto a que hable del objeto procesal que acá se juzga y por el que está acusado: la privación de la libertad de Perez Rojo y Roisinblit.

Sin saber cómo continuar, Gómez aceptó responder preguntas de todas las partes. Dijo que entró a la Fuerza Aérea en junio de 1977, en la Brigada Aérea de Morón, donde estuvo un día para luego ir a la casa de Morón donde, repitió, cortaba el pasto, servía café y limpiaba solo el despacho de Sende.

– ¿Sabía que hacía la RIBA? – le preguntó el fiscal Niklison.

– Yo trabajaba adentro. No sabía nada. Hacía el jardincito, limpiaba la galería. Estaba afuera. Limpiaba el despacho de Sende y el bañito.

Lo que negó Gómez

Negó muchas cosas: haber visto gente con uniforme militar (“Sende andaba de traje negro con corbatita”), haber visto detenidos (“nunca vi un detenido ni detenida, la única mujer que entró fue una vecina que vino por un tema de humedad en la medianera”), haber visto armas (aunque se contradijo más tarde al referirse a las guardias: “la gente estaba ahí para cuidar la casa, pero no con armas largas”; después habló de “pistolas para emergencias”). Negó el ingreso de vehículos a la RIBA. Negó conocer apodos o nombres, y a los pocos que conocía, era de haberlos visto fumando en el jardín (así dijo de Cóceres, aunque Guillermo aportó una foto donde lo tiene en brazos). Negó haberse reunido con gente de la RIBA fuera del edificio, conocer al suboficial de la RIBA Juan Carlos Vázquez Sarmiento (a pesar de que Guillermo aportó como prueba fotos con los hijos de Vázquez Sarmiento, que está prófugo). Negó saber los apellidos de quienes trabajaron durante años con él, pero sabía que percibían un suplemento. Aunque en otro momento dijo que supo que recibía un plus por actividad riesgosa muchos años después, en el juzgado.  

– ¿No leía su recibo de sueldo?- le preguntó el abogado de Abuelas de Plaza de Mayo.

– No. A mí Sende me dijo “te pagamos comida, viáticos y un plus”.

Negó también haber mantenido una conversación con Guillermo sobre el origen de sus padres. Negó haber llevado a Guillermo a la RIBA.

El hombre que viajó a limpiar baños

Uno de los pocos momentos donde dijo un “sí”, fue cuando le preguntaron si había viajado a Mar del Plata.

– Sí, en 1978. A limpiar baños.

Otro, cuando se mencionó que Andrés Luis Bruno (otro civil) lo ubicó haciendo guardias en la RIBA.

– Sí, eran guardias para cocina los fines de semana.

Por último, parado frente a una proyección del mapa de las instalaciones, negó los datos aportados por los testigos (“el farol y la escalera no existían en 1978”).

“Gómez hizo el personaje que parece ser desde el día 1. No es tan primario ni tan obtuso”, dijo Guillermo Perez Roisinblit después de escucharlo. “Hubo varias inconsistencias, entre ellas, que no tenía vida social con gente de la RIBA cuando yo aporté fotos con Vázquez Sarmiento y Cóceres. Toda la culpa es de la gente que está muerta”.

Después de tantos años, Guillermo tenía “un poco de esperanzas de que su testimonio arrojara pistas” sobre los restos de sus padres. “Pero parece que sólo es valiente para robarse a un chico, amenazar a mi mamá embarazada. Para pegarle a mi apropiadora era bien macho, para amenazarme de muerte en 2003 también. Pero frente a la Justicia toda esa valentía se le esfuma”.   

“Una casa de familia”

El siguiente testigo fue quien quedó a cargo de la RIBA cuando Sende estuvo de licencia por una enfermedad cardíaca: Luis Trillo. Se lo acusa por ser el jefe durante el cautiverio de las víctimas.

Frente al tribunal, Trillo sacó del bolsillo de su saco azul un papel, que desplegó sobre la mesa, mientras pedía ver la proyección del mapa. Fue el único de los tres que participó de la inspección ocular. Según su relato, se compró en 1977 y “era una casa de familia”. Él la conoció en 1978 y “no tenía lugar para detenidos. Estábamos con lo justo”.  

Con la copia de la declaración en mano, dijo que al momento de aquella declaración de abril de 2013, tras ser detenido por orden del juez Rafecas, había dormido unas pocas horas en una celda de Rosario, luego lo llevaron a Comodoro Py. Allí dijo que en 1978 había sido “segundo jefe”. Trillo se corrigió a sí mismo: “Estaba dormido. El segundo jefe no existe. Yo era el segundo en antigüedad”.

Destacó que era aviador, estaba a cargo de contrainteligencia en la RIBA y “no tenía una relación muy fluida con Sende”. Dijo que “la RIBA se creó el 1 de julio de 1976”. Que sabía algunas cosas del Cuerpo de tareas 100 porque los suboficiales que iban a jugar al fútbol a la Séptima Brigada o a comer asado le contaban, por ejemplo, que se había trasladado. Dijo que todos eran subordinados suyos menos Sende, y que quedó muchas veces como “jefe accidental” (su firma consta en legajos) de la RIBA. Que la “división reunión” por la que le preguntaron no existía: sólo existían personas que salían a la calle y al volver redactaban informes. A Gómez lo ubicó como maestranza, en la cocina: “Hacía las costeletas crudas”, se rió.

También se hizo un momento para recordar que él, con o sin orden, “usaba el arma todo el día, en la RIBA, en mi casa, de viaje”. “Sende creo tenía un revólver”. “No recuerdo si estuvo con licencia por enfermedad y no preguntaba”. “En la RIBA había una pequeña salita de armas con siete pistolas”.  

– La información que elaboraba la RIBA ¿a quién se enviaba?- preguntó el fiscal.

– Al comodoro Sende.

– ¿Y luego?

– No sé. Quizás al departamento del Interior…

– ¿Escuchó hablar en la Fuerza Aérea de interrogadores?- le preguntó el abogado Llonto.

– Por supuesto. Es un especialista en el tema y si es un buen interrogador va a saber hacer las preguntas de tal manera que lo lleven (al otro) a decir la verdad sí o sí. Estamos hablando del campo verbal – aclaró Trillo. Y dijo que él se hubiera encargado de poner buenos interrogadores, “no un chanta”.

– ¿En la RIBA tenían interrogadores?

– No, porque no había detenidos. No había a quién interrogar.

Cuando le preguntaron cómo conoció el caso de Roinsinblit y Perez Rojo dijo que lo supo en Casilda, cuando lo detuvieron. También contó que recién supo que Gómez había sido detenido por apropiación (condenado en 2005) “en Marcos Paz, cuando fui detenido” (en 2013).

Trillo sí reconoció que tuvo trato en la RIBA con el suboficial Juan Carlos Vázquez Sarmiento (aunque cuando le preguntaron por el apodo de “Colo”, lo desconoció) y con otros hombres de la fuerza.

Al término de la declaración, hubo un cuarto intermedio.

¿Qué aportaron estos testimonios? El abogado Llonto dijo a Cosecha Roja: “Se prepararon para mentir. Son capaces de negar lo obvio, desde los apodos -porque nadie vio al Colo-, y hasta el hecho de que eran una Regional de Inteligencia pero nunca detuvieron a nadie. Más allá de que tienen derecho a mentir, sus testimonios son tan groseros que se convierten en elementos de prueba”.  

Mariana Eva Pérez agregó: “Se aprovecharon de la situación, se dieron el lujo de sembrar dudas acerca del conocimiento que venimos construyendo en sede judicial sobre la RIBA. No hay otras investigaciones. Y desacreditaron a los testigos, diciendo que la escalera o el farol no estaban. Pero Gómez decía y se desdecía todo el tiempo”.

La fuerza nueva

Cuando le llegó el turno a Graffigna, el que tuvo más poder de los tres (integró la segunda Junta Militar de Gobierno con Viola y Lambruschini, en 1979, cuando Agosti pasó a retiro), la audiencia llevaba más de cuatro horas. Pero en 1978 era el Jefe del Estado Mayor General de la Fuerza Aérea. Por eso se lo imputa. De entrada, advirtió que respondería preguntas pero no de todas las partes: dejó afuera a las querellas. De polera blanca, saco azul y zapatillas, Graffigna dijo que recurriría a un “ayuda-memoria”. Y empezó a hablar del Juicio a las Juntas, donde se lo juzgó. Mencionó a Agosti: “está fallecido, no puede defenderse”, y centró su declaración en argumentar cómo funcionaba el Estado Mayor Conjunto: “las funciones en las que yo estaba no eran de ejecución sino de planeamiento y asesoramiento. La parte ejecutiva la hacen los comandos”. Para eso, explicó con detalle el funcionamiento de las áreas y leyó varias actas secretas firmadas por la Junta Militar (no eran nuevas, se revelaron en el Juicio a las Juntas) y dijo que algunas cosas quedaron en letra y no en la realidad. “Se me acusa de que la jefatura dependía de mí, yo no tenía nada que ver”.  

Graffigna contó que en aquella época llegó a cumplir con cuatro roles al mismo tiempo, porque no había personal, y subrayó que se trataba de una “fuerza nueva”, creada por Perón en 1944/1945. “¿Entonces, por qué dice que era nueva?”, inquirió el juez Ruiz Paz.

Graffigna dijo que en los últimos meses de 1978 se dedicó al proceso de compra de aviones Mirage ante la inminencia de un conflicto bélico con Chile y luego de otro con Inglaterra por las islas del Atlántico Sur. “La Fuerza Aérea nunca estuvo de acuerdo en tomar las islas por la fuerza. se deben defender pero en los foros internacionales”. Ruiz Paz volvió a intervenir, recordándole que no estaba hablando del objeto de este juicio, sino de hechos que ocurrieron más tarde.  Fue el final de una declaración extensa, repleta de detalles y actas, pero que no aportó nada sustancial sobre las víctimas.

El sentido de la historia

Cosecha Roja preguntó al abogado de Graffigna y Trillo acerca del valor de sus declaraciones: “Son indagatorias donde ejercen su derecho a defensa. Ellos querían defenderse, están convencidos de su inocencia”, dijo Miari, y recordó que Graffigna fue absuelto de delitos en la emblemática causa 13 (junto con Galtieri, Anaya y Lami Dozo).

En la audiencia también estuvieron los integrantes del programa Memoria y Territorio: “Estar acá no es solamente un educativo, te involucra desde otro punto de vista que no tiene que ver con aprender sino con ver la historia de otra forma”, dijo Lourdes Alvez Taillo, una de las jóvenes que presenció la audiencia, una de las más largas y también, de las más exasperantes del juicio.

Fotos del juicio: Julia Otero / ANCCOM