Gestión menstrual sostenible: una deuda feminista y ambientalista

En Argentina más de 12 millones de personas menstrúan todos los meses. Pero no todxs cuentan con los recursos para gestionar su sangrado y hablar del tema sigue siendo tabú ¿Menstruar es para todxs lo mismo? ¿Cómo se vincula con el cuidado del planeta?

Gestión menstrual sostenible: una deuda feminista y ambientalista

Por Carla Gago
01/06/2022

Foto: Intervención fotográfica “Paro para sangrar” (Vibramujer

Muchxs son niñxs cuando menstrúan por primera vez: aprenden a esconder toallitas antes de entender los cambios que atraviesan sus cuerpos. A pesar de los avances en materia de derechos, hablar sobre menstruación aún es difícil y está plagado de prejuicios.   

“Todavía en las escuelas no se habla sobre la menstruación o, si se habla, se lo hace desde un lugar de vergüenza”, dice Candela Yatche, psicóloga, activista por la diversidad corporal y fundadora de la ONG Bellamente en el Plenario sobre Gestión Menstrual, organizado por la diputada María Jimena López y la organización socioambiental Consciente Colectivo.  

En nuestro país las cifras hablan por sí solas: según un estudio de UNICEF de 2021 más de 12 millones de personas (un cuarto de la población considerando el último censo) menstrúan todos los meses

A su vez, la Primera Encuesta de Gestión Menstrual a cargo de la Defensoría del Pueblo de la Provincia de Buenos Aires revela que en 2020 el 22,3 por ciento de las 1.653 personas entrevistadas se ausentó del trabajo durante el periodo menstrual, el 47,9 por ciento no fue al colegio o a la universidad, el 43,9 por ciento no asistió a eventos sociales y el 75,6 por ciento dejó de hacer deportes.

“La afectación a nuestra vida cotidiana implica pensar un abordaje integral de la gestión menstrual, llevar adelante capacitaciones y sensibilizaciones desde una perspectiva de género, diversidad y discapacidad, hacer una vinculación con el acceso a la salud sexual y reproductiva libre de violencia y discriminación y proveer insumos”, afirma la ministra de las Mujeres, Géneros y Diversidad Elizabeth Gómez Alcorta y resalta la importancia de trabajar en una red que articule con los gobiernos locales, organizaciones de la economía popular y cooperativas.  

Menstruar no es gratis y en un contexto de precarización laboral y desempleo su costo impacta fuertemente en la economía de los hogares (especialmente en aquellos donde hay más de una persona menstruante). Pero, además, profundiza las desigualdades estructurales que sufren mujeres, varones trans y no binaries y pone en peligro la garantía de otros derechos fundamentales como la educación, la salud y el trabajo. 

En términos económicos y de acuerdo a las últimas estimaciones de la dirección nacional de Economía, Igualdad y Género (enero 2022), una persona que en promedio utiliza 22 toallitas por ciclo gasta entre 4.028 y 5.135 pesos en productos de gestión menstrual al año. Esto equivale al 70 por ciento de una Asignación Universal por Hijo y al 38 por ciento de una Canasta Básica Alimentaria. 

Por este motivo, organizaciones feministas y activistas reclaman la quita del 21 por ciento del IVA y piden por una Ley de Gestión Menstrual que contemple la distribución gratuita de productos y acompañamiento para todas las personas que lo necesiten.

“Sabemos que siempre que hay crisis en nuestro país quienes peor la pasan son las mujeres que tienen niños y niñas en sus hogares. Las políticas de género son políticas que le hacen bien a la economía porque cierran brechas de desigualdad y combaten la pobreza”, dice Mercedes D’Alessandro, economista feminista. 

Agostina Mileo, comunicadora científica e integrante de Activismos Menstruales en Red (AmRed), cuestiona: ¿Será la gestión menstrual otro ejemplo de política con perspectiva de género que como bien sabemos es agregar una mención a las mujeres? ¿O constituirá una oportunidad para al fin generar programas integrales que incorporen y articulen todas nuestras experiencias en favor de una sociedad más igualitaria?”. 

Menstruación e identidades trans y no binaries 

“Para nosotrxs menstruar tiene la carga de la disforia no sólo porque cuando vas a comprar productos de gestión menstrual te estampan la palabra “femenino” y pintan todo de rosa y violeta; sino también por la carga de género que se le dá a la menstruación en nuestra sociedad”, dice Gael Sampedro, activista ambiental trans no binarie.  

Gael se está hormonando con testosterona desde hace 3 meses y recuerda que de niñx tenía un rechazo total hacia la idea de tener ovarios y sangrar. “Menstruar fue algo traumático para mí. La primera vez que menstrué le dije a mi mamá y ella se puso contenta. Sin embargo, yo trataba de convencerla de que lo que me estaba pasando era otra cosa, que la sangre debía venir de otro lado. Hoy en día desvinculé mi útero, mi sangrado y mi ciclo de mi género”, dice. 

Karim Gambirassi Kalibah, co fundadorx y vicepresidentx de Trans Argentinxs, aclara que, si bien quienes acceden a tratamientos de reemplazo hormonal ven su ciclo menstrual suspendido, ésta no es la realidad de todas las trans masculinidades. 

“Es importante dejar de pensar el ciclo menstrual como algo relegado a las mujeres cisgénero bajo una mirada biologicista, cis sexista y binaria. Los hombres que menstruamos existimos”, afirma.

Políticas del útero 

Para la activista menstrual y ecofeminista Florencia Carbajal la menstruación es mucho más que un proceso fisiológico: es un hecho político que reúne problemáticas ambientales, económicas, de educación y salud que deben ser abordadas desde un enfoque integral e interdependiente. 

“Cuando hacemos activismo menstrual, disputamos el poder de romper o no con un tabú fundacional del patriarcado, y por eso también estamos pujando un nuevo paradigma de emancipación y soberanía cíclica. Ahora bien, no todos los feminismos concuerdan con esta perspectiva”, dice y reflexiona: “Hemos visibilizado la sangre del femicidio, de la violación y del aborto, pero ¿no es prácticamente invisible el ejercicio de visibilizar las sangres de la vida?” 

Paul Preciado, filósofx y escritorx, dice que cada vez que se exige una legislación que incide sobre el útero se hace una concesión al poder estatal. En consecuencia, lo personal y privado se vuelve público y político. 

“Cuando hablamos de políticas del útero no hablamos de un cuerpo mío, sino justamente, de un cuerpo común, un cuerpo político. La gestión menstrual sostenible no implica solamente restaurar márgenes de inequidad de género a través de justicia menstrual, sino que, además, se trata de meternos el útero adentro del cuerpo porque de antemano lo tenemos expropiado. Y para eso, necesitamos tiempo, cuidado, círculo, confianza y escucha activa”, agrega la activista. 

Menstruación, salud y crisis climática 

En Argentina la utilización de productos descartables generan 132 mil toneladas de desechos al año y tardan aproximadamente 800 años en degradarse. A su vez, la pasta fluff (principal componente de las toallitas y tampones) proviene del desmonte de bosque nativo afectando el bienestar de comunidades y ecosistemas.   

“Estos productos terminan en los más de 5000 basurales a cielo abierto que hay en nuestro país, donde muchas veces viven familias y hacen de ese lugar su principal fuente de trabajo y de alimento”, explica Ariana Krochik, activista y fundadora de Consciente Colectivo, organización socioambiental que puja por una Ley de Gestión Menstrual soberana, federal y sostenible. 

Y no sólo eso: los productos de gestión menstrual descartables contienen agrotóxicos y sustancias potencialmente cancerígenas sumamente peligrosas para la salud humana. Si bien en 2015 un informe del Espacio Multidisciplinario de Interacción Ambiental (EMISA) de la Universidad de La Plata confirmó la presencia de partículas de glifosato (herbicida de Monsanto) en el algodón de las toallitas y tampones, la información no circuló de manera masiva. “Siempre detrás de esta causas están los lobbies y los grandes grupos de poder que buscan invisibilizar todas estas cuestiones”, añade Ariana. 

En un contexto de crisis climática y ecológica resulta urgente repensar nuestros modelos de desarrollo y deconstruir no sólo estereotipos y prejuicios en relación a la menstruación, sino también, las bases de la cultura del descarte. 

“Pensemos lo que estamos haciendo hoy a escala masiva: extraemos recursos que son finitos y valiosos para generar un producto descartable que utilizamos por muy pocas horas, que afecta la salud de nuestra matriz, y que luego arrojamos a la tierra en forma de basura altamente contaminante. Creo que una perspectiva ecofeminista o una mirada con fuertísimo enfoque en la sostenibilidad es clave para abordar las políticas públicas de gestión menstrual”, concluye Florencia. 

Carla Gago