Por Lucía Melgar – Espejos Laterales. NAR

¿Qué significa el feminicidio para la sociedad mexicana? ¿qué implican casi veinte años de asesinatos crueles seguidos de postvictimización, que quedan impunes?

¿Y qué significa o qué pueden significar esos asesinatos para las mujeres, para la idea, concepto y cuerpo de mujer en la mente y la vida de las mujeres de carne y hueso?

Estas preguntas pueden contestarse desde muchos ángulos – legal, político, social, psicológico- y desde distintas perspectivas – local o nacional, masculina o femenina, desde las familias de las víctimas o desde la mirada de testigos, activistas, investigadores o pensadores. A continuación propongo dos ubicaciones de observación y reflexión, una mediada por lo social, en una reflexión que intenta dar cuenta de la vivencia individual y del trauma de la comunidad, y otra más cercana y material: desde el cuerpo de mujer y su imagen. Por un lado, importa entender esos asesinatos en conjunto como fenómeno social que marca lo local y lo rebasa. Por otro, se trata de mirar el asesinato individual (repetido) como acto que corta la vida y destruye el cuerpo de una mujer o de una niña y descompone la vida de la familia y la comunidad. Imposible separar una perspectiva de otra.

A la vez que en ese contexto es imposible mirar la muerte violenta de una mujer o de una niña sin reconocer las semejanzas con otra(s), importa no diluir la experiencia personal específica en un conglomerado homogéneo, donde se corre el riesgo de ver las vidas y muertes ajenas como “una más”. Por ello, cabe acercarse a esa barbarie inscrita en los cuerpos y en el cuerpo comunitario desde las reflexiones de un escritor y periodista, una antropóloga, y un novelista, que han buscado develar una “verdad” y un sentido (una verdad comprensible) y apelan a la urgencia de la justicia.

 

Acercamientos al feminicidio como huella del mal

González Rodríguez, Segato y Bolaño son en mi opinión los pensadores críticos que más agudamente han reflexionado acerca del feminicidio en Cd. Juárez. Puede estarse o no del todo de acuerdo con sus planteamientos pero el hecho es que sus conceptos y argumentos se derivan de una preocupación seria y comprometida con una idea de verdad y justicia. En Bolaño se destaca desde luego su arte literario pero la importancia de 2666 no se debe sólo a la escritura como talento artístico sino a la hondura intelectual y a la delicada sensibilidad que sostienen esa escritura y el mundo novelesco que crea. Quien haya leído esta novela sabe que en términos documentales retoma gran parte del trabajo de González Rodríguez. En conjunto, estos acercamientos al caso que nos preocupa contribuyen a explicarlo y entenderlo, le dan, en mi opinión, la dimensión social y humana que en efecto le corresponde.

Uno de los primeros investigadores del feminicidio en Ciudad Juárez, el escritor y periodista Sergio González Rodriguez ha insistido desde hace más de una década en la especificidad de los casos, como parte de una política mafiosa estatal, fronteriza, nacional y binacional. Desde Huesos en el desierto hasta sus más recientes textos, González Rodríguez ha destacado la podredumbre social y política que implica el feminicidio, y ha señalado la geopolítica y las redes nacionales y supranacionales como factores fundamentales para entender los asesinatos. Enmarcados en el contexto local, los asesinatos de mujeres y niñas nos remiten a autoridades corruptas, omisas, cuando no coludidas con grupos poderosos que usan los cuerpos femeninos para marcar territorio y para exhibir su poder – se secuestra, tortura y mata porque se puede, porque la impunidad se va convirtiendo (si no lo fue siempre) en una garantía. En el contexto nacional, esas mismas ligas de corrupción y complicidad se van extendiendo y elevando: lejos de ser investigados y castigados, los omisos son premiados con cargos de mayor responsabilidad. Los grupos de interés locales mantienen su poderío y lo amplían más allá del municipio y del estado, más allá de las fronteras. Ante la imposibilidad de explicar con datos duros lo que las autoridades no han investigado, el periodismo de fondo y la imaginación política y creativa llevan a deducir y atar cabos. Si algo se ha hecho evidente con el tiempo es que 1) la dimensión de la impunidad no puede sino corresponder a la magnitud y complejidad de la red de autores intelectuales y materiales de los crímenes (y su amplia cauda de cómplices), 2) el impacto del feminicidio y la recurrente negación de los hechos y su significado corresponden a una grave disfunción estructural señalada por expertos nacionales e internacionales: la del sistema de justicia en todos sus niveles, y 3) sugieren alguna funcionalidad de esos crímenes para los poderes fácticos, funcionalidad no lineal (en relación causa y efecto), sino como (y aquí subrayo una hipótesis) condición de posibilidad, es decir, un conjunto de hechos que develan a la vez que hacen posibles determinadas complicidades.

Siguiendo estas líneas, se puede plantear que la falta de esclarecimiento no se debe a mera ineficiencia sino a algún tipo de conveniencia para los intereses de grupos de poder locales /nacionales directa o indirectamente involucrados. El problema obvio es que si no se investiga, no hay pruebas, todo queda en hipótesis, y persiste una sospecha atroz en las preguntas ¿quién está detrás de esto?, ¿por qué no se ha esclarecido el caso?

Retomando al sesgo estas preguntas, la antropóloga Rita Laura Segato examina primero los crímenes desde su conocimiento del medio delictivo en las cárceles brasileñas y del estudio de las estructuras de poder, para luego inscribirlos en el marco del derecho internacional. Segato busca en el feminicidio un significado que es preciso esclarecer. Desde “¿Qué es un feminicidio?” hasta sus más recientes reflexiones acerca de la viablidad del término “femi-geno-cidio” (2010), Segato examina el cuerpo de las mujeres, marcado por la saña de los asesinos, aventado en un paraje específico con el fin de aterrar a la sociedad y, sobre todo, de marcar un territorio. Este acto, interpreta, es un mensaje entre grupos adversos. La “escritura en el cuerpo de las mujeres” es un gesto misógino, una inscripción de terrible odio; funciona como mensaje de una fratría a otra, de un grupo de poder a otro, de grupos de poder para-estatales al Estado. Al calificarlos de “crímenes de segundo estado”, Segato no les resta horror ni los vuelve utilitarios; devela un posible significado social, funcional, político que, además permite entender mejor la magna impunidad que también los caracteriza. Estos brutales asesinatos pueden ser “gratuitos” en un sentido pero no en términos del lenguaje de poder. De ahí que, en un segundo movimiento, desde el lenguaje legal sea preciso resignificarlos: el feminicidio no es un crimen “doméstico”, ni sólo violencia “machista” local, es un “crimen de lesa humanidad”, más aún, podría considerarse un tipo de “genocidio” o, cuando menos permite cuestionar, si se toma en serio la definición limitada de este término. Esto es lo que lleva a la autora a elaborar el concepto de “Femi-geno-cidio”, que conjunta el horror del exterminio de un grupo y la especificidad de la violencia contra las mujeres. Si bien este concepto merece mayor atención y discusión, aquí interesa destacar su potencial explicativo y su potencia ética en tanto claramente apunta a la necesidad de que la justicia penal internacional se haga cargo de este tipo de crímenes. En este sentido es un concepto que ilumina la gravedad y complejidad del problema y que, como el desciframiento de los huesos en el desierto, destaca la profundidad de la crisis de justicia y ética que supone la impunidad de la barbarie.

Leer y situar el feminicidio como signo inequívoco del mal, resignificar ese conjunto de crímenes como indicio de la presencia de las tinieblas y la barbarie, ahonda en la reflexión ética y filosófica acerca del significado de estos crímenes. Desde la literatura, en una novela que retoma hechos históricos, los destila y actualiza, Roberto Bolaño realza a la vez el horror de los asesinatos y el cinismo de la farsa de la simulación oficial. En un relato río, emblemático de un nuevo siglo atravesado de tensiones y conflictos, Bolaño alude a la fuerza del mal, secreto del mundo, omnipresente aun cuando casi imperceptible en la vida cotidiana y en el paisaje de su ficticia Sta Teresa. Al mismo tiempo, con particular delicadeza y sobriedad, el escritor rescata a las mujeres y niñas asesinadas del oprobio. Contra el anonimato, el olvido y el ninguneo que les han impuesto los discursos oficiales y mediáticos, La parte de los crímenes les da voz, cuerpo y vida; las cobija y resguarda en breves historias que las consagran a la vez como personajes dignos de compasión y como personas que merecen respeto y justicia. El mal está en la muerte atroz de esas mujeres y niñas, en sus cuerpos destajados, en sus vidas asfixiadas en el horror. Está también en el sistema que crea chivos expiatorios, en la sociedad que ve y calla, en la historia de un siglo que se caracteriza por matanzas y genocidios y otro que se inicia con explosiones de odio. De un siglo a otro, el mal está también en el ensañamiento contra los cuerpos de mujer, en la destrucción de la vida de las mujeres como si no pasara nada.

En las páginas de Bolaño, González Rodriguez y Segato hay más desesperanza que esperanza; hay también más verdad y más compromiso con la verdad y la justicia que en la hojarasca de leyes, discursos, “estudios” y programas con que se ha intentado tapar esa evidencia del mal entre nosotros.