mendozaUn policía mendocino discute con su mujer. “Te voy a pegar un tiro en la cabeza”, dice él por teléfono. Y sigue: “Me vuelvo loco y sabés que a mí no me importa nada cuando me caliento”. Las amenazas se repiten y la mujer lo denuncia. A él le llega una citación. Sus colegas se la entregan y debe ir a declarar. Pero el hombre se descontrola: toma a los policías de rehén. La situación se distiende recién por la noche, cuando el hombre se entrega. Un día después, un comisario de la distrital Guaymallén, jefe del acusado, habla por los canales de TV local y cuenta: “Se trata de un problema personal que el efectivo ha tenido con su mujer. No nos metemos en dramas de familia porque son casos particulares. Por suerte, el efectivo ha depuesto su actitud y todo volvió a la normalidad”.

El caso sucedió a principios de agosto. Las declaraciones del jefe policial no le valieron ninguna sanción, ni siquiera un repudio. La normalidad se lo traga todo, pero solo en apariencia: en lo que va del año en Mendoza hubo once femicidios. Los últimos tres se dieron casi el mismo tiempo y provocaron una masiva movilización que ayer terminó con gases y piedrazos. La normalidad explotó.

Los casos que detonaron la bomba fueron tres, uno atrás del otro. Janet Zapata de 29 años y Julieta González de 21 desaparecieron el día de la primavera, casi a la misma hora. Primero encontraron el cuerpo de Janet. Un día más tarde, el de Juliana. Y sin bien los crímenes no tienen vínculos entre sí, ambos están unidos por una misma línea roja de la violencia de género.

El último se sumó ayer, mientras se preparaba la marcha por el #NiUnaMenos. A Ayelén Arroyo, de 19 años, la mató el padre. La chica lo había denunciado por abuso y hace dos semanas la justicia dictó una exclusión del hogar. No sirvió de nada. El hombre se mudó a un asentamiento frente a la casa de su víctima. La sorprendió mientras dormía sobre el piso, abrazada a su bebé de un año. Los golpes le produjeron el desprendimiento del ojo derecho y fractura del tabique nasal. Ayelén bajó por la escalera de madera hasta el comedor, pero el padre la alcanzó y le dio seis puñaladas en el pecho, la panza y luego por la espalda. Murió en el baño de la casa. La sangre, dijeron los medios locales, tiñó de rojo paredes, piso e incluso el techo. Al femicida lo encontraron caminando por un basural.

De Janet se sabe que el marido era celoso, controlador. Y que días antes había dicho que tenía un contacto que por 15 mil pesos era capaz de matar a cualquiera. La justicia sospecha que el acuerdo se concretó. Janet fue asesinada de un balazo en el pecho y otro en el cuello. Antes, la molieron a golpes. El cuerpo apareció en el terreno de un amigo del marido. Por el crimen, además de la pareja de Janet, hay otros dos detenidos. A uno de ellos le secuestraron quince mil pesos y un teléfono con mensajes que lo incriminan en el femicidio.

De Julieta se sabe menos. El día de la primavera salió de su casa por la tarde, sin decir adónde iba. En los últimos tiempos tenía un novio: un hombre mayor que ella al que nadie conocía. La madre, que es policía, durante todo el 21 de septiembre la llamó a su celular. Nadie la atendía. Recién el 22 respondieron, y lo único que escuchó fue una voz femenina que decía ”cortá”. El 23 encontaron prendas y luego el cuerpo en una cantera de ripio. La habían matado a golpes en la cabeza.

¿Hasta donde se puede normalizar la violencia de género? Otra vez la policía cómo ejemplo. El oficial principal Carlos Ávila es la mano derecha del director general de la Policía de Mendoza, Roberto Munives. El vínculo entre ellos es estrecho: Munives fue testigo de la boda de Ávila, mucho antes de que ella lo denunciara por violencia de género.

En 2011 Carla Roger denunció a Avila por lesiones y amenazas. La mujer dijo que el policía la había agredido cuando ella descubrió que el abuso de una de sus hijas. El acusado era otro familia de Avila. El policía, dijo la mujer, quería evitar la denuncia: temía que el escándalo afectara a su familia.

En la causa, que todavía espera juicio, hay constancia de que Ávila la golpeó y la amenazó con matarla.”Si vos me separás de mi hijo dos minutos, yo te mato donde te encuentre”. Los golpes y las amenazas se repitieron.

El caso no salió a la luz hasta julio, cuando nombraron al comisario Marcelo Esquivel como jefe de la departamental de la capital de Mendoza. El ascenso se dio mientras el hombre tenía prohibición de usar el arma y el uniforme. El motivo: lo habían denunciado por violencia de género. La noticia llegó a los medios de Buenos Aires, y se apagó enseguida.

Días después, un periodista local desempolvó el caso de Ávila. No sólo estaba a punto de ser juzgado por violencia de género, sino que también había recibido varios ascensos durante todo el proceso. Cuando el periodista consultó al jefe de la policía por el caso, Munives se limitó a declarar “hay que separar lo funcional de lo personal” y sostuvo a su amigo en el cargo.

Esa misma policía se encarga de hacer efectivas las órdenes de restricción, y de investigar los femicidios. Y son los mismos que anoche tiraron gases lacrimógenos en el centro de Mendoza.

Foto: Gentileza diario Los Andes