Juan Diego Britos. Tiempo Argentino.-

“Es la mafia de los guantes blancos, adentro ellos hacen lo que quieren”. José Manuel Verón vive tras las rejas desde hace 25 años. Está preso por secuestros y homicidio.

Denuncia que 13 de sus compañeros murieron de manera sospechosa y revela cómo funcionaba la banda mixta con los penitenciarios. José Manuel Verón tiene 40 años y pasó un cuarto de siglo tras las rejas. “Me crié en los penales”, dice sentado del otro lado de la mesa en el comedor de la casa dela Villa20 de Lugano, al sur dela Capital Federal, donde pasa los días durante las salidas transitorias del Complejo Penitenciario Federal de Ezeiza. En el mundo carcelario, José es conocido como “Pato” y actualmente cumple una condena de 18 años de prisión, causa con la que unificó un proceso por homicidio y otro por los secuestros virtuales que cometió desde el interior del penal, en connivencia con las autoridades penitenciarias.

El testimonio de Verón revela algunos secretos del Servicio Penitenciario Federal (SPF). Durante mucho tiempo, el hombre de ojos claros, brazos cortados y puños tatuados desarmó en la extinta cárcel de Caseros los autos que luego el SPF revendía como vehículos legales. De ese penal también salía a robar junto a otros compañeros de encierro: todo a cambio de engrosar los bolsillos de los jefes penitenciarios.

Pero los años quebraron ese pacto de complicidad y ahora Verón teme por su vida porque es uno de los pocos que queda de la camada de presos que salía a robar desde Caseros: 13 de sus compañeros murieron en circunstancias sospechosas y él no quiere ser el próximo en la lista.

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–En 2006 fue condenado por los secuestros virtuales cometidos desde el interior del penal de Ezeiza. ¿Qué rol tenía usted y cuál era la ganancia del SPF?

–Cuando saltó la bronca, yo tenía un pedido de reclusión perpetua y varias causas abiertas. El SPF sabía que estaba jugado, así que me pidieron que me hiciera cargo y lo hice. Cuatro años no era nada para mí, sabía que iba a pasar mucho tiempo detenido y necesitaba plata para conseguir alcohol, drogas.

–¿Cuál era la mecánica?

–Llamábamos a un número de teléfono y al que atendía le decíamos que un familiar había tenido un accidente de tránsito. Le pedíamos un número alternativo, así el damnificado no podía llamar a la policía. Rescatábamos plata, cadenas de oro, hasta plasmas, lo que fuera para comprar salidas. Nosotros hacíamos los secuestros y el SPF se llevaba casi toda la plata.

–¿Cómo funcionaba la banda?

Trabajaba en el desarmadero del penal hasta que me escapé en moto y el juez cubrió todo con una libertad condicional, porque yo sabía mucho y no querían que hablara. Íbamos a robar autos, los llevábamos a la cárcel, los desarmábamos y luego los volvíamos a armar. Los autos que cortamos ahí quizás todavía sigan circulando.

–¿Qué ganaban con esos delitos?

–Un encuentro con un familiar en un bar y plata. Además, teníamos otros beneficios: drogas, alcohol, facas, conducta.

El relato de Verón es preciso. Cita fechas, escarba en la memoria y rescata nombres de compañeros que ya no están. En la actualidad, Pato estudia abogacía y está alojado en la celda 14 del Pabellón H del Módulo Ingreso del Penal de Ezeiza. Cuenta con una medida de seguridad porque en los últimos meses comenzó a recibir amenazas por parte de algunos guardias, que lo conocen de otros penales y con los que mantiene asignaturas pendientes. Ocurre que, además de saber demasiado sobre la corrupción penitenciaria, Verón será testigo en el juicio contra los cuatro penitenciarios que están acusados de matar a golpes a Diego Hernán Trapanesi, asesinado en 2007 en el penal de Marcos Paz.

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–¿Con estos antecedentes, cómo continuó su relación con el SPF?

–Hace poco vino un compañero del penal a decirme que le habían dado una faca y pastillas a cambio de que me matara. Eso lo denuncié porque no quiero terminar como otros.

–¿Qué pasó con el resto de sus compñeros que robaban para el SPF?

–Trece murieron. Walter “El Tate” Benítez, Miguel “Bujía” Arribas, Damián “Serrucho” Galarza fueron algunos de los que empezaron a hacer denuncias sobre lo ocurrido en Caseros. Llegamos a ser 65, estuvimos en Caseros, Villa Devoto y Ezeiza, y después nos esparcimos por todos lados.

–¿Cuál era el rol de ese grupo?

–Nuestro rol era salir a delinquir a cambio de beneficios. Nos sacabala División Traslados, como paquetes. Un día, el director de Caseros me ofreció un negocio importante. Creí que nos iban a mandar a robar un blindado pero habló de matar al juez Baños. Me quedé helado y le dije que iba a pensarlo. Si le decía que no, me mataban. Ahí lo conecté con Alejandro Penczansky.

–¿Cómo definiría al SPF?

–Es la mafia de guantes blancos, que sigue existiendo pese a los cambios de cúpulas. Adentro mandan ellos, hacen lo que quieren. La mafia de los candados no se terminó, yo entré siendo un ladrón menor y me recibí en la universidad del delito.

–¿No teme que esta nota agrave su situación?

–Temo por mi vida y por la de mi familia porque recibimos llamadas telefónicas. El 1 de junio hice una denuncia contra un agente por torturas y apremios ilegales. También denuncié a varios jefes por amenazas de muerte reiteradas. Me tengo que cubrir, no quiero ser parte de la lista de compañeros muertos.