María Laura fue la primera de cuatro hijos. Nació en 1978. Dos años después, otra nena, prematura de seis meses y medio que tenía una malformación y murió al nacer. Adoración dice que pidió verla. Dice que era hermosa.
Tres años más tarde, volvió a quedar embarazada. Ese verano fue a Mar del Plata con Laura, el que entonces era su marido y los abuelos de Laura. Su padre, Cándido Gutierrez, tuvo un infarto masivo. Ella le hizo respiración boca a boca, masajes cardíacos. Lo vino a buscar una ambulancia, pero el hombre murió al llegar al hospital. Desde ese momento, contracciones, pérdidas y, ahí mismo, trabajo de parto. El bebé, seis meses, un kilo, no paraba de llorar. En la clínica no había terapia. Lo trasladaron. Y murió en la ambulancia. Unos días después, la maestra de preescolar llamó a Adoración y le pidió que fuera a la escuela. Al llegar, la mujer le dijo que había algo en los dibujos que hacía María Laura. Que sin importar la consigna, los márgenes de la hoja, una y otra vez, estaban llenos de cruces.

 

“Yo no quería volver a intentar, porque había sufrido mucho la pérdida de esos dos bebés —dice Adoración, frente a su escritorio, el pañuelo de papel—. Pero cuando Laura tenía diez años, quedé embarazada de Noelia”. La hermana de Laura nació con una cardiopatía que se podía arreglar con una operación. Si bien, siempre medicada, podía jugar como cualquier chico. Iba a cumplir tres años. Pero tenía los órganos en espejo, el corazón a la derecha y la operación que no era tan difícil se complejizó. Sin embargo, aparentemente todo había salido bien. Fue a verla al hospital. En la sala de terapia intensiva, Noelia susurró: “Quiero ir a casita”. Después, vomitó sangre. Después, unos médicos le dijeron a la madre que la hija había muerto. A la semana, luego de que la hubieran enterrado, les avisaron que la única forma para saber qué había pasado era hacer una autopsia. Nunca nadie pudo demostrar que hubiera habido mala praxis.

 

Pese a todo, ahora, Adoración dice: “pero los problemas vinieron después“.

 

Se divorció de su marido. Laura dejó la escuela porque tenía miedo de salir a la calle. Sin embargo, pudo superarlo y a los 20 años terminó el secundario. Empezó a trabajar en una clínica de Casanova. Ahí conoció a su novio, Wilfredo Percy Incio Chepeyquen, el médico que, dice Adoración, fue el autor intelectual del asesinato.

 

*

 

 

El amor todo lo puede

 

Todo parece hermoso cuando éste crece

 

(…)

 

Pero cuidado

 

Al encontrar un amor no te entregues de prisa

 

No te enamores perdidamente

 

Siempre tené los pies sobre la tierra y aunque creas en esa persona desconfiá un poquito

 

Porque ese sueño puede convertirse en pesadilla.

 

Puede derrumbarte en un segundo.

 

(Fragmento de un poema de María Laura que Adoración publicó en un libro un año después de la muerte de su hija).

 

 

*

 

 

—¿Alguna vez viste fotos de una autopsia? —dice Adoración,

con la causa en la mano.

 

—No.

 

—Mirá éstas. De Laura. Acá se ve la espalda quemada. Mirá: las cortaduras en las articulaciones —señala una foto en blanco y negro.

 

Luego otra. Y otra más. Pasa las páginas fotocopiadas. Tiene los ojos húmedos. Sin embargo, en ningún momento se pondrá a llorar. No perderá la entereza. Como si lo que estuviera haciendo fuera demasiado importante para detenerse a pensar en sentimientos.

 

—Hay una, por acá, donde se ve mejor cómo encontraron el cuerpo.

 

 

*

 

 

Adoración escuchó a un perito diciendo que habían querido descuartizar a su hija. Escuchó a dos mujeres que antes de ser condenadas a cadena perpetua por asesinar a María Laura dijeron ser inocentes. Escuchó a la testigo que encontró el cuerpo. Escuchó la pregunta: ¿Qué sintió al ver el cadáver? Escuchó la respuesta: olor a carne asada. Escuchó muchas cosas. “Fue duro”, dice antes de sonarse la nariz con el pañuelo de papel.

En medio de los alegatos, mientras el abogado defensor hablaba, Adoración se puso de pie y aplaudió con bronca. Con una furia seca, contenida, irreverente. Cada vez más fuerte. El hombre dejó de hablar. Hasta el aire estaba incómodo. El juez del Tribunal pidió silencio y llamó a un cuarto intermedio.

Faltaban dos alegatos. El abogado le recomendó que saliera de la sala. Le dijo que entendía que todo esto era demasiado duro. Ella: no. Se iba a quedar. En silencio escucharía lo que fuera. “Traté de abstraerme de lo que decían. Miraba una foto de Laura: lloraba. Las lágrimas se me caían de adentro. No podía hablar. No podía aplaudir pero tampoco podían prohibirme que llorara”. Hubo dos cuartos intermedios de media hora. El resto del tiempo, desde las diez de la mañana hasta las seis de la tarde, Adoración lloró lágrimas de Justicia.

 

*

 

En noviembre de 2011, su caso se publicó en Clarín. Al día siguiente la llamaron de radios y revistas. Fue al programa de televisión de Mirtha Legrand y contó su historia. Diez días más tarde, la policía detuvo al médico Wilfredo Percy Incio Chepeyquen, a su hija Maira Incio Loreto, y a Víctor Hugo Cisterna, empleado de una santería.

El 24 de diciembre, según dice Adoración por un error del fiscal que citó una prueba inexistente, Chepeyquen salió de la cárcel. Ese día, ella fue al juzgado a revisar unos papeles. Al dar vuelta en un pasillo, se encontró frente al acusado de planear el crimen de su hija. Si bien no se cree una mujer violenta, no sabe qué podría haber hecho si se quedaba ahí. Decidió seguir caminando. Dice que fue terrible.

Esa semana empezó a tener contracturas, vértigo, mareos. “La situación me afectó muchísimo, pero pude sobreponerme”.

En enero, después de que se agregaran los habeas corpus y las presentaciones de los abogados, pudo leer el expediente completo. Lo analizó en sus vacaciones: vio los detalles de cada allanamiento. “Pero no como los vieron el fiscal o los investigadores. Viéndolos en profundidad, cruzando información, pensando en todo lo que había pasado”. Siete cuerpos, doscientas fojas, una causa muy compleja. Dos mil cuatrocientas páginas que Adoración leyó veces y veces y veces. La parte en que María Laura habló con el padre creyendo que iba a volver a su casa. La parte en la que las dos mujeres fueron a la estación de servicio y llenaron un bidón con cinco pesos de nafta. Todas esas partes. “Y las fotos del hallazgo del cuerpo. Son terribles. Mi hija quemada, desfigurada: de frente, de perfil. Sin embargo, y aunque parezca mentira, ver lo que le hicieron me dio más fuerza para seguir adelante. Para no bajar los brazos. Porque uno ve las fotos y no puede creer que haya seres humanos capaces de hacer eso: los cortes, la carita casi sin nariz”.

 

El médico que la atendió después de la crisis, sus amigos y famliares le dijeron que, mejor, quizás, sería poner otro abogado. Lo pensó pero se preguntó quién tomaría un compromiso como el de ella. Diez años, miles de hojas, varios fiscales, una causa complicada. “Dejarla sería fallarle a Laura y fallarme a mí misma. Conozco el caso como nadie y si no lo sigo yo, no va a llegar a ningún lado. Hay muchos cabos sueltos —dice aferrada al pañuelo—. Yo sigo: aunque me cueste la salud, voy a seguir hasta el final”.

 

Foto: Clarin.com

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