Por Sebastián Hacher – Miradas al Sur.

En Argentina, la masacre de cuatro mujeres en La Plata, y el crimen de Berazategui reavivan un debate que parece no tener fin.

El crimen de Tomás en Lincoln y el cuádruple asesinato de La Plata están unidos por un hilo cada vez menos invisible: el de la violencia machista. Por más que los hombres protesten y hablen –incluso desde discursos supuestamente progresistas– de que hay violencia de género de las mujeres contra ellos, la estadística es contundente: este año se cometieron 237 femicidios. Cada 30 horas, una mujer fue asesinada por hombres que la consideraban su propiedad.
Si el asesinato violento es la forma más extrema de terminar con la vida de una mujer, no es la única. “Hay cientos de muertes que no aparecen en los medios”, dice el médico psiquiatra Enrique Stola. Y enumera: “Están los femicidios que se ocultan tras accidentes, las mujeres que son inducidas al suicidio; las que mueren por enfermedades crónicas producto de la violencia a la que son sometidas; las que mueren por violencia de género del Estado, cuando no tienen asistencia sanitaria. Si contamos esos casos, los números son enormes.”
La recopilación de casos violentos es elaborada por la ONG La Casa del Encuentro. Este año, el cierre fue hecho pocas horas antes del asesinato de las cuatro mujeres en La Plata. Sus muertes podrían ser incorporadas a las estadísticas publicadas, o inaugurar las del año que viene. Alcanza con un solo dato clave para entender que se las mató como forma de ejercer poder sobre ellas: Bárbara Santos, la novia del karateca acusado por el crimen, fue asesinada de 40 puñaladas y golpes con un palo de amasar. Recibió el doble de puñaladas y golpes que las otras tres víctimas: su hija, la madre y su amiga Marisol.
La masacre volvió a poner sobre el tapete la discusión sobre la violencia de género. Esta vez, el debate alcanzó ribetes bizarros: el abogado Fernando Burlando, por ejemplo, no tardó en aparecer en escena. Las fuentes que conocen los tribunales de la provincia consideran que su participación en casos donde el poder político y la Justicia necesitan disminuir el descontento de la sociedad se está volviendo serial. Desde el punto de vista técnico, Burlando no tiene muchas luces, pero en cambio es considerado brillante para el manejo de cámaras de televisión y acuerdos entre la policía, el mundo del hampa y los jueces. Suele encargarse de cerrar rápido casos resonantes.
En este caso, la excusa para participar del expediente es que el remisero que llevó a una de las víctimas hasta el lugar del crimen, uno de los principales testigos de la causa, vive a dos cuadras de su estudio en La Plata. En público y en privado, Burlando dijo que el hombre –que estaba enamorado de Marisol– le pidió una mano. Desde entonces, el abogado se convirtió en el timonel mediático del asunto. En una de sus incursiones habló con el conductor Eduardo Feinmann, con quien compartió la queja de en este tipo de casos “están metiendo a los chicos en temas de adultos”. Una concepción similar tiene la Justicia: al katareta Osvaldo Martinez se lo acusa de homicidio simple por matar a su novia, y de homicidio agravado por asesinar a las otras tres.

Indignados. En la oleada de indignación mediática también participó el conductor de Alejandro Fantino, que se mostró compungido por las muertes de mujeres. Su discurso contra la violencia de género se hizo en el mismo estudio donde festejó que el boxeador Fabio La MoleMoli, un confeso golpeador de mujeres, haya tirado un guiso por la ventana porque su pareja no lo había cocinado como a él gusta.
¿No hay una relación entre ese acto de humillación y la violencia que viene después? ¿No termina de estar claro que los femicidios no son ataques de locura, sino escaladas que empiezan de forma más o menos sutil y terminan en crímenes?
“Hay una continuidad entre la violencia social y la de género”, explica Stola. “Los que resuelven los conflictos de forma violenta son muchos: por eso se banaliza. La violencia de género es un ejercicio de poder. Los abogados tienden a ponerla del lado de la enfermedad, pero no es así: se da en la parte sana de la sociedad.”
¿Cómo se expresa la banalización de la violencia? El asesinato de un hombre en manos de su novia en Berazategui esta semana produjo un efecto curioso. En las redes sociales, muchos hombres empezaron a decir que eso también era violencia de género. En Twitter muchos se preguntaron –por lo general en mayúsculas y usando varios signos de interrogación juntos– si ese asesinato no era un “masculinicidio”. O sea: mujeres que ejercen violencia de género extrema contra sus maridos.
Perla Prigoshin, titular de la comisión que elabora sanciones contra las diferentes formas de violencia de género (ver aparte) contesta a ese interrogante con una resonante carcajada. Y luego dice: “Son los mismos que se quejan porque no hay un día del hombre y sí de la mujer. No entienden que la violencia de género se vincula con la asimetría de poder. Lamentablemente, todavía el poder lo ejercen los hombres. Cuenten cuántas mujeres hay muertas por celos y cuántas veces matamos nosotras cuando los hombres nos engañan. No entienden que el hecho de proteger a las mujeres les va a mejorar su propia calidad de vida, porque los hombres también son víctimas del pratriarcado”.
Desde 1995, Nelly Vorquez dirige la Casa de la Mujer Juana Chazarreta, donde atiende a cientos de mujeres que van a pedir auxilio. Acostumbrada a palpar la violencia de cerca, Nelly fue una de las primeras en advertir que luego del caso de Wanda Tadei –la mujer del baterista de Callejeros que murió quemada– aumentaron los casos de hombres que amenazaban con hacer lo mismo.
Una vez por semana, Nelly coordina un grupo de hombres golpeadores que son enviados allí por la Justicia. “Cuando se toca el tema –explica–, se tiende a decir que también hay violencia domestica hacia los varones. Seguro que puede haber. En 20 años de trabajo vi aparecer esos temas. Pero no estamos hablando de eso porque es menor, es ínfima. Hablamos de la violencia de la mujer porque tiene siglos. Hemos visto casos de muchas mujeres que mataron a sus parejas: casi siempre, cuando uno va a ver la causa es violencia doméstica y la mujer se defiende. Cuando una mujer mata al varón siempre la víctima inocente es el varón. Si la víctima es una mujer, siempre se busca una causa.”

Macho menos. El empresario de la carne José Alberto Samid logró poner incómodo nada menos que a Samuel Chiche Gelblung. Cuando el conductor le habló de las cifras de asesinatos de mujeres, Samid respondió con una de sus teorías. “Cuando tenía 30 –dijo–, las mujeres nuestras, nuestras madres, nuestras hermanas, eran de una manera. Ahora que tengo 60 son de otra. Antes no fumaban en la calle, no salían a trabajar.” Y la violencia, entonces, es una reacción contra ese avance. “Hay tres clases de hombres”, dijo. “El que se la banca, el que se va de la casa y el que se le activa el botón de la locura y pasa lo que pasa. Debido a este adelantamiento de la mujer, al hombre se le activa el botón de la locura y pasa lo que pasa.”
La confesión de parte puede ser elaborada en otras palabras: no hay nada más triste –y más peligroso– que un machista herido.