Jessica Ávalos, La Prensa Gráfica.-

Botá el corvo. No seas tonto”, le decíamos. “Mirá, no ha pasado nada, no te vamos a detener, solo queremos platicar con vos. Salí”, le decíamos. Pero él no decía nada, solo soltaba una risita nerviosa cuando lo alumbrábamos con la lamparita de mano. Hacía caso omiso a los comandos verbales y blandeaba el corvo como para hacer rebanadas, bufaba como toro bravo. Llegamos a las 2 de la mañana e intentamos persuadirlo por más de diez minutos, pero él continuaba furioso; daba vueltas por la sala y pegaba planazos a la puerta trasera y a las paredes de fibrolit. Ese ruido despertó al otro niño, al de tres años, y el sujeto lo agarró de la mano y nosotros nos movimos hacia otra ventana.

De repente apareció la muchacha por la parte trasera, Matilde creo que se llama. Nos dijo que era la compañera de vida del agresor y que se había logrado escapar por una ventana. Manifestó que sus dos hijos habían quedado adentro y que el sujeto le pedía que se pusiera de espaldas. Yo creo que no tenía valor para matarla de frente.

Ya desde el otro ángulo, alumbramos la hamaca anaranjada que estaba en el centro. Observamos que en el suelo, justo abajo de la hamaca, había un gran charco de sangre. “Ese maldito ya me mató a mi hijo”, nos dijo la señora y se desmayó. Las personas que habían rodeado la escena la apartaron y nos pidieron que lo matáramos, que matáramos a Mario Valladares, que lo matáramos porque acababa de asesinar a su hijo de diez meses.

Mi otro compañero volvió a tocar la puerta. Cuando el sujeto escuchó que íbamos a entrar, agarró del pelo al menor y hacía el mate de pegarle con el corvo en el cuello. El niño lloraba. Al ver eso decidimos pedir apoyo a otras unidades, ya que solamente habíamos llegado dos cabos del puesto policial de San José Las Isletas: mi compañero Carlos Mauricio y yo, Luis Barrera.

Si yo acostándome iba esa madrugada del 23 de septiembre, cuando cayó la llamada del operador tres del Sistema de Emergencias 911. Una señora, una vecina, fue la que marcó para reportar que en el caserío Tres Ceibas se escuchaban gritos. Llegamos como en cinco minutos porque el puesto está a medio kilómetro. Cuando llegamos, observamos a un grupo de personas del sexo masculino con corvos en las manos. Se nos apersonaron y nos señalaron la casa donde el sujeto estaba golpeando a la compañera de vida. Tocamos la puerta y, como nadie nos respondió, rodeamos la casa y yo empujé la ventana de lámina café. En el caserío Tres Ceibas no hay energía eléctrica. Todo esto pasó en la oscurana.

A las 3 de la mañana, después de verlo aún más enfurecido, le dije a mi compañero que le alumbrara la mano al sujeto, que iba a tratar de pegarle. Yo, jugándomela, porque le podía pegar al niño, sujeté mi fusil Galil, y cuando mi compañero le alumbró la mano, como pude, y pidiéndole a Dios también, le apunté. Le pegué y, gracias a Dios, le di en la mano. Al disparo, botó el corvo. Derribamos la puerta y lo encañoné, le quité al niño. Lo tuve cerquita y no le sentí aliento a licor. Quizás estaba drogado, endiablado o era la gran ira de los celos. Me dirigí a la hamaca a ver cómo estaba la otra criatura, el de 10 meses. Estaba terminado.

En la casa de Matilde

Matilde, a diferencia del cabo que capturó a Mario, sitúa su relato en la noche del sábado 22 de septiembre, horas antes del homicidio de Denis, su hijo de diez meses. Recuerda que Mario, su compañero de vida, llegó como a las 9 de la noche a pedirle que le prestara una cobija. Había llovido esa noche en el caserío Tres Ceibas, del departamento de La Paz. Él se estaba quedando a dormir en una ladrillera porque semanas atrás, desde que ella consiguió que alguien le prestara esa casa de cinco metros de largo por tres y medio metros de ancho, se habían separado.

“Le presté una hamaca, pero regresó como a las 11 o 12 de la noche. ‘Matilde, abrime que tengo frío’, me dijo. Y se acostó un buen rato ahí con nosotros. Ya de madrugada, se levantó a hacer pipí y fue como que el diablo se le había metido. ‘Todos nos vamos a morir’, nos decía”.

“Mi tía ya me dijo que Denis no es hijo mío, puta. Ya sé que es de ese ‘maitro’ del establo, porque no se parece a mí, es bien feo”, gritaba Mario, según Matilde.

Ella se salió por una de las dos ventanas de la casa. “No podía sacar a los niños porque él estaba ‘alás’ de la hamaca. Si yo llegaba y lo quería levantar, ahí me iba a matar a mí. Por eso mejor me salí a pedir ayuda”, recuerda.

El hombre del establo –explica Daysi Crespo, la tía de la Matilde– es el mandador que contrató a su sobrina para sembrar caña. Mario empezó a celarla con él desde que este despidió a todos los menores de edad y solo permitió que Matilde, a sus 16 años, continuara trabajando en ese terreno. Después la celó, según Daysi, con otro hombre que le dio trabajo en un sembradío de loroco. Y también, cuenta Daysi, Mario sintió celos de uno de los compañeros que Matilde tuvo cuando se logró inscribir al PATI, el programa gubernamental que durante seis meses le entregó $100 dólares mensuales a cambio de realizar trabajos comunales: chapodar matorrales.

“Para Mario, Matildita nunca fue honrada. Usted sabe que los hombres a cada rato quieren, y como había veces que ella no quería porque él llegaba bolo, él le decía que ella andaba devanándose con otro”, comenta Daysi.

La última persona con quien Mario celó a Matilde, según Crespo, fue con Fernando, el primo de 14 años que algunas noches se quedaba a hacerle compañía a Matilde.

“Fernando también estaba en la casa ese día. Él se había quedado a hacerles compañía. Como ahí es bien solo. Las casa de la par están vacías. Y ahora hay gente que anda diciendo que Matildita se metió con Fernando y que por eso los quiso matar Mario”, cuenta Daysi.

Fernando fue el primero en salirse de la casa la madrugada del pasado 23 de septiembre. No lo vieron ni los policías, solo Mario y Matilde. Ella asegura que su primo saltó primero la ventana porque “le ganó el miedo” y porque salió a pedir ayuda. “Es que la gente, para levantar chambres, aquí es número uno, pero ya cuando ven la cosa seria no se meten. Mire si alguien se metió esa noche. Solo son de mentalidad bien avanzada”, dice la joven.

Matilde, de 18 años, no sabe cómo encender una computadora, pero otro primo, uno que tiene una ‘mini’ con internet, le ha contado que hay gente en Facebook que la ha tachado de zorra después de leer las noticias sobre la muerte del bebé.

El primer 23 de septiembre

El 23 de septiembre de 2010, Mario la contraminó contra el suelo. “Como andaba bolo, me agarró del pelo. Me dejó morado el ojo, hinchada la nariz”, describe ella.

Matilde lo denunció el mismo 23 de septiembre de 2010 en el puesto policial de Las Isletas; ese donde, el pasado 23 de septiembre de 2012, remitieron a Mario por el homicidio de su hijo menor. En 2010, los agentes trasladaron a Matilde a Medicina Legal para que un perito certificara los moretones. Mario fue capturado. Estuvo seis días detenido y al sexto día enfrentó una audiencia en el Juzgado de Paz de San Pedro Masahuat.

“Dijo ante el juez que ya no lo volvía a hacer. ‘Te prometo que voy a cambiar, que ya no lo vuelvo a hacer’, me dijo. Y como yo lo quería bastante, lo sacamos. Se comportó bastante tiempo. Pero cuando andaba tomado, me trataba como que me odiaba, como que yo le caía mal. Me daba mis trompones y yo me iba corriendo”, relata ella.

Según Matilde, el papá de sus hijos pasaba siete meses sin tomar, al octavo “agarraba zumba” y terminaba en las cunetas del caserío. Se bebía, calcula, una botella de aguardiente Chamaco y dos de alcohol 90° con agua.

A Matilde le asignaron el expediente 118-10-25 en el Juzgado de Paz de San Pedro Masahuat, La Paz. En el documento consta que Mario fue liberado por desestimación de la denuncia por el delito de lesiones. En lo que va del año, según un registro preliminar que lleva la Sala de lo Civil de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), 3,316 personas han denunciado ante un juzgado de paz o de familia que han sido víctimas de violencia intrafamiliar.

“Mario me dijo: ‘cuando me volvás a echar preso, voy a ir por algo. No voy a ir por gusto’. Pero yo lo quería bastante. Siempre me volvía a convencer y me volvía a ir con él”, cuenta Matilde.

Los pleitos siguieron. Una vez, relata la joven, hasta le propuso a Mario que, para “tancar los celos”, viajaran a San Salvador a hacerle una prueba de ADN a los niños. A él, según la joven, no le gustó la idea. Matilde no insistió y tampoco quiso volver a poner un pie en el juzgado. Tenía dos razones para no hacerlo: temía a Mario y no quería que sus hijos, el de diez meses y el de tres años, crecieran sin su papá: “Con él los quería criar. A mí me hizo falta conocer a mi papá y no quería que les pasara lo mismo a los niños. Quería que llegáramos juntos a viejitos. Es feo quedarse con las ganas de conocer al papá”.

Matilde tenía 14 años cuando se acompañó con Mario Valladares. Él era 10 años mayor que ella, tenía 24, pero habían crecido juntos en el caserío. Vivieron, entre separaciones y reconciliaciones, cuatro años juntos.

“Ni loca volvería con él. Yo no quiero más comunicación con Mario. En cada audiencia voy a ir a hundirlo, más y más y más. Ese dolor que sintió ese niño, ni siquiera con estar en la cárcel lo va a pagar”, asegura Matilde.

“Como ella era menor de edad, la representó la madre. La mamá dijo que no se sentían ofendidas por las lesiones y deseaban desestimar el parte policial. En la desestimación no existen medidas, simplemente se extingue la acción penal porque es una forma de conciliación”, explica el juez de Paz de San Pedro Masahuat, José Antonio Lara, quien celebró la audiencia contra Mario el 28 de septiembre de 2010, cuando lo procesó por el delito de lesiones. Justo dos años después, tiene a la vista un nuevo expediente contra Valladares. Esta vez lo procesará por homicidio. El acusado fue trasladado a un penal desde el Hospital Santa Teresa el pasado 1.º de octubre, donde fue ingresado desde el día que recibió un disparo en la mano.

Parte policial

Fiscales y peritos de Medicina Legal llegaron a Tres Ceibas a las 5 de la mañana del 23 de septiembre para el levantamiento del cadáver de Denis Valladares. Un día antes habían reconocido el cadáver de un bebé de dos meses también asesinado por su padre en Cojutepeque.

En Tres Ceibas, los fiscales recibieron el parte policial que les entregó el cabo Luis Barrera. En esas tres páginas escritas a mano, en papel tamaño oficio, se consigna que un hombre identificado como Mario Valladares mató con un corvo a su hijo de diez meses que dormía en una hamaca dentro de una casa prefabricada. Dos agentes intentaron persuadirlo, pero él tomó como rehén a su hijo mayor. El agente Barrera se arriesgó y disparó. Le dio en la mano derecha. El rehén, Mario, su hijo, está vivo.