Se promulgó la ley para que el ex Pozo de Quilmes sea un Sitio de Memoria. El edificio en el que estuvieron desaparecidos más 250 personas durante la dictadura cívico militar será transferido a la Comisión Provincial por la Memoria para su administración y en sesenta días la Policía Bonaerense deberá dejar el lugar. Aquí, un recorrido por sus pasillos y calabozos y las historias de algunos sobrevivientes.

El chalet de dos plantas de ese barrio residencial de Quilmes disimulaba la verdadera historia de lo que ocurría puertas adentro. La entrada por la esquina, el jardín delantero, el portón corredizo y el balcón eran la fachada de una maquinaria que gestionaba la vida y la muerte. Convertido en Pozo, era un depósito de prisioneros ilegales organizado en una superficie total de 462 metros cuadrados que ocultaban detrás de las paredes de una institución policial los movimientos extraños, los golpes, las torturas, los secuestros. El sonido de las máquinas de escribir de la oficina de guardia indicaba que el Pozo estaba en funcionamiento. Secreta y clandestinamente las teclas imprimían nombres, números, datos e información. Ingresos y egresos. Traslados y destinos. La burocracia policial registraba huellas dactilares, armaba listados y sacaba fotografías. A veces, se escuchaba música a todo volumen. En esta parte del chalet no se alojaban prisioneros, estaba el personal de guardia y gente especializada en tareas específicas, como los interrogatorios.

Sobre la calle Allison Bell estaba el edificio de calabozos, que tenía tres pisos y fue construido en el terreno lindante al chalet a principios de los años 70. Al primer piso se llegaba por una escalera angosta y empinada, de ángulos cerrados, que partía del pasillo de la planta baja que comunicaba las dos dependencias, es decir, el edificio de calabozos con el chalet. En la planta baja del edificio de calabozos había un garaje muy grande con un portón corredizo de casi tres metros. Por allí entraban los autos que venían de los operativos de secuestro. Un policía abría el portón e ingresaban los captores y los prisioneros, siempre tabicados y escondidos.

Norma Leanza estuvo más de veinticuatro horas esposada al asiento trasero de un Citroën que habían dejado en el garaje. Era 7 u 8 de noviembre de 1977 y, sentada en el asiento del auto, escuchaba el ruido del agua de un inodoro que perdía. Desde ahí se accedía a la oficina en donde les quitaban los documentos y confeccionaban listas que registraban las entradas y salidas: eso marcaba el ingreso al Pozo o el traslado a otros CCD.

Gustavo Calotti recuerda que durante sus últimos días de cautiverio, antes de trasladarlos a la Comisaría 3era de Valentín Alsina, a varios prisioneros les hicieron fichas dactiloscópicas. “Vinieron y nos hicieron lavar. Estábamos sucios, el pelo engrasado, la barba larga y sin ropa interior. Todo era una mugre, teníamos la mitad de la ropa porque la rompían para hacer los tabiques, estábamos descalzos y llenos de piojos. En los tres meses y pico que duró mi secuestro me permitieron sólo dos baños. Después nos llevaron a la oficina, pusimos los dedos en las fichas que ellos tenían y nos sacaron fotos”, recuerda.

La salida de la escalera daba a un comedor y a una cocina. De ahí se llegaba a un locutorio en el que los presos comunes recibían visitas: el familiar de un lado y el preso del otro. Se usaba cuando ese espacio era la Brigada y no el Pozo. Luego del locutorio venía un hall con ladrillos de vidrio que comunicaba con un patio. Allí había celdas repartidas en forma de L alrededor de un hueco o vacío. Había una pequeña celda sobre un extremo, un baño chico casi en la esquina y una hilera de calabozos. Los calabozos medían 1,80 por 2 metros: adentro podía convivir hasta tres o cuatro personas. Las paredes eran de cemento oscuro para absorber la poca luz natural que se filtraba y las puertas de hierro doble con una mirilla enrejada. El patio alrededor del cual estaban los tres pisos de calabozos tenía un techo de rejas en el primer nivel: las mujeres lo usaban para colgar la ropa cuando les permitían hacer algún lavado en el baño, muy de vez en cuando.

En el tercer piso estaban los hombres. Las paredes eran de cemento gris y por fuera los pasillos estaban pintados de verde. A través de la pequeña ventana del calabozo 13, Rubén Schell veía el Hospital de Quilmes y el colectivo de la línea 278 que pasaba por su barrio, en Temperley. En ese mismo piso había un sector que los represores llamaban “La Escuelita”. Estaba destinado a los prisioneros quebrados, es decir aquellos detenidos sin rastros de resistencia ni capacidad de vida que eran utilizados para lancheos en auto y marcar a sus compañeros en la calle.

Todo la infraestructura de Garibaldi 650 en la que ocurrieron secuestros, torturas y desapariciones, y por la que pasaron más de 250 víctimas del terrorismo de Estado, se llenará de memoria, de sentidos y prácticas que abran el camino hacia la defensa y promoción de los derechos humanos. Esta semana entró en vigencia la creación del Sitio para la Memoria en el ex CCD Pozo de Quilmes, Ley 14.895. Un logro de la lucha y la unidad del Colectivo Quilmes Memoria, Verdad y Justicia que elaboró y presentó, a través de la diputada Evangelina Ramírez, un proyecto de Ley para la declaración de ese inmueble como Bien de interés Histórico Cultural para la provincia de Buenos Aires. El edificio será transferido a título gratuito a la Comisión Provincial por la Memoria para su administración. Así, en el término de sesenta días la Policía Bonaerense deberá dejar el lugar. Y el ex centro clandestino conocido como Pozo de Quilmes será un Sitio de Memoria gestionado por un consejo integrado por la Comisión Provincial por la Memoria, el Colectivo Quilmes Memoria, Verdad y Justicia, la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia y el municipio.

La lucha y la unidad de este Colectivo, conformado por sobrevivientes de ese CCD, referentes de derechos humanos y organizaciones sociales, políticas y culturales de Quilmes, logró recuperar ese espacio físico que funcionó como uno de los eslabones del plan sistemático genocida para transformarlo en un sitio de promoción de la memoria y la defensa de los derechos humanos.

Foto: CONADEP/Shore/ANM