homicidio en caliEl Pais.-

Una guitarra. Una canción triste. Alguien canta: “era un buen tipo mi viejo”. Un grito. Un joven con ojos hinchados que dice: “me mataron la mitad de mi familia”. El sepelio.

Ayer, lunes 28 de enero de 2013, en el Cementerio Jardines de la Aurora del sur de Cali, enterraron a Eduardo Antonio Almario y su hijo, Daniel Alejandro Almario, los abogados que fueron asesinados el viernes dentro de su oficina, la 212 del Edificio El Bazar, en el centro de la ciudad.

Yadira, una prima de la familia, intentó explicar la angustia de lo sucedido: viernes en la noche, Eduardo no llega a casa a dormir. Daniel tampoco. No contestan el celular. Esperan una llamada. Nada. Se preocupan. Se les ocurre ir hasta la oficina. Quizá haya una agenda con un teléfono de algún conocido donde estén, quizá una nota, algo.

Sábado en la mañana. Llegan a la oficina. Se tranquilizan. El carro está parqueado. Piensan que Eduardo y Daniel no han salido de allí, que los van a encontrar, que a lo mejor no escucharon el teléfono, que ojalá se les haya olvidado llamar, que ojalá no pase nada extraño.

Jaime, primo de Yadira, abre la puerta. Encuentra a Eduardo y a Daniel asesinados. Ambos con un tiro en la cabeza de una pistola nueve milímetros. A lo mejor el arma tenía silenciador. Nadie en el edificio escuchó algo extraño, una discusión, un grito. Las puertas de la oficina no fueron forzadas. Tampoco se robaron nada.
Es, hasta el momento, lo único que se sabe. La Policía lanzó una frase repetida, que en realidad no aclara, no explica: “posible venganza personal”.

II

Eduardo Antonio tenía 59 años. Daniel Alejandro, su hijo, 26. Yadira dice que eran muy unidos. Que el ídolo de Daniel era Eduardo. Por eso, para ser como su papá, estudió derecho.

Eduardo era un abogado civil. Manejaba divorcios, sucesiones, ese tipo de asuntos. También daba clases en la Universidad Santiago de Cali. Sus estudiantes lo querían, lo quieren. Todos estuvieron en la velación. Fue en la plazoleta de Los Sabios, en la Universidad.

Y no tenía amenazas de muerte. Eduardo Almario Calderón, el otro de sus hijos, contó que su papá era de los que cuando necesitaba se montaba en el MÍO solo, salía a comprar el pan y la leche a pie, no tenía escoltas, nada de eso.

Yadira dijo lo mismo. Contó que el mismo viernes, cuando los mataron, estaban, tanto Eduardo como Daniel, tranquilos, alegres, como siempre. No se sentían en peligro, no cambiaron su comportamiento.

III

Alejandro Arenas es decano de la Colegiatura de Abogados Litigantes del Valle. Ayer estaba consternado. El asesinato de Eduardo y Daniel, dijo, confirma que el derecho se volvió un oficio de miedo. El solo hecho de tomar el poder de algún caso, decía Arenas, ya genera temor.

Enseguida hacía cálculos. Con el crimen de los Almario, son casi 200 los abogados asesinados en el Valle en los últimos diez años.

Lanzaba nombres: Hernán Darío Escobar; Braulio Pardo Velásquez; Julián Eduardo Pedroza.

Las muertes siguen y ellos, los abogados, la Colegiatura, decía Arenas, le siguen exigiendo al Gobierno desde hace 8 años la constitución de una Colegiatura Obligatoria de Abogados como una forma de unirse, organizarse, establecer un sistema de protección para blindarse. No los han escuchado.

Y sucede, agregó Einarco José Morales, abogado, docente de la Universidad Santiago, compañero de Eduardo Antonio Almario; sucede que cuando ocurren estas muertes se habla por un par de días del peligro para los abogados, de las estadísticas de los caídos, de la necesidad de protegerlos, de las investigaciones exhaustivas que se van a realizar para dar con los responsables, pero a la semana siguiente el discurso se olvida.

Aquello, decía Einarco, son simples buenas intenciones. Mientras en Colombia no exista una política de Estado para protegerlos, los abogados seguirán expuestos.