Luciana Sánchez*.-
Para ser un femicida: crítica de algunas lógicas discursivas sobre el femicidio, a propósito de #NiUnaMenos
1. ¿Cómo no estar de acuerdo con los postulados generales de la campaña #NiUnaMenos? ¿Quién podría estar a favor de que se sigan cometiendo asesinatos atroces de mujeres, en gran medida a manos de sus parejas o ex parejas varones heterosexuales?
Más allá de estos acuerdos iniciales, es buena oportunidad para reflexionar por qué y para qué estamos marchando este 3 de junio, en particular después de la acusación por aborto con misoprostol a toda la familia de Chiara Paez y del linchamiento de un supuesto femicida en manos de una patota Massista, encubiertos apenas por una falsa furia popular, en Monte Hermoso, y de la acusación a la mejor amiga de la victima, que nos trae reminiscencias del caso en que se acusó falsamente a Lucila Frend de ser una lesbiana asesina de su mejor amiga.
Desde la corrección política del diario y la tele hoy aprendemos que “El femicidio es el extremo del espectro de la violencia hacia las mujeres.” Esta idea que hoy se impone como sentido común sobre el femicidio se entiende, como en una cassette diabólica, del siguiente modo: todas estamos en el espectro del femicidio, solo es cuestión de esperar.
¿Esperar qué? Lo suficiente, sin hacer nada, a pesar de todo lo que hagas.
2. El Patriarcado no es un asesino serial
Durante los primeros años de la lucha contra el femicidio en Ciudad Juarez, la idea de uno o varios asesinos seriales como responsables de lo que allí ocurría, dominó las hipótesis de investigación de gran parte del movimiento de mujeres local e internacional. Así, la asociación Justicia para Nuestras Hijas publicaba a principios de siglo fotos de las víctimas y advertía sobre perfiles: chicas jóvenes, morenas, de pelo largo, populares, que trabajaban en fábricas de ensamblaje de electrónicos, las famosas maquilas. Y que “aparecían” mutiladas semienterradas en el polvo del desierto, o nunca.
Hoy en día y en nuestro contexto, el asesino serial parece haber sido reemplazado en el imaginario social por el femicidio íntimo y la trata de personas con fines de explotación sexual. En ambas sigue subsistiendo la idea del asesino serial, pero esta vez como un contexto ideológico: es el patriarcado el autor de estos crímenes contra las mujeres. Y no “todas” las mujeres, sino que también se construye un perfil: son mujeres preferentemente hetero cis sexuales vulnerables al maltrato de los varones y entrenadas para tolerarlo si es necesario desde el noviazgo y hasta la tumba.
3. La inmanencia del patriarcado, la inminencia del femicidio
“Cada 30 horas hay 1 femicidio en Argentina”. Esta forma de presentar la realidad convierte al femicidio en una sentencia, inevitablemente nos preguntamos quien será la próxima víctima.
El hecho político de concentrar la atención en los femicidios íntimos añade otra característica aterrorizante: esparcidos entre 40 millones de habitantes, los femicidas no parecen tener entre sí más vínculo que pertenecer al género hetero-cis-masculino, elegidos al azar por el patriarcado como un medio para concretar los asesinatos cada 30 horas de reloj.
Según esta forma de presentar la información, el patriarcado como asesino serial elige a las víctimas, elige cada cuanto asesinarlas, pero también parece elegir a los asesinos, quienes finalmente serán según estas imágenes poco más que herramientas. Nadie se sorprende en este contexto de los pedidos de declaración de emergencia, que lejos de ser efectivos (hay varias provincias en estado de emergencia ante la violencia de género, sin resultados visibles), recuerdan a Blumberg y a la justificación del estado de excepción caldo de acción para la mano dura y los y las manoduristas.
4. Hipervigiladas
“¡Nos están matando! ¡Varones, dejen de matarnos!” ¿Es posible defenderse de una horda compuesta por media humanidad? ¿Es posible prevenir el femicidio, evitarlo? Bajo este prisma, el panorama no parece alentador. Bajo este prisma, nuestra comprensión sobre el femicidio es limitada. Lo único que sabemos es que los varones, porque son varones, asesinan a las mujeres porque son mujeres.
Y así, presas del síndrome de Estocolmo, pedimos más policía, más vigilancia, más cárcel, más poder judicial: pulsera electrónica, botón de pánico, prisión preventiva, medida cautelar, fuero especializado, tipificación específica, aumento de penas, eliminación de atenuantes, cámaras, custodia, comisarías, 911, rescates, estadísticas… vigilancia para las mujeres las 24 horas. Y acá empieza la selectividad de la hipervigilancia. Ya que esta no tiene un efecto de prevención especial y con suerte será efectiva si realmente se concreta… sobre las sujetas adecuadas.
Los niños aparecen aquí como un sujeto de doble protección: deben ser hipervigilados como potenciales víctimas, pero también como potenciales victimarios. Así, la educación formal se convierte en el dispositivo por medio del cual se realiza esta prevención general que le falta al botón de pánico.
5. Para ser un femicida
Estas lógicas discursivas propias de la biopolítica, que es sinónimo de neoliberalismo, tergiversan lo que sabemos todos: lejos del arrebato emocional, para ser un femicida se necesita impunidad. Y en nuestro país, la matriz de impunidad del femicidio está imbricada a la matriz de impunidad del terrorismo de estado. Es la misma matriz de impunidad de la tortura, del crimen organizado. Botín de guerra o sujetas de corrección, no se trata de construir el perfil de un femicida, sino de investigar cómo se construye y se sostiene su impunidad.
Sobre esta base fue construido en 2012 por el ACNUDH y ONU Mujeres el Modelo de protocolo latinoamericano de investigación de las muertes violentas de mujeres por razones de género (femicidios/feminicidios), que reconoce tanto la prevalencia de los femicidios íntimos como la necesidad de reconocer que estas muertes se producen tanto en el hogar como en la comunidad, ya sea a mano de agentes del Estado o de personas individuales, el aumento preocupante de su prevalencia en algunos contextos, y que la impunidad sigue siendo la norma. En esta guía, la definición de femicidio se amplía más alla de la intimidad del hogar, para develar que las causas de las muertes violentas de mujeres si bien pueden ser directas o indirectas, todas tienen indiscutible relación con los privilegios de la masculinidad heterocisexual.
Del informe de 5 años (2008-2012) de relevamientos de la casa del encuentro, se desprende que las armas de fuego son la principal causa de femicidios. 342 de un total de 1223, o sea un 28%.
También se desprende que 71 de 1223 femicidios íntimos fueron llevados a cabo por fuerzas de seguridad o retirados, 6 % del total. Ninguna otra ocupación o profesión tiene esta alta prevalencia respecto del asesinato de su pareja o ex pareja mujer.
Esto no quiere decir que todos los policías son potenciales femicidas, porque en esa lógica de razonamiento de hecho podríamos decir que todos los que se casan son potenciales femicidas y que lo que hay que prohibir es el matrimonio.
Debemos mirar con atención no solo como culturalmente se construye la masculinidad hegemónica, sino como sucede en concreto la militarización de los varones, tanto los que son policías, como los que no lo son, en su relación de construcción de impunidad de la violencia de género.
En este esquema, la condena penal es solo una de las formas de terminar con la impunidad, ya que el sistema de justicia penal es selectivo, racista y misógino, y es dudoso que vayamos a tener menos femicidios por unas pocas condenas durísimas a varones negros, sin proteccion, con escasos recursos para fugarse.
Si en los 80 la imagen reinante era la de la mujer golpeada que maquillaba un ojo morado como única forma de enfrentar la violencia doméstica, hoy la imagen reinante es de mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas luego de varios episodios reiterados de violencias físicas, verbales, sexuales, amenazas, respondidos con intentos de huir, separarse, o por lo menos intentar denunciar. Y de mujeres, lesbianas, travestis y varones trans presxs en obvios intentos, a veces efectivos, de defensa propia, legitima, durante ataques puntuales o como respuesta a torturas de años.
Estos cambios de imagen evidencian un corrimiento, dejar de culpar a las victimas por su destino, para instalar un discurso en el cual no hay otra salida posible mas que dejarse matar. Ya no es tu culpa, pero igual tenes que resignarte a morir, y morir en el caso de una mujer, es en manos de su pareja o ex pareja.
El protocolo de ACNUDH también releva información de la OMS, según la cual los dos grandes episodios que desencadenan el riesgo de femicidio son la separación de la pareja varón hetero, y el embarazo de la mujer hetero cis. En ambos casos, la OMS atribuye el éxito del femicida al hecho que las mujeres no cuentan con medidas cautelares efectivas para separarse, ni para decidir la continuidad o interrupción de un embarazo sin la participación del “padre”.
6. Arquetipos: las hermanas Jara
El caso de las hermanas Jara, que hace unos años sacudió algunos medios de comunicación, es paradigmático en el sentido de como se construye la masculinidad militarizada y los vínculos de impunidad. Recordemos. Aylen y Marina viven en Moreno, barrio denso y calle de tierra, vuelven de bailar de madrugada a su casa, cuando en la esquina un vecino las ataca con una pistola, ellas se defienden con un cuchillo de manteca que llevan para eso, para defenderse, y le hacen un tajo por el cual el hombre es hospitalizado dos días supuestamente. Ellas son denunciadas, pasan dos años y un mes en prisión preventiva y finalmente son condenadas en juicio al mismo tiempo que ya pasaron presas, por lo que son dejadas en libertad.
Los hechos poco destacados del caso son los siguientes: Juan Leguizamon tenía el día que atacó a las hermanas Jara alrededor de 30 años, mas de 15 los paso en prisión. De la prisión había salido ya una vez hace unos años, en esa oportunidad violo a otra piba del barrio, historia conocida pero que quedo impune, porque Leguizamon amenazó a todos y poco después volvió a caer por trafico de drogas. Cuando volvió a salir esta vez, también se dedicó al tráfico de drogas, las hermanas Jara vivían frente a la casa de Leguizamon, donde este tenia su aguantadero. Leguizamon tiene una hermana, que era amiga de las chicas Jara y desde niñas iban a sus casas. En esta amistad se coló Leguizamon, que pretendía entrar y salir de la casa de las Jara y hacer la suya.
Una de las chicas jara además era moza en un restaurante del barrio, la parrillita a la que van a comer todos los canas de la comisaria que no queda a tantas cuadras de donde sucedieron los hechos. Varias veces a los canas se les iba la mano, y todas esas veces la hermana en cuestión cortaba el rostro y las sonrisas policiales con contundencia, pero con precaución también.
Todos los policías conocían a Leguizamon, no era alguien que ocultara ni que andaba armado en el barrio ni a que se dedicaba o para quien, no es negocio vender drogas en secreto, ni hacerlo sin patrón.
Todos los policías conocían a las hermanas Jara.
Cuando fueron detenidas esa mañana, no fueron llevadas a la comisaría de la mujer de Moreno, o de algún lado, sino que fueron llevadas a la comisaría del barrio, esa de los policías de la mano larga de la parrillita. Estuvieron ahí detenidas incomunicadas durante por lo menos dos noches. La misma comisaria y los mismos policías que pusieron a la causa la calificación legal de tentativa de homicidio, inflando y armando una causa que fue también sostenida desde el hospital, donde las heridas de Leguizamon fueron certificadas como muy graves en un certificado de dudosa autenticidad, y donde nadie nunca atendió a las hermanas. Tampoco hubo medico legista que constatara su estado físico y emocional luego de estar dos días detenidas en una comisaría de varones.
El día de la condena, el fiscal de juicio ni siquiera consideró necesario ir a la audiencia.
* Abogada e integrante de la asociación Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del Aborto.
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