Por Laureano Barrera – Cosecha Roja

A las diez en punto de la mañana el féretro de Daniel Zamudio dejó la capilla ardiente, improvisada en la casa de su abuela en la comuna de San Bernardo. Se perdió de vista en la cajuela del coche fúnebre y el barrio se vio reunido como hace mucho que no pasaba. Aplaudieron en silencio, un largo rato, y acompañaron la partida de la furgoneta con pañuelos blancos. El cortejo avanzó por Avenida La Paz. Una caravana de autos con globos y cintas azules siguió la carroza. Hace mucho tiempo que Santiago, la capital chilena, no sentía a un muerto tan propio. “La sociedad se ha sensibilizado muchísimo”, dice Andrés Ignacio Rivera Duarte, dirigente de la organización de Transexuales por la Dignidad de la Diversidad desde el año 2010. “Daniel era un chico joven, era un niño querido y respetado por su familia por su elección sexual, con padres y hermanos que lo amaban profundamente y que pedirán justicia por él”.

Tal vez por eso, arriesga Andrés, y no solamente por la brutalidad con que el 3 de marzo una pandilla de neonazis lo encontró dormido y lo torturó con piedras y botellas hasta la agonía sólo por ser gay, su muerte haya calado tan hondo en la sociedad chilena. Por eso sus tres semanas de agonía en la Posta Central de Santiago fueron una vigilia larga de velas encendidas esperando el milagro. Por eso en la página web (www.transexualesdechile.org) y el Facebook de su organización, Andrés recibió el pésame de padres de familia, jóvenes y ancianos que ofrecieron su ayuda, por eso la reflexión inédita de hombres burgueses, de hombres bien, que hasta el día que murió Daniel los creían enfermos. Las marchas anuales de su organización, dice el líder, habían ido creciendo en número, pero esto es distinto. “Una cosa es marchar y otra cosa es verlos llorar, que te abracen, que te digan que es la brutalidad mas grande que han visto en su vida”.

Andrés Ignacio Rivera Duarte le atribuye a las organizaciones que siempre han peleado por los derechos de las minorías sexuales el mérito de haberse vuelto más visibles. “Estamos en la calle, en el Parlamento, en el gobierno, y eso, entre varias otras cosas, generó las condiciones para que esto pasara”.

Y esto es la procesión multitudinaria del cuerpo sin vida de Daniel, es la salva de aplausos mientras la caravana atraviesa la avenida 12 de octubre, los bocinazos que recuerdan la clasificación al Mundial, los pañuelos, las lágrimas, las banderas gays que flamean a su paso, el acompañamiento de los oficinistas que asoman de los edificios del centro. Es el gentío más apretado cuando la carroza se acerca a la Alameda, los pétalos multicolores de los “Floristas de la Pérgola”, con gritos y adioses. Esto es el saludo de la madre de Daniel agradeciendo a la multitud que asiste al funeral, el de su hermano, lleno de tristeza, pidiendo luchar “por la paz y el respeto en este país”. Esto es, a la 13:45, la sepultura final de Daniel Zamudio en el Cementerio General de Santiago.

La gente, o una porción importante de ella, hoy despide a quien siente como su mártir. Desde el Poder, los dirigentes políticos oyen ese clamor. “Los políticos han reaccionado”, dice Andrés Rivera. Pero matiza: “Hay, en algunos dirigentes, un aprovechamiento barato y de utilización, sobreactúan, porque durante siete años que estuvo parada la ley de Antidiscriminación, a nadie de este gobierno ni del anterior les importó”, explica el activista. “Ahora, cada uno que aparece son 10 millones de chilenos que lo están viendo por televisión”.

La organización que conduce Andrés Rivera Duarte, que participó del proceso de elaboración de la ley, cree que aprobar el texto ahora, tal como está, con la sangre de Daniel todavía tibia, no va a solucionar nada. “Hay muchos artículos que se sacaron cuando el proyecto pasó por la Cámara de Senadores. Lo despedazaron. En sus fundamentos dice que la ley se aplicará cuando no haya ‘justificación razonable’ para la discriminación. ¿Qué puede justificarla?”, se pregunta. Y agrega que sin políticas de Estado, para educar a los gobernantes, políticas que ayuden a prevenir estos ataques, nada puede cambiar. Por eso la suya y otras organizaciones buscan que se forme una comisión mixta, de diputados y senadores, que reformule el proyecto. No es fácil: varios legisladores, la Iglesia Católica y la Evangélica se han manifestado en contra. Pero Andrés confía: “Lo vamos a lograr. No van a querer quedar mal con el pueblo. Lamentablemente, esta ley va a salir con la sangre de de Daniel y de Sandy: tienen las manos manchadas de sangre y quieren limpiárselas cuanto antes”.

Sandy Iturra Gamboa, una mujer transexual de 37 años, fue golpeada con un bate de béisbol en Valparaíso el 8 de junio último, por un grupo de neonazis. Casi perdió la vista de un ojo izquierdo, tiene daño cerebral y no puede recordar quien le arruinó la vida. Ningún testigo puede señalar a los culpables. Sandy no se convirtió, como Daniel, en un mártir: apenas en otra victima invisible de las barridas. Andrés Rivera cree saber por qué:

Las barridas

Ya nada puede ser igual en Chile después del 3 de marzo pasado, la madrugada que cuatro jóvenes que se hacían llamar “Los morenos nazis del centro”, atacaron a Zamudio que dormía borracho en el Parque San Borja, y lo golpearon con botellas, piedras y patadas hasta verlo agonizar. Las pericias médicas revelaron que fueron seis horas de tortura: tenía la piel tatuada de esvásticas con el pico de una botella, la oreja despellejada, el cuerpo quemado por cigarros y una pierna rota.

Pero Daniel no es el primero, ni será el último. Los ataques callejeros por sorpresa contra travestis, homosexuales o vagabundos, se están volviendo una postal rutinaria. Se les llama barridas. “Estas barridas son cada vez más frecuentes los fines de semana, por grupos neonazis, por ejemplo en la zona de Valparaíso, donde se ejerce mucho el comercio sexual, sobre todo contra la población trans”, advierte.

El año pasado, un chico transexual de un campamento (así se los llama a los barrios más pobres de Santiago), fue golpeado por el director de su escuela. No hubo repudio de las autoridades, simplemente se lo trasladó a otra escuela. El 19 de septiembre pasado, un grupo atacó a cuatro mujeres transexuales en Talca, y quemó las casillas que habían conseguido para dormir después del terremoto. La policía detectó componentes inflamables después del incendio.

Ninguno de ellos provocó la reacción que causó la muerte de Zamudio. Tal vez, especula Rivera, porque en Chile algunas fuerzas vivas se están desperezando: ya no es el mismo país que hace unos años despidió con honores y fanfarrias a su trágico dictador, Augusto Pinochet. “El momento político que se está viviendo hace que el crimen de Daniel tenga el impacto que ha tenido. El gran espacio que los estudiantes gestaron en la conquista de sus derechos está despertando muchas conciencias”.

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