el arsenal del vecino asesino

Miriam Maidana* – Cosecha Roja.-

-Cuando Jeffrey Dahmer fue detenido en el freezer de su departamento encontraron tres cabezas humanas, restos de cuerpos en un tonel, material pornográfico que incluía los asesinatos de alguna de sus 17 víctimas y cráneos rotulados con marcador dentro del placard. Según los testimonios recogidos en el libro “El hombre que no mató lo suficiente” de Anne Schwartz, la mayoría de los vecinos de los departamentos Oxford de Milwaukee dijeron que “habían advertido el olor que invadía los pasillos del edificio”, pero no habían informado nada a nadie. Una vecina recordó haberle golpeado la puerta a las dos de la mañana “porque solía trabajar a cualquier hora con una sierra” (con la que desmembraba los cuerpos). Otro, que nunca abría la puerta del departamento por completo “pero pensé que era porque tenía el apartamento desordenado y no quería que nadie lo viese”.  Estos sucesos ocurrieron en julio de 1991: en el edificio hubo gente que no pudo volver a habitar su casa. Las propiedades no pudieron ser vendidas. Los niños siguieron jugando en el parque. Dahmmer era el único inquilino blanco de los departamentos Oxford. Era un buen empleado, correcto y tranquilo. Mató a 17 personas, y podrían ser más de 30.

-Informe especial de Telefé, 16/07/2014: El vecino asesino. “Primero se pelearon los perros, luego las esposas, y luego el médico Oscar Hernández asesinó a su vecino del piso de arriba, Sergio Beltrán”. Parece que el Sr. Beltrán, dueño de un puesto de diarios, acudió en defensa de su esposa, Laura, quién se venía gritando con la esposa de Hernández. Pero el primer entredicho lo tuvieron dos caniches toys, sin acceso al lenguaje aunque potencialmente gritones….

-Perros que ladran, mujeres que gritan, maridos justicieros: uno saca un revolver y se acabó el entrevero. Como esto sucedió el 15/07/2014 en Vicente López, no hubo corcel ni salida lunar: el médico, su esposa y el arma homicida huyeron en su moderno auto.

– La víctima, el vecino del piso de arriba, a estas alturas ya era un occiso. Un ex empleado suyo habla de “lo buena persona que era”, otro amigo de que “siempre te fiaba cuando te faltaban cinco pesos pa´el diario”, otro de que “siempre sonriente estaba, un pan de dios…”

-En cambio el Dr. Hernández no concitaba tanto buen comentario: parece que tenía “mal carácter”, que uno de sus hijos “arreglaba autos y ocupaba todos los espacios de la cuadra para estacionar, lo que traía conflictos con los vecinos”, que sus perros eran “molestos”.

-Lo cual no explicaría lo que aconteció cuando ingresaron a su domicilio y encontraron “un arsenal” (según dichos policiales), un “quirófano clandestino” y un título colgado: parece que el médico era psiquiatra.

-De las letras vertidas apresuradamente destacaremos que los caniches toys eran de diferente color: negro el de Laura y Sergio, blanco el de la familia Hernández; que la mala relación entre vecinos llevaba más de diez años; que los vecinos “no sabían que Hernández era médico”; algunos dicen que les daba “miedo”, y no falta quién lo vió “apuntando con un arma a los niños del barrio”.

-En este punto la vecindad de Dahmer y la de Vicente López funcionan igual: nadie hizo nada. Ni una denuncia, ni una advertencia. A modo de pelea de perros, el chisme vecinal, barrial, funciona en tanto eso: sospecha, dicho entre lenguas, griterío, función pública ante ojos ávidos de malasaña.

-Quizás algunos memoriosos recuerden el programa “Policías en Acción”, que emitía Canal 13. En los especiales sobre peleas vecinales podían verse policías riéndose, mujeres de los pelos en el barro, chicos tirándose piedras, animales envenenados, algún acuchillado.

-Pueden hacer el siguiente ejercicio: contar los malignos deseos –expresados generalmente a los gritos- hacia perros encerrados y ladrando todo el día en departamentos cuando los dejan todo el día solos ;  amenazantes habitantes de patios de Plantas Bajas ante la caída de colillas de cigarrillos, tampones, botellas vacías, alguna verdura rancia; siempre hay un vecino despierto con ánimo de escuchar música cuando otro quiere dormir, y viceversa; el que taladra y la que pasa la aspiradora a las tres de la mañana; la que cocina y llega tarde –seguramente acompañada, seguramente puta-, el que no trabaja, los que viven en comunidad, los “sucios” (convenientemente denunciados por los encargados de edificios).

-Vivimos con una pésima calidad de vida: la ciudad está colapsada por los ruidos. Somos muchos. Muchos más que los que deberíamos ser. Los códigos de convivencia suelen terminar en reuniones de consorcio a las piñas. (Sobre) vivir apiñados, encimados, con construcciones enfermizas y sin habilitación, con un tránsito que pretende tener un batimóvil a fuerza de bocinazos tienen un costo: hay un arrasamiento del descanso. Nos cuesta horrores descansar. Ni siquiera digo dormir, no: descansar. Llegar a casa, sacarse los zapatitos y pensar en nada unos minutos.

-Las armas colaboran: tal vez si el vecino asesino no hubiera tenido una tan a la mano las cosas se hubieran resuelto de otra forma: los perros dándose unos mordiscos, las esposas tirándose unas papas, los hombres a las piñas.  No fue así: el médico se entregó, está detenido y del arma homicida no se sabe nada.

-Que una persona sea “buena” porque “fía el diario” y otro “de mal carácter” no indica que uno pueda llegar a asesinar y otro no.  Insisto, sí, en que no cualquiera se transforma en un asesino de un momento a otro. No sé si hay manera de detectar un “arsenal” o un “quirófano clandestino”: me cuesta pensar que si el médico hacía abortos u operaba en las tinieblas nadie se hubiera dado cuenta. Toda la vecindad parecía estar al tanto de las peleas por los perros y entre las esposas, pero el resto nada. Otro día hablaremos de esto: lo habitual que se han vuelto las armas y las actividades clandestinas que no llaman la atención. Los grandes temas de conflicto siguen siendo la sospecha, los cuernos, las acusaciones fortuitas (putas, drogadictos, vagos). Ni siquiera cuando golpean a niños o ancianos las vecindades se mueven. Hay una naturalización de la violencia que minimiza lo mal que vivimos. Y de eso no nos van a salvar las cámaras de seguridad ni el gran hermano las 24 horas. La fractura del lazo social requiere ponerse a debatir entre saberes y vecindades. Porque Dahmmer, el único blanco de un barrio negro, fue uno de los asesinos seriales más violentos de la historia. Y no lo atraparon antes porque justamente: era blanco, con cara de bueno, y tenía trabajo. No se metía con nadie.

 

*Psiconalista