Por Juan Gelman – Página 12
El complejo militar-industrial estadounidense es un gobierno aparte y el mandatario norteamericano ha decidido ser su presidente. No se trata sólo de continuar guerras, preparar otras, crear constantemente armamento más avanzado para reemplazar al “viejo”: Obama es su gran vendedor. Durante la gira asiática que realizó en noviembre del año pasado, cerró con India un acuerdo preliminar por valor de 4100 millones de dólares, el precio total de diez Boeing C-17. Poco antes, el 20 de octubre, envió al Congreso para su aprobación los términos de la exportación a Arabia Saudita de jets, helicópteros, misiles y más por el monto de 60.000 millones de dólares, la mayor venta de armas a un solo país en la historia de EE.UU.
El señor de la Casa Blanca se jactó en su discurso de recepción del Premio Nobel de la Paz de que su país era la única superpotencia militar del mundo y se dedica a confirmarlo y aun a ensanchar la afirmación. Aunque la potencia del Norte es la abastecedora más importante de armas –opera un 30 por cierto del mercado mundial desde hace años, seguida por Rusia con el 23 por ciento–, “el gobierno de Obama está modificando las regulaciones del control de exportaciones para ampliar su participación en el mercado, según varios funcionarios” (www.mcclatchy.com, 29/7/10). En agosto del 2009 instó a flexibilizar las normas de vigilancia en la materia y en su Mensaje a la Unión del 27 de junio del año siguiente reiteró el pedido, a fin de contar con “otro factor que contribuya a duplicar nuestras exportaciones en el 2015”.
Washington también ocupa el primer lugar en cuanto a gastos militares: un 43 por ciento de lo que destinan a ese rubro todos los países del planeta, según estimaciones atinentes al 2009 del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri, por sus siglas en inglés). El 22 de diciembre pasado las dos cámaras del Congreso aprobaron el presupuesto más grande del Pentágono desde la Segunda Guerra Mundial: 725.000 millones de dólares para el año fiscal 2011, un 8 por ciento superior al del 2010, más del doble del que aprobó W. Bush en el 2001 y casi la mitad de lo que el mundo entero invierte en la materia.
Obama también supera a su antecesor en otro aspecto: en el 2009, primer año de su mandato, el Departamento de Estado autorizó exportaciones de las empresas privadas armamentistas por 40.000 millones de dólares, un 17 por ciento más que en el 2008, último año del gobierno de W. (www.sfgate.com, 11/3/11). La mayor parte de esas ventas, nunca afectadas por la crisis económica, fue a países del sudeste asiático y del Medio Oriente.
El mejor aliado de gigantes como Boeing, Lockheed Martin y otras megaindustrias del ramo es precisamente Obama: “El presidente está mucho mejor dispuesto a exportar armas que cualquiera de los gobiernos demócratas anteriores”, señaló Loren Thompson, un conocido consultor en temas de defensa. O como observó el subdirector de la Asociación de Control de Armas, organismo no partidario que promueve la adopción de políticas eficaces de control de armamentos: “Hay un bazar de armas Obama” (//money.cnn.com, 24/2/2011).
El Departamento de Estado cumple sin descanso esta tarea. Muchos cables filtrados por Wikileaks revelan que los diplomáticos estadounidenses actúan como corredores del complejo militar-industrial. Un cable fechado en noviembre del 2009 describe cómo un miembro de la embajada en Brasilia presiona al gobierno de Lula para que adquiera cazas, reitera los puntos favorables de la oferta y califica la decisión de aceptar la propuesta como un “acelerador de la relación militar y comercial creciente” que mantienen los dos países.
Un caso típico se describe en otro cable dirigido al Departamento de Estado, procedente de Oslo esta vez. Recapitula los esfuerzos de la embajada estadounidense para persuadir al gobierno de Noruega de que compre jets JSF a la Lockheed Martin en vez adquirir el Gripen fabricado por la empresa sueca Saab AB. Es un verdadero manual para diplomáticos vendedores de armas que, entre otras cosas, aconseja consultar a la Lockheed Martin “para determinar los aspectos de la compra que conviene subrayar” y desarrollar “una estrategia mediática conjunta”.
Es inocultable que la mayoría de esas exportaciones no son inocentes: Wa-shington ha logrado con ellas mutilar la influencia rusa en Europa del Este, extender su influencia en Asia y Medio Oriente y crear además una suerte de cerco militar alrededor de Rusia, Irán y China. El sueño imperial de EE.UU. sigue en pie y así, como se dice, se juntan el hambre con las ganas de comer.
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