joseleonsuarezcomisaríaJulia Muriel Dominzain – Cosecha Roja.-

Un remisero herido manejó su Peugeot 307 azul hasta la puerta de la salita médica frente a la comisaría 4ta de San Martín, en José León Suárez. Eran las 2 de la mañana del lunes y llevaba a María con un balazo en la pierna izquierda y a Javier muerto. El asesinato del supuesto transa revela la disputa entre los soldaditos más jóvenes del asentamiento La Cárcova y un líder narco al que los vecinos empiezan a llamar “Pablo Escobar”: el “Gordo” les da el almuerzo y un Nextel a cada uno de los pibes que venden para él y organiza recitales para los habitantes del barrio. El 8 de enero midió sus fuerzas construyendo el Gauchito Gil más grande de todo el asentamiento.

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Los hijos de Juana jugaban en la puerta de la casa el domingo a noche. Pasadas las 11 tuvo que meterlos para adentro porque los tiros se sentían cerca: en Irigoyen y uno de los pasillos del asentamiento, alguien pedía refuerzos. “¡Vengan, estoy solo!”, gritaba. Juana vio pasar un grupo de pibes que atacaban al solitario y sintió el motor de un auto que se iba a toda velocidad. Ella cree que era el mismo que la policía después encontró en la puerta de la comisaría.

Cuando los oficiales se acercaron, vieron que la luneta estaba “repleta de impactos de bala”. Adentro estaban Nelson Barrera -el remisero- con una herida en la cabeza, María Alejandra Escobar -de 37 años- con un balazo y Javier herido de muerte: tenía disparos en el abdomen y la cintura. La policía científica constató la muerte de Javier. Los médicos de la ambulancia trasladaron a los heridos al hospital, donde les dieron el alta a las pocas horas.

Según contaron fuentes judiciales a Cosecha Roja, el remise venía desde La Cárcova, un asentamiento que queda a 5 minutos de la comisaría. El conductor declaró que habían ido desde José C. Paz a la villa para “arreglar unos asuntos”. La mujer dio la misma versión y agregó que habían ido “a comprar cocaína”. También dijo que no conocía al remisero. A quien sí conocía era a Javier: estuvo preso entre 2001 y 2005 por tenencia de arma, en 2005 por robo calificado y desde 2012 hasta hace pocos meses por tenencia de arma de guerra. En un penal de La Pampa compartió celda con el marido de María Escobar.

Mientras la UFI 2 de San Martín investiga, los vecinos de La Cárcova tejen varias hipótesis. “De acá no es”, repiten todos. “Si no, ya hubiera salido la familia a quemar la comisaría”, agrega uno. De lo único de lo que los vecinos están seguros es de que Javier no vivía ahí. Pero hay quienes dicen que sí vendía en el barrio y que estaba metido en una pelea territorial: desde que en 2014 cayeron los líderes más importantes del barrio (“Andresito”, “El Gringo” y otros menos de menos “renombre”) pequeños grupos se pelean por definir quién se queda con el trono. Otros sostienen que Javier tenía un romance con María y que el marido -preso- lo mandó a matar. Los más osados dicen que Javier era parte de un plan para asesinar al “Gordo” -el único capo que sigue vivo y libre-, pero que la información se filtró y lo mataron antes de que concretara el encargo.

El Gordo es más que el único líder suelto. Algunos vecinos lo comparan con Pablo Escobar por sus métodos: el hombre organiza murgas, festivales y hasta llevó al grupo de cumbia Los Gedes a toca al barrio. Para el 8 de enero -aniversario del Gauchito Gil- mandó a construir el altar más grande del asentamiento: tiene casi dos metros de alto, es de ladrillo y está iluminado por dentro. Al estilo del capo colombiano, entendió que el poder no sólo se construye a los tiros: seduce a los pibes que venden para él con viandas para el almuerzo, celulares y lenguaje policial:

– Ahora no tenemos móviles para ir a buscarlo – respondió la semana pasada un chico de 14 años a una joven a la que le habían robado el teléfono. Quería decir a que no tenía una moto con la que moverse.

Son esos mismos pibes los que se ensucian las manos y a los que los narcos entregan cuando la policía precisa mostrar efectividad y disimular complicidad. En abril de 2014, a raíz de un allanamiento, detuvieron a cuatro por vender: uno tenía 15 años y los otros estaban cerca de los veinte. Tenían un “anotador de almacenero” en el que, con birome, sumaban las ventas de a 20 pesos. Les secuestraron 100 gramos de marihuana y 92 de cocaína, además de mil pesos en billetes de 2, 5, 10 y 20. Caen los soldaditos, sigue el negocio.

Los vecinos cuentan la vez que “el gordo” fue preso “pagó una fianza de 60 mil pesos y salió”. Fue el 16 de enero, el mismo día que la policía mató a Alejandro Segovia, un pibe del barrio lindero (Libertador).