Por Redacción – Cosecha Roja

Daniel Zamudio dormía profundamente, tendido en el Parque San Borja, en pleno centro de Santiago de Chile, después de una agitada noche de copas. Por eso no pudo defenderse cuando Raúl López Fuentes, 25 años, instalador de aires acondicionados, lo pateó sin pudor en las piernas y la cabeza. Tampoco pudo ver venir a Alejandro Angulo Tapia, un bailarín de ballet de 26 años que dormía en las calles de la comuna de Independencia y planeaba casarse en un mes, cuando le hizo estallar un botellazo en la cabeza. Con Zamudio inconsciente hicieron su entrada los otros dos agresores. Patricio Ahumada Garay -que cumplía una condena de reclusión nocturna en un penal de Santiago por robo e intimidación-, le tatuó la cruz esvástica con el pico roto de la botella. El bailarín de ballet volvió a la carga y le tiró una piedra grande en el estómago. Dos veces. Y después una más, en la cabeza. Entonces fue el turno de Fabián Mora Mora, el más joven de los atacantes, estudiante de Psicopedagogía de la Universidad de Las Américas, que le soltó “como 10 veces” la piedra en las piernas de Zamudio. La paliza sólo les pareció suficiente cuando lo quemaron con cigarrillos, le arrancaron una parte del lóbulo de la oreja y le quebraron la pierna. Los médicos de la Posta Central, el hospital donde Daniel permanece internado desde aquél 3 de marzo brutal, le pronosticaron “signos de muerte cerebral”.

Raúl López Fuentes fue el único de los cuatro detenidos que se quebró: reservándose un papel marginal en esa secuencia dantesca, confesó ante el juez de garantías santiaguino cada detalle, y el rol que cumplió cada imputado en el violento ataque del 3 de marzo. “Hicieron como una palanca y ahí se quebró, sonaron como unos huesos de pollo, y como ya el muchacho estaba muy mal, nos fuimos cada uno por su lado”, contó Fuentes. Lo golpearon tan fuerte que ni siquiera sus órganos no podrán ser donados.

Cuando lo abordaron los cuatro admiradores de Hitler, Daniel Zamudio, estaba dormido a pocos metros de una estación de policía. Según las pericias médicas, se tomaron seis horas para torturarlo en la forma en que el agresor lo relató ante el juez. Nadie vio nada.

Según un artículo del diario El Mercurio, los jóvenes criminales se hacían llamar “Los moreno nazis del centro”, porque “asumían que, por apariencia y formación intelectual, jamás serían admitidos en grupos” neonazis. Ni siquiera vestían como ellos. En los allanamientos de sus casas, no encontraron simbología ni literatura hitlerista: sólo películas alusivas como “Bastardos sin gloria”, de Quentin Tarantino, y “La naranja mecánica”, de Stanley Kubrick. A Daniel no lo conocían del barrio, no habían ido juntos a la escuela, nunca se habían trenzado en ningún bar. No se la tenían jurada por un lío de faldas, ni por cuestiones políticas, ni por los equipos de fútbol. Sabían de él una sola cosa, suficiente para pegarle hasta dejarlo al borde de la muerte: Daniel es homosexual.

La pesquisa y después

La Justicia chilena dispuso treinta investigadores multidisciplinarios del OS-9 de Carabineros para encontrar a los culpables del ataque. Los detuvieron el 10 de marzo. Las pistas más certeras fueron el análisis de la información recogida en el campo, los restos orgánicos hallados en colillas, la sangre en piedras y los testigos reservados que fueron a la policía. Pero la clave definitiva fue una llamada que recibieron los carabineros de un anciano, que resultó ser el abuelo de un amigo del grupo que esa noche golpeó a Zamudio. Tres de los cuatro tenían antecedentes penales. López y Angulo habían tenían una impronta xenófoba: habían atacado a ciudadanos peruanos.

El lunes pasado, después de dos semanas de internación, la salud de Daniel empeoró. Un paro cardiorrespiratorio obligó a someterlo a un coma inducido. Los médicos de la Posta Central –que habían tratado de reanimarlo durante dos semanas- anunciaron los “signos de muerte cerebral” de Daniel Zamudio. “No midieron las consecuencias y los destruyeron a él como persona, era muy linda persona”, dijo Jacqueline Vera, la madre del jóven. “Todo el rigor de la ley con ellos”, pidió la mujer. “No voy a parar hasta verlos secos en la cárcel”.

La mañana siguiente, el Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh), familiares y amigos de Daniel Zamudio montaron una vigilia, con velas y ruegos, en la puerta del hospital. Los médicos informaron que “tiene signos de muerte cerebral”, aunque en estos momentos se le hacen más estudios.

Los cuatro imputados, presos en el penal Santiago 1, fueron procesados por homicidio calificado en grado frustrado. Si Zamudio muere, la situación legal sería mucho más grave. “Estaríamos ante un delito de homicidio en grado consumado, y por lo tanto pone la pena máxima que es por presidio perpetuo calificado, es decir 40 años de presidio efectivo antes de poder de postular a algún tipo de beneficio”, dijo Jorge Silva, el abogado de la familia.

La ley Antidiscriminación

El violento ataque a Daniel Zamudio provocó un cimbronazo en la opinión pública chilena. Con Zamudio en agonía, el ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, aseguró que la sanción de la Ley Antidiscriminación, que lleva siete años en el Parlamento sin aprobarse, será prioridad en la agenda legislativa. El principal escollo siempre ha respondido a la misma razón: los legisladores de la coalición de derechas –de la que el presidente Sebastián Piñera es afín- la consideran inaceptable. Ahora, el mandatario debe sopesar a quién debe dar las respuestas más urgentes: a una gran porción de la ciudadanía conmovida o a las fuerzas políticas que representan gran parte de su sustentación.

Fotos: The Clinic, blogs.tn.com.ar