Un equipo de rugby de Mendoza ganó un campeonato. Para festejarlo hicieron una fiesta. Una de las mujeres que estaba allí denunció haber sido abusada por al menos cuatro personas. Uno de los acusados es el hijo del diputado mendocino de Cambiemos, César Biffi. Todos los imputados son menores de 25 años, salvo el manager del equipo, José “Gaita” Hervida, dueño de la casa donde se realizó el festejo. El abogado defensor dijo que los acusados “son exitosos y no necesitan llegar a eso: ¿Por qué no pensar que la chica los incitó? Quizás ella abusó de esos chicos”.  Aquí publicamos un análisis de Ileana Arduino y el texto completo de una carta que escribió la víctima y que circula por distintos medios.

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“Me robaron mi dignidad”
Dice en ella apenas empieza la carta. Supongamos que en esa misma fiesta, donde denunció haber sido violada, le hubieran robado todas sus cosas, su dinero, un celular, o que sus pertenencias aparecieran dañadas. Al denunciarlas, habría dicho, “me robaron o dañaron mis cosas”. Nadie establecería un correlato entre haber ido voluntariamente a esa fiesta, tomar alcohol y finalmente haber consentido la apropiación de sus bienes o el daño sobre cosas de su propiedad.

Si nos desapoderan de nuestras cosas, todo funciona bajo la obviedad de que nos quisimos. Cuando se trata de la autonomía, la libertad y la integridad sexual, las presunciones son bien otras porque el consentimiento ocupa un lugar central: la gran cuesta arriba es probar que no se consintió. Al abusador le alcanza con disparar a la credibilidad de la víctima. Nadie partirá de la presunción de que la víctima miente si denuncia un robo, pero si denuncia una violación, el eje cambia y la credibilidad pasa al primer lugar de relevancia.

“Fui a una fiesta con amigas”
El corset patriarcal en el que se desarrollan nuestras relaciones sociales auxilia eso de múltiples formas. Hasta las mujeres más empoderadas están atravesadas por la cultura de la responsabilización y aunque más no sea implícitamente, entramos en el cálculo hipotético respecto de cuanto contribuimos al desenlace de aquellos que denunciamos como no querido. Cuando eso ocurre en la arena judicial, el desenlace puede ser fatal.

La cultura del “no pero sí” coloca las decisiones autónomas calificadas por la cultura misógina como “fuera de lugar” para algunas más no para otros, como un eslabón más en la cadena de abusos, hasta sugerirlas o darles estatus probatorio de habilitaciones tácitas para la vejación sexual misma. De hecho, si cinco personas hubieran abusado de ella en el living de su casa mientras se reunían a estudiar en horas de la tarde, probablemente otras serían las consideraciones judiciales, mediáticas y sociales del caso.

En auxilio del violento va toda la parafernalia mediática y el murmullo social que insiste en colocar en el centro la pregunta ¿Qué hacia ella ahí? Se producen así dos efectos básicos: refuerza el disciplinamiento respecto de lo correcto o lo incorrecto, del fuera o no de lugar para lo femenino, vehiculiza impunidad para los perpretadores.

Veamos la cuestión en perspectiva histórica. Hasta mediados de los 90, en nuestro Código Penal la violación se penalizaba como un delito contra el honor, por supuesto el de los machos “dueños” de las mujeres y las víctimas contaban en tanto “mujeres honestas”.

Visto así llevamos apenas casi 20 años de reconocimiento legal de que lo que se ataca cuando se viola a una persona no es la castidad al servicio del macho dueño, sino la integridad sexual, que incluye la libertad y la autonomía, de aquella persona que es atacada. Este tránsito normativo, saludable por cierto, aún no se traduce en el abandono de aquellas viejas nociones y prácticas que persisten en colocarnos a la inmensa mayoría de las mujeres bajo la noción de “deshonestidad”, tal como ocurre cada vez que una forma de ejercicio de libertad sobre algunas cosas – ir a una fiesta con amigos –se utiliza para suponer un consentimiento de que vale todo, una violación múltiple por ejemplo.-

“Decidieron por mí”
La noción de consentimiento sólo adquiere relevancia para el Código Penal cuando se trata de delitos sexuales y está sometido a exigencias “probatorias” muy adversas: basta con la duda para dar por consentida.

Se apoya en una forma de reconocimiento de la autonomía de las víctimas muy tramposa: en la inmensa mayoría de los casos la igualdad para la decisión es considerada en abstracto, para todas las víctimas en cualquier circunstancia. Todas las asimetrías obvias que aparecen en el caso – cinco varones, rugbiers, en presencia de personas mayores de edad – son despreciadas al momento de ponderar como se construye ese consentimiento.

Al colocar a las víctimas de delitos sexuales expresa o implícitamente bajo sospecha, las alternativas disponibles son macabras: la robustez de la credibilidad está asociada al nivel de daño.

La víctima más creíble de un crimen sexual será la víctima muerta. Si tomamos decisiones para reducir esos daños -como dejar que nos penetren para que termine lo más rápido posible y sin la menor fuerza posible, o consensuamos estrategias como que el violador eyacule afuera o se cuide con presevartivos- lo pagaremos luego en credibilidad.

La estrategia de resistencia será cargada en nuestra cuenta como “consentimiento”, habremos renunciado al rastro físico y con ello a la credibilidad. Lo que tengamos para decir va a ser visto siempre con desconfianza. Nosotras mismas, en esa fiesta, fuera de casa, no somos confiables. El eterno retorno del no pero sí.

 

Texto completo de la Carta

Quiero contar lo más triste que me pasó en la vida. Nunca imaginé encontrarme en esta situación tan dolorosa. Si fuera por mí, no desearía hablar de algo que tanto daño me hace, pero es tanta la presión y la impotencia, que decidí expresar un poco de lo que siento frente a tanta injusticia.

Me parece muy injusto haber ido a una fiesta a pasar un buen rato con mis amigas y que haya terminado todo tan mal como terminó, que cinco “hombres” hayan abusado de mí. Nunca me imaginé y menos sospeché que gente de mi entorno, con las cuales compartimos la misma pasión por el rugby, me traicionaran de esta manera.

Quiero y necesito aclarar que en ningún caso, ni bajo ninguna circunstancia, hubiera aceptado estar en esa horrible situación con cinco hombres. Esa noche no di mi consentimiento para nada de todo lo que pasó. Me robaron mi dignidad sin importarles nada. Solo fui una “cosa” que usaron para calmar sus más bajos instintos. “Ellos” decidieron por mí. No es normal que cinco hombres se acuesten con la misma mujer en tan poco tiempo y frente a personas mayores. Ya no es suficiente decir no, a mí ni siquiera me dejaron decir “NO”.

Como si todo lo que pasó esa noche fuera poco, mi vida cambió y se volvió un infierno. No es solamente denunciar el hecho y listo, no. Significa someterme a miles de cosas horribles e ir a lugares donde no quiero estar. Es intentar procesar todo lo que pasó y estoy pasando, y buscarle algún sentido. Tener que escuchar que mienten sobre lo ocurrido, que digan que yo violé a un grupo de cinco hombres, que yo busqué esto por haber ido a la fiesta y tomado alcohol, que busco prensa, dinero y mil cosas más, dignas de personas verdaderamente muy malas, poco racionales y, prácticamente, nada humanas. Dicen que esto yo lo inventé, que podría sacar provecho, solo en una mente perversa, esta sea una manera. Nadie inventaría una cosa así.

Significa estar mal, angustiada, llorar todo el tiempo y de la nada, no poder sonreír con las mismas ganas y felicidad que antes lo hacía, es intentar estar bien sin poder lograrlo. Abandonar todas mis actividades cotidianas. Es tan difícil entender que la vida sigue.

No deseo semejante dolor a nadie, ni siquiera a las personas que tanto daño me hicieron y me siguen haciendo. Ojalá nunca se encuentren con una hermana, una madre, una hija, una nieta, una novia, una amiga, ni a nadie en esta situación.

Foto: gentileza Diario Los Andes