Cosecha Roja.-

El fallo judicial fue claro: Gildardo Alberto Peñate Suárez no ayudó a morir a dos sacerdotes, los mató. No importó que ellos mismos, Rafael Reátiga y Richard Píffano, lo hubieran contratado para que los asistiera en una especie de suicidio grupal. A alias “Gavilán”, el juez penal 25 de Bogotá lo sentenció a 40 años y 7 meses de prisión, un precio mucho más alto que los 8 mil dólares que había recibido por ejecutar el crimen.

Los detalles del doble homicidio conmovieron a la opinión pública de Colombia en dos ocasiones: cuando se conoció la muerte de los dos curas, ocurrida en enero del 2011, y cuando se supo que ellos habían tejido el pacto de muerte, casi un año después.

A Reátiga, de 35 años, y Píffano, de 36, los encontraron baleados dentro de un vehículo. Al principio se pensó que los habían asesinado para robarles, pero las pistas posteriores condujeron al Cuerpo Técnico de Investigaciones dela Fiscalíapor otro camino: los dos hombres habían contratado su propio asesinato. Algunas versiones indican que uno de ellos se había infectado del virus de VIH y que ambos temían que se conociera su relación amorosa.

Juntos oficiaban misas, bautizos y matrimonios en sus parroquias de Bogotá. Se habían conocido en el seminario, y desde entonces siempre estuvieron pendientes el uno del otro: hasta cursaron los mismos estudios en teología, filosofía y bioética. Eran pareja y solían frecuentar bares y boliches de la comunidad LGBTI de Bogotá.

Reátiga era el párroco de la iglesia de Jesucristo Nuestra Paz, y Píffano estaba a cargo de la iglesia San Juan dela Cruz. Undía antes de morir, los dos sacerdotes oficiaron su última misa. En la homilía, el padre Reátiga pidió a sus feligreses orarle a Santa Marta, la patrona de las causas imposibles. El padre Píffano fue más explícito: “Oren por mí”, dijo al final.

En la noche, el Chevrolet Aveo de uno de los sacerdotes se estacionó en una calle destapada, cerca del canal de aguas de Dindalito. Los habitantes del sector escucharon tres disparos de arma de fuego. Testigos le contaron ala Policíaque al asomarse vieron cuando un hombre descendió del vehículo y corrió hasta otro automotor, lo abordó en el puesto del acompañante y el conductor arrancó a gran velocidad.

La confesión

Cuando las autoridades constataron que a los sacerdotes no los habían asesinado para robarles, pues sus pertenencias estaban completas, hurgaron un poco más en la vida personal de los religiosos. Vieron las llamadas telefónicas que habían hecho desde sus celulares y encontraron pistas de los autores materiales. Reátiga y Píffano habían contactado a dos delincuentes para firmar el pacto: les habían pagado 15 millones de pesos, unos 8 mil dólares.

Los dos homicidas pertenecían a una red delincuencial dedicada al “bolillazo”, una modalidad de estafa en la que los incautos entregan altas sumas de dinero a cambio de la promesa de multiplicar su inversión. Eran Gilberto Peñate Suárez, alias “Gavilán”, e Isidro Castilblanco Forero, alias “Gallero”. Los buscaron a través de la red de estafas y ahí los capturaron.

En febrero de este año, “Gallero” confesó haber participado del crimen de los sacerdotes y aclaró las dudas de los investigadores. Explicó cómo había sido la negociación y se acogió a un proceso judicial negociado. Puede afrontar una pena de 30 años de prisión.

“Gavilán” fue sentenciado esta mañana a 40 años y 7 meses por los delitos de homicidio en calidad de autor y de porte ilegal de armas de fuego. Su defensa alegó que la condena era “bastante drástica y extensa, pues quienes organizaron y planearon su propia muerte fueron los sacerdotes”.

La decisión judicial pone fin a la historia de amor y muerte de dos sacerdotes, y deja en el purgatorio terrenal a sus dos homicidas.