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Andrea Domínguez Duque, El Tiempo-.

 

El Movimiento Passe Livre (MPL), que dio inicio a la ola de protestas con su lucha por la rebaja de las tarifas del transporte público, objetivo alcanzado en 59 ciudades del país, se retiró de las marchas el jueves al igual que colectivos afines, tradicionalmente vinculados a las movilizaciones de izquierda, como el Movimiento de los Sin Tierra. “Las manifestaciones están adquiriendo un tono conservador que no tiene nada que ver con nosotros”, dijo a EL TIEMPO Rafael Siqueira, integrante del MPL.

El jueves, representantes de partidos políticos y de organizaciones sociales con larga historia de protestas intentaron vincularse a las manifestaciones siguiendo una directriz del Partido de los Trabajadores (PT), pero no quedó en pie ni una bandera política: los petistas y marchistas de otros grupos políticos de centro e izquierda fueron expulsados por enérgicos jóvenes enrollados en la bandera de Brasil.

“Hay una insatisfacción con la política tradicional, un distanciamiento del elector con sus políticos, que no ocurre solo en Brasil, sino que lo hemos visto en las grandes protestas callejeras en todo el mundo”, dijo Dolce Pandolfi, socióloga de la Fundación Getulio Vargas.

En Brasil estas manifestaciones se producen tras una sucesión de escándalos de corrupción que en los últimos años asolaron al Congreso, Gobierno y partidos, incluido el gobernante PT, que enfrentó al final de 2012 un histórico juicio en el que fueron condenados exministros y exdirigentes. Los jóvenes que han salido a las calles “tenían ocho años cuando (el expresidente Luiz Inácio) Lula llegó al poder, no conocieron la transición a la democracia. Para ellos, el PT –en el poder desde hace diez años– es un partido conservador institucionalizado”, evaluó Chico Alencar, diputado del partido Socialismo y Libertad que se escindió del PT.

Diversos estudiosos del fenómeno destacan la salida a las calles de muchos jóvenes nacidos después de la dictadura y que jamás habían formado parte de este tipo de movilizaciones. Motivados por las reivindicaciones de Passe Livre, estos jóvenes con mucho reclamo atorado entre pecho y espalda, fueron los primeros en juntarse a las manifestaciones y en experimentar que “democracia es mucho más que depositar el voto”, según se leía en las primeras pancartas.

Al observar la violencia con la que la Policía de Sao Paulo reprimió esas protestas, rociando gas lacrimógeno en la cara de manifestantes, o gas pimienta, o disparando balas de goma indiscriminadamente, las marchas crecieron como espuma y a este grupo de jóvenes estudiantes se sumaron profesionales, trabajadores de edad media, padres con niños de brazos, activistas sociales, artistas y hasta un policía, que se rehusó a reprimir a los manifestantes y en lugar de gas cargó su aerosol antimotines con agua.

¿Las banderas de esta masa heterogénea? Protestar contra la corrupción; contra la propuesta de reforma constitucional para quitarle al Ministerio Público el poder de investigar; contra congresistas como Marcos Feliciano –presidente de la Comisión de Derechos Humanos que acaba de aprobar un proyecto para tratar la homosexualidad como enfermedad– y exigir una investigación sobre supuestos sobrecostos en obras para la Copa del Mundo.

“Hay tanta cosa que está mal que no cabe en un cartel”, decía la pancarta de una joven en Brasilia.

En los últimos diez años, la renta y el salario mínimo de los brasileños subió como nunca, el desempleo cayó a niveles históricos, las políticas sociales llevaron a 40 millones a engrosar las clases medias que hoy superan la mitad de los 194 millones de habitantes y, empujado por el crédito, el consumo avanzó explosivamente. En ese periodo, las inversiones internacionales enriquecieron al país como nunca, y este se convirtió en una de las grandes economías emergentes.

Lula dejó el poder con 80 por ciento de popularidad y eligió a su sucesora, Dilma Rousseff, una ‘dama de hierro’ con una popularidad récord, que solo comenzó a caer el último mes tras dos años de inflación elevada y crecimiento debilitado.

“El Gobierno Dilma viene presentándose como un agotamiento de ese modelo. Reina un gran consenso desarrollista, que incluye a sindicatos, empresarios, banqueros, latifundistas, burócratas. La política salió de la escena y el PT se distanció de los movimientos sociales. Al mismo tiempo, los medios y la vieja clase media (las élites) continúan nutriendo un odio de clase profundo hacia el PT”, explica el sociólogo Ghuilherme Del Sasso.

En las últimas semanas, un sentimiento de “sí se puede” se tomó las esquinas y las redes sociales de un país acostumbrado a la apatía. Diversos grupos se sintieron parte de una misma cosa y las arengas llegaron incluso a los estadios donde se disputa la Copa Confederaciones.

En el país de Pelé, quien fue criticado por pedir a la gente “concentrarse en la pelota”, ni siquiera el fútbol logró desviar la atención y calmar los ánimos. Durante la inauguración de la Copa Confederaciones, la presidenta Dilma Rousseff fue abucheada desde las tribunas del estadio Nacional en Brasilia. Los organizadores se preocuparon tanto que la FIFA emitió un ultimátum exigiendo al Gobierno garantizar la seguridad.

La sede de la Cancillería de la capital fue atacada y en Río de Janeiro, luego de la marcha pacífica del jueves, el centro terminó como si hubiese pasado un tornado. La respuesta de la Policía está siendo investigada, pues lanzaron bombas de gas lacrimógeno en diversas plazas donde no había desórdenes.

Los mensajes en redes sociales que al comienzo de las protestas alimentaban la construcción de un nuevo país dieron paso a una ola de ‘alertas’ sobre la infiltración de agentes violentos y acabaron reforzando la desconfianza.

Ante este panorama, Rousseff se reunió con varios de sus ministros el viernes. Luego, en cadena nacional, dijo que realizará un Plan Nacional de la Movilidad para atender el transporte, que dedicará ciento por ciento de los recursos del petróleo a la educación y que millares de médicos serán traídos al sistema público de salud. Y aseguró que dialogará con los manifestantes.

En momentos de balance, queda claro que además de la voz que asumieron los manifestantes y la ganancia concreta de la rebaja de pasajes, los hechos encendieron varias luces rojas: hay una crisis de representatividad de los partidos (de gobierno y de oposición) y un hastío con males endémicos como la corrupción y la brutalidad de una Policía que está lejos de ser protectora del ciudadano.

Si las marchas conducirán a algo más que una manifestación heterogénea de indignaciones es prematuro decirlo. Con el abandono de las protestas de grupos bien articulados y con reivindicaciones específicas, como Passe Livre, los participantes van quedando cada vez más desarticulados. Para Del Sasso, “van tomando fuerza temas genéricos como ‘parar la robadera’ (de los políticos), y de ese modo se vuelve imposible vislumbrar un rumbo cierto. El mayor desafío ahora es entender toda esa indignación presente en sectores tan diversos y hasta contradictorios que yo identifico como resultado de un déficit de democracia y de participación política”.

Sí, el gigante despertó. Y puede estar aturdido, pero no parece dispuesto a dormir más.

‘Fascistas quieren aprovechar impulso de las marchas’

EL TIEMPO dialogó con el profesor de música Rafael Siqueira, integrante del Movimiento Passe Livre (MPL) en Sao Paulo.

Las tarifas de bus fueron rebajadas en 59 ciudades. ¿Qué sigue ahora?

La reducción de la tarifa es una primera victoria. El objetivo único de Passe Livre ahora es adquirir la ‘tarifa cero’.

¿Tienen propuestas concretas para llevar eso a la práctica?

Tenemos ideas, como la creación de un fondo para que se recauden recursos de forma progresiva (quien gana más paga más). Pero es el Gobierno el que tiene que llevar a la práctica estas cuestiones; el movimiento social está ahí para presionar.

¿Ustedes apoyan las otras causas que están en las calles?

Estamos enfocados en el transporte. Algunos temas que se están discutiendo en las calles son próximos al movimiento, como la lucha contra la homofobia, el machismo, el racismo y a favor de las reformas agraria y urbana. Pero otros temas no tienen nada que ver con nosotros. Venimos observando que un discurso conservador se ha ido apoderando de las protestas.

¿Cuál es ese discurso?

Vemos que dentro de las marchas hay un grupo medio perdido, que no tiene coherencia ni liderazgo político, y vemos que también hay grupos religiosos y fascistas que se quieren aprovechar del impulso de las marchas.

¿Cuál es su postura sobre la violencia en que han degenerado algunas marchas?

Tememos que esa violencia pueda ser canalizada para el lado equivocado, que sea usada para un regreso al conservadurismo que clama por estados de excepción o rupturas democráticas. No es por eso que nosotros luchamos. Cuando aparece esa violencia gratuita, los verdaderos temas de cambio social, como la lucha contra el racismo o la homofobia y por la reforma agraria, quedan de lado; es muy peligroso.

Si las protestas continúan, ¿ustedes van a seguir yendo a las calles?

Por ahora están suspendidos nuestros actos. Vamos a reunirnos para evaluar, vamos a realizar nuestros encuentros en los barrios y con los movimientos populares. Tenemos afinidad con varias temáticas de las manifestaciones, como las que buscan solución para los desabrigados. También estamos de acuerdo con quienes exigen claridad de cuentas sobre las inversiones para la Copa del Mundo; está claro que no necesitamos un Mundial si no hay transporte, educación ni salud.

¿Ustedes se imaginaron que iban a tener semejante apoyo de la población?

No. Pero una serie de factores acabó generando esa respuesta masiva: la capacidad de movilización de Internet y la lucha contra las tarifas que venimos construyendo desde 2003, el hecho de que la gente está cada vez más maltratada por el transporte público.

‘Revolución del vinagre’ tiene manual
Es distribuido a través de redes sociales por Passe Livre

(Efe). Quienes participan en las protestas cuentan con un ‘manual de conducta’, que explica incluso cómo protegerse de la Policía.

En el caso de los que pretenden marchar, recomienda llevar agua y vinagre, que ayudan a sofocar el efecto del gas lacrimógeno; también aconseja andar “siempre en grupo”, pues eso inhibe la represión policial. Sobre el vestuario, recomienda prendas impermeables y anteojos de natación, pues también ayudan a resguardarse de los gases, así como zapatos deportivos, que permitan agilidad a la hora de huir. También sugiere “ante todo calma”, “no caer en provocaciones” y evitar responder “a la violencia con violencia”.

Si hubiese disturbios, “luche pero no recurra a la violencia”, y “manténgase lejos de los lugares donde ocurran conflictos”, dice el manual.

El mensaje de Dilma

“No podemos poner en riesgo todo lo que conquistamos. Tenemos mucho que perder. No es fácil llegar donde llegamos, y no será fácil llegar a donde se desea”.