El Tiempo-.
La noche del 6 de noviembre de 2010, Nubia preparaba los productos que iba a vender al día siguiente, un domingo, en el Centro Histórico de Girón. Un hombre tocó en la puerta y le ofreció mandarinas. Ella llevaba parte de la tarde en la cocina preparando los pinchos, así que lo despachó rápido y le dijo que no le interesaba. Pasaron cinco minutos y volvieron a tocar la puerta. Cuando se asomó de nuevo alcanzó a escuchar: “Es ella” y vio al vigilante de la cuadra acompañando a uno de los vendedores ambulantes vecinos del parque.
Lo que vino después fue dolor. El ácido que le fue rociado cubrió casi todo su cuerpo y salpicó en la pierna de su hija menor, de solo ocho años de edad. Gritó y gritó pidiendo ayuda, mientras los hombres huyeron por las calles del barrio. Le ardía toda su piel. Con sus manos intentaba limpiarse del líquido que la quemaba. Ese fue el último momento en el que Nubia pudo ver.
Permaneció 57 días en el hospital. Estaba a oscuras y con el dolor que no la dejaba dormir. Los doctores le decían que se recuperaría pronto. “Pero a veces me hacía la dormida y los escuchaba hablar. Decían que me iba a morir. Que no iba aguantar tanto dolor o tanto daño en toda la piel”, recuerda. Solo tocaba las vendas y curaciones sobre gran parte de su cuerpo y entendió que de lograr recuperarse, su cuerpo no iba a ser el de antes.
La primera vez que se subió en un avión fue en 2011. Lo hizo rumbo a Medellín, en donde le practicaron una cirugía reconstructiva en su rostro. Viajó emocionada. Se le nota en la sonrisa cada vez que lo recuerda. Pero no pudo ver las nubes, ni el sol sobre las montañas. La sensación del vuelo la hizo olvidar el momento en el que le lanzaron ácido que le dejó cicatrices sobre todo su rostro, brazos y pecho.
Nubia Patricia Carreño iba a que le practicaran una de las 26 cirugías que ha recibido en dos años y medio para la reconstrucción de su piel y de la cavidad derecha del ojo, el cual perdió por completo. El viaje fue posible gracias a las donaciones de personas que han conocido el caso.
Cuando regresó de Medellín a su casa, en Girón (Santander), solo pensaba en cómo iba a reunir el dinero para el almuerzo de sus cinco hijos (cuatro de ellos menores de edad) para los próximos días, los 400 mil pesos del arriendo y lo de los pasajes para ir al hospital y pedir una cita más en el médico.
Su hermano llora. No logra contener las lágrimas cuando la escucha hablar del ataque y de todas las dificultades que llegaron. Le duele su testimonio, como al resto de la familia, pero lo que le estremece aún más es la valentía con la que continúa en su lucha por recuperar su visión. Médicos le dijeron que existe una alta probabilidad de que recupere la visión en su ojo izquierdo, el mismo con el que logra ver un círculo de luz cuando mira de cerca un bombillo encendido.
Hoy Nubia tiene 37 años de edad. Las heridas ya sanaron y toma algunas pastillas recetadas como tratamiento para recuperar la visión en su ojo izquierdo. Sonríe, una y otra vez. Con su marcado acento santandereano, casi como un regaño, contagia en cada palabra de optimismo y tenacidad a quien habla con ella. “Volveré a ver”, dice todos los días.
Su cabello lo mantiene recogido, ya no usa maquillaje y de su brazo izquierdo cuelgan dos camándulas. Solo lleva unos lentes oscuros que ocultan las profundas cicatrices en sus ojos. Hay quienes se acercan y lloran al verla. Pero Nubia – según cuenta – solo sonríe y dice: “Así no era, pero me siento como antes: bonita”.
Venció al miedo
Sin que se le pregunte, le dice a la gente que no les tiene rencor a quienes la atacaron. El perdón, según cuenta, ya lo dio “hace mucho tiempo” y agradece a la justicia que, en un poco más de un año, fueron capturados y ya pesa sobre ellos una dura sentencia, la tercera en el país sobre este tipo de casos.
David Mosquera (un vigilante), y Edinson Díaz (conocido como Jugos-Jugos), quien habría ordenado realizar el ataque), recibieron una condena de 27 y 24 años de prisión, respectivamente, por su responsabilidad en el hecho. En la actualidad, el presidente Santos está a punto de sancionar una ley que endurece las penas en este tipo de casos.
Al principio, la mujer no denunció el caso. Sintió miedo. Recordó que cuando la atacaron le gritaron: “Cuidadito con denunciarnos, que le hacemos lo mismo a sus hijas”. A pesar de la advertencia, Nubia, acompañada de su familia, denunció a los hombres que alcanzó a reconocer segundos antes del ataque. Tras semanas de investigaciones de las autoridades judiciales se produjeron las capturas.
Nubia volvió a aprender a hacer todo sin ver. Fue un proceso difícil -explica- pero ya logra ubicar el baño de su casa y abrir la puerta cuando llega visita. “Ya sé pelar la papa. La dejo lista y espero a mis hijos para que me ayuden con lo demás del almuerzo”, dice.
Los domingos vuelve al parque de Girón para vender naranjadas. Lo hace sabiendo que la gente se queda viéndola. Sintiendo que en cualquier momento alguien pueda volver a echarle ácido en el cuerpo. Por eso, como medida de las autoridades, siempre la acompaña un policía. Ya la conocen. Solo llega, se sienta y el uniformado de turno se acerca a cuidarla.
Instala su puesto en el sitio que se ganó vendiendo pinchos durante más de siete años. Cada día le compraban hasta 400 mazorcas. “Me iba muy bien. Pero al de al lado no le gustaba. La envidia lo hizo hacerme esto”, dice sobre las causas del ataque. Según reportes del caso, la Policía confirmó que la investigación en contra de los dos hombres concluyó que el móvil de la agresión fue por venganza.
Nubia recuerda siempre su niñez en Mogotes (Santander), en donde ayudaba en la finca de sus papás. De allí, el amor por el trabajo, dice. A los 15 años dejó su casa para aventurarse con el actual padre de sus hijos a tener una vida en pareja. La idea la llevó a recorrer medio Santander trabajando. Compraba verduras en un municipio y las revendía en otro. Así aprendió de cómo se maneja el comercio en la calle. Tuvieron los cinco hijos. Hasta que el hombre se fue. A él, tampoco le guarda rencor. “Se fue, qué más se puede hacer”, indica.
Su vida continuó. Lo hizo sin preguntarle a su esposo por qué la abandonó durante su recuperación. “Solo se fue. Tener marido a no tener es como lo mismo”, cuenta. Así que a punta de rifas de 50.000 o100.000 pesos, cada mes, logra reunir lo necesario.
Pero de eso ya no habla Nubia. Ahora solo piensa en su anhelo más grande: volver a ver.
Para ello necesita de una cirugía que -según cuenta- solo la realizan en Medellín. El problema ha sido el dinero. Requiere de 26’944.000 de pesos para un procedimiento que debe realizarse en pocos meses, antes de que el daño en su ojo izquierdo sea irreversible.
Según cuenta, ya perdió las esperanzas de que su seguro médico produzca una respuesta positiva sobre la cirugía. “Lo único que le pido a la vida es volver a ver, para poder trabajar. Luego ya puedo sola”, dice con insistencia.
Nubia sigue tocando puertas, sin rastro de dolor ni resentimiento. Manda cada mañana a sus hijos a estudiar y luego, con un optimismo que estremece, busca cómo conseguir lo del día. Y lo hace con la convicción de que podrá recuperarse para garantizarle el bienestar a su familia. Ya lo ha logrado sola. Por eso, ahora va por más. Quiere ver crecer a sus hijos y demostrarle al mundo que su sonrisa jamás se borrará.
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