-Mami, mirá el vestido que me voy a estrenar esta noche.

Una foto de mi hija aparece en la pantalla del teléfono. Ella está de vacaciones en México. Se la ve feliz con su vestido nuevo.

Enseguida recuerdo cuando semanas atrás me llamó.

-¿Te das cuenta mamá? ¡Es el primer pasaje que puedo comprar con mi plata! No doy más de la emoción.

Lloraba de alegría porque había podido pagar un ticket de avión con sus ahorros.

México fue el destino de sus primeras vacaciones autogestionadas. Trabajó duro y proyectó con precisión un descanso inmenso.

Esa noche estrenaba ese vestido rosa para ir con su compañero a la clausura del festival de música electrónica BPM, en la disco Blue Parrot de Playa del Carmen.

Me quedé con esa imagen sabiendo que sería nuestra última comunicación hasta el día siguiente. Con mi marido pasamos revista. En Playa del Carmen, con diferencia horaria de tres horas, todo bien. Nuestras otras dos hijas, cada una en un destino diferente pero con la misma hora, también. El varón en casa. Nos esperaba una noche al menos, tranquila. Podríamos dormir sin estar pendientes de los teléfonos.

La placidez duró pocas horas algo que siempre ocurre con los hijos vivan o no solos. Lo que nunca imaginé es que íbamos a amanecer en medio de una pelea de bandas narcos a 6851 kilómetros de distancia.

***

Mi hija y su compañero bailaban en el medio de la disco cuando comenzaron los tiros.

Una banda entró al lugar y disparó a mansalva. Como en las películas. Igual.

Los chicos se tiraron al piso. Agarrados de la mano, intentaban darse tranquilidad el uno al otro.

-Ya pasa– se decían pero sin saber qué pasaba.boliche

La gente gritaba desesperada. De repente, todos comenzaron a correr por adentro de la disco buscando las salida de emergencia. Los chicos se levantaron, se los llevaron por delante y volvieron a caer. Ya no había música. Sólo se escuchaban tiros.

-Regalados, mamá. Estábamos regalados–, me dice mi hija por teléfono horas después.

Los tiros cesaron y entró la policía con armas largas. Ordenaron prender la luz. Cuando la gente vio a los uniformados, comenzó a correr otra vez.

Los chicos se arrastraron por el piso despacio hasta el frente de la disco. Uno de ellos le preguntó “qué pasa” a una mujer de seguridad. “No sé”, le contestó ella. Así, cuerpo a tierra, llegaron hasta la puerta. Se pararon y con la cabeza gacha y la vista fija en sus propios pie  alcanzaron la calle y corrieron sin saber qué fue lo que pasó.

Conozco la historia y en esta punta del mundo, como quien pudiera levantar la mano y parar un taxi, yo sólo quiero llegar a Playa del Carmen, agarrarla de la mano y traerla a casa. Pero no se puede. Entonces intento hablar y que hable, que cuente todos los detalles mientras le decimos que la queremos mucho, que se quede tranquila, que ya pasó.

Las calles principales en Playa del Carmen tienen números. La Quinta, la Diez, la Quince. En la Quinta, anoche, estaban todos los boliches cerrados. Todos menos uno: la otra disco al aire libre, La Jungla, en la que también se presentaba un DJ reconocido. En La Jungla también habían entrado a los tiros. Felizmente no hubo muertos. Pero en la otra, en Blue Parrot, en la que bailaba mi hija con su compañero, murieron al menos cinco y 12 personas resultaron heridas.

-No sé cómo no me desmayé. Todavía no entiendo–, me dice mi hija.

Y yo sé muy bien por qué no se desmayó. La conozco. Los criamos así a los cuatro.

Los chicos salieron de la disco corriendo. No fueron a su hostel por la avenida. Lo hicieron atravesando callecitas.

***

Ahora hablamos por teléfono. Él con su mamá. Ella conmigo. Están bien. No saben, no pueden saber de qué se habla cuando hablamos de shock postraumático. Tratamos de acompañarlos. Ni siquiera sabemos si así como lo hacemos está bien. Es que desde acá, desde Buenos Aires, no sabemos bien qué hacer. Quizás sabríamos si no fueran nuestros hijos los que estaban en la disco en la que murieron cinco personas. Nuestros amigos nos ayudan a pensar. “Llamá ya al Consulado”, me dicen. Y lo hago.

Busco el número, marco. Ninguna de las siete extensiones con tres números cada una son las que necesito. Finalmente, después de segundos que parecen minutos, me piden que marque “0” por cualquier otra cuestión.

Me atiende una mujer con tonada mexicana. Me pasa con otra. Se presenta como Noelia Real. Me pregunta si los chicos están bien, me pide sus datos, se compromete a llamarlos por teléfono.

Pregunto sobre lo ocurrido en la disco. Me contesta “No sabemos si fue un ajuste de cuentas o una cuestión narco”. Reprimo el llanto. “La zona es muy tranquila. Habitualmente no ocurren este tipo de ataques. Es un hecho aislado”, intenta consolarme. Luego me pasa un teléfono de emergencias del Consulado. Un número que funciona las 24 horas. El 555585560472. Y me pregunto por qué esos teléfonos de emergencia, imagino que cada consulado en cada país del mundo tiene uno, no le son brindados a todos los argentinos que viajan al exterior. No se lo digo a Noelia, no es el punto.

La mujer cumple. Le manda un mensaje a mi hija y le vuelve a pasar el número. También una página web en la que los turistas pueden obtener todo tipo de datos de cada una de las regiones que pretenden visitar. “En Chiapas no pasa nada. Sólo robos”, me cuenta.

 

Mi marido, que también es periodista, me muestra un videíto de la balacera en la disco. Entiendo que la distancia distorsiona y por eso necesito saber qué es lo que pasa en Playa del Carmen. Llamo a un colega mexicano con la ilusión de estar exagerando al suponer que mi hija y su compañero se encuentran en peligro. Antes de que me digan “¡Ay mamá, por favor, estás inventando!” prefiero preguntar.

“No parece ser un hecho aislado”, dice Pancho Sandoval Alarcón, subdirector de la revista mexicana Animal Político. “Cancún sí es una zona violenta. Antes de la Navidad, de hecho, hubo una balacera en plena zona turística. Playa del Carmen está a 30 minutos. Y las células de los carteles se deben estar repartiendo el territorio”.

¿Todo eso pasa a 20 minutos de la fiesta electrónica en que a mi hija se le ocurrió estrenar su vestido rosa?

Leo.

“La alarma se encendió el 12 de septiembre de 2016 cuando 70 agentes federales, 40 del Ejército mexicano y 40 de la marina, capturaron al presunto jefe regional del Cartel de Sinaloa en el sureste mexicano”, dicen los diarios. “Dilber Fidel Soto Alvarenga, de 31 años, es considerado uno de los 122 objetivos prioritarios del gobierno mexicano por sus supuestos vínculos criminales con actividades de lavado de dinero y de narcotráfico”.

¿Hay que leer la prensa del destino antes de que los hijos partan solos de vacaciones?

A esta altura no sé si leer o no leer.

-Durante más de diez años Joaquín “Chapo” Guzmán dominó el departamento de Quintana Roo, donde el cártel de Sinaloa mantiene una alta presencia en el manejo de la droga. Pese a que estaba en prisión, sus operadores trabajaban desde pistas clandestinas, en la Isla de Cozumel y en del Aeropuerto Internacional de Cancún. Toda esa estructura se recuperó luego de que se “vendiera” la plaza de Cancún a “Los Zetas”, en 2004. A partir de entonces, Joaquín el “Chapo” Guzmán se dedicó a reagruparse mediante su grupo de choque denominado “Los Pelones”, y comenzó a hace frente a “Los Zetas” desde Cancún hasta Tulum, a partir del 2011.

-El 20 de septiembre de 2016, un narcomensaje fue dejado debajo del cuerpo de un hombre apuñalado dentro del baúl de un auto. Una cartulina blanca en la que se leía una abierta amenaza contra miembros del Cartel de Jalisco Nueva Generación y el Cartel de Sinaloa. “Empezó la limpia, mugrosos. Venimos por todos”.

-El 28 de noviembre de 2016 tres personas murieron por disparos de arma de fuego en la discoteca “Mandala” de la zona hotelera de Cancún, Quintana Roo. Tres hombres en moto dispararon en la disco y huyeron. Con esas muertes suman 59 los ejecutados en el 2016 en la zona de Cancún.

-El 22 de diciembre una persona fue asesinada en una balacera ocurrida en la feria de la Avenida Kabah en Cancún. Alrededor de las diez de la noche dos personas llegaron profiriendo amenazas, dispararon y huyeron.

-El 24 de diciembre, en vísperas de Nochebuena, un vehículo Mazda negro recibió entre 15 y 20 disparos y quedó abandonado en la avenida Tulum. Extraoficialmente se informó que hubo un enfrentamiento entre un grupo armado y la policía.

“Se trata de una zona caliente”, dice Sandoval Alarcón. “Es un centro de lavado de dinero y de inversiones. Es muy probable que sea una zona que se están repartiendo”.

Hablo con la mamá del compañero de mi hija. Ella lo “atornilla” con mensajes de voz. “Cuanta más información tengan van a tomar una mejor decisión”.

Mi mamá, la abuela de mi hija, llora al teléfono. Otro amigo nos ofrece sus ahorros para ir a buscarlos a México. Otro amigo me llama y me dice: “Vos hacé que vuelvan al DF y una vez que están allá, les decís que se vuelvan a Buenos Aires. Tienen que tomar el control del viaje y hacer que terminen esas vacaciones”.

Los chicos, desde Playa del Carmen, nos bautizan “el Estado paralelo”. Nos dicen que se van a dar una vuelta y a pensar cómo siguen el viaje.

Nosotros, en tanto, estamos estaqueados en “modo papá y mamá”. No entendemos del “Cartel de Sinaloa”, ni de “Los Pelones”, ni de “Los Zetas”. No queremos ni pensar en los cinco muertos de la fiesta electrónica. Ni en lo que pudiera haber pasado y no pasó. No queremos pensar oscuro. Sólo queremos agarrar a los chicos de la mano y que vuelvan a casa para abrazarlos y sentir que ya no hay nada que temer.